Una izquierda que ofrezca su cuello al cuchillo

17 de octubre de 2020 20:59 h

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Un profesor ha sido decapitado por un terrorista de 18 años en Conflans Saint-Honorine, al noreste de París. El motivo fue que el docente había enseñado a sus estudiantes unas caricaturas de Mahoma en una clase en la que hablaban sobre libertad de expresión. La barbarie expresada de forma simbólica contra los bienes más preciados de las sociedades libres basadas en el respeto y la tolerancia; la educación y la libertad de expresión. Nuestra arma son los libros, la letra y la palabra, y su mayor custodio es un maestro.

El discurso yihadista y la extrema derecha operan con los mismos elementos de confrontación. Moussa Bourebka, investigador del CIDOB en procesos de radicalización, afirma que comparten una visión del mundo en la que ambos funcionan como antagonistas: “La extrema derecha violenta sostiene, según una lectura huntingtoniana del mundo (la que dio lugar a la teoría del Choque de Civilizaciones), que Occidente está en guerra contra el Islam. Los yihadistas responden que, efectivamente, Occidente ha declarado la guerra a esta religión y que toca defenderse. Y ambos coinciden en presentar ambos bloques como homogéneos”.

El panfleto terrorista de propaganda Dabiq publicó un artículo que se llamaba 'La extinción de la zona gris'. En él se consideraba a los islamófobos sus más firmes aliados al eliminar la zona de coexistencia pacífica en Occidente. La idea era que eso les permitiría alistar a potenciales terroristas al verse rechazados y además considerar a todo musulmán integrado con normalidad en la vida occidental como un kafir (infiel) y potencial objetivo de sus ataques. El plan, negro sobre blanco, es provocar que se trate a los refugiados y musulmanes como terroristas y que la islamofobia se extienda para que sus postulados sean vistos como los más certeros en el mundo musulmán en Occidente. La extrema derecha islamófoba y el integrismo yihadista como cómplices y aliados contra las democracias liberales e integradoras.

El integrismo de toda índole se retroalimenta y desde las posiciones de progreso no puede existir ni un atisbo de tolerancia hacia un discurso de odio que solo concibe una cosmovisión acorde a sus postulados. Un mundo oscuro y reaccionario donde los derechos humanos estén sujetos a una mentira divina. Los atentados islamófobos de la extrema derecha que consideran a cualquier musulmán parte del enemigo no difieren del yihadista que considera un kafir a todo aquel que no siga sus postulados fundamentalistas.

Precisamente por esas similitudes, la izquierda y el pensamiento progresista tienen que liderar la lucha contra el fanatismo religioso islamista, porque tienen el conocimiento y el compromiso entrenado de plantarle cara al fascismo. Y este puede conformarse de diversas formas, aunque puedan presentarse como antagónicas. Tanto la extrema derecha como el yihadismo son enemigos mortales de las democracias liberales y el respeto a la diversidad. Por eso es preceptivo que desde la izquierda se confronte con la misma virulencia a ambos discursos. Una izquierda valiente que ofrezca su cuello desnudo al cuchillo del integrista.

La izquierda tiene que posicionarse frontalmente ante cualquier concreción del fundamentalismo religioso y de la intolerancia más extrema. No puede existir ninguna sospecha de conmiseración ante un discurso de odio que considera a un profesor un enemigo del pueblo y llega hasta la barbarie para acallar su libertad. Si la izquierda enarbola el antifascismo como bandera tiene que afrontar con el mismo compromiso su rechazo frontal al integrismo yihadista y cualquier discurso o comportamiento que, sin llegar a ser su excrecencia violenta, fomente la intolerancia y la violación de los derechos humanos. No basta con ser parte del dique que frene al fundamentalismo islamista, hay que ser vanguardia. No pasarán.