La lucidez, el rechazo, la ironía y la obstinación son los mandamientos del periodista libre
La Justicia es un paquebote lento y cochambroso, pero siempre acaba por terminar la travesía. La de Juana Rivas, muñeca rota de las emociones de este país, acaba de llegar a término. Ha sido condenada a dos años y medio de prisión, ha perdido la patria potestad de sus hijos y deberá indemnizar a su exmarido con 12.000 euros además de pagar la mitad de las costas de los procedimientos. Sobre Juana Rivas ha caído una desgracia anunciada que no tengo claro que ella tuviera en mente cuando en aquel caluroso verano de 2017 se escondió con sus hijos para sustraerlos de la Justicia.
Juana Rivas, ¿se acuerdan de ella? Seguro, puesto que mayoritariamente la tuvieron en su casa. Fueran de derechas o de izquierdas, personas de buena fe, ustedes y muchos como ustedes le brindaron su apoyo solidario y humano. Hasta el presidente del Gobierno de entonces, Mariano Rajoy, lo llegó a hacer –“Hay que ponerse en el lugar de esta madre”– seguramente instigado por sus asesores que se dieron cuenta de la fuerza de aquella ola de empatía y solidaridad que recorría el país de punta a punta.
En aquella canícula, en medio de aquel festival de apoyos, me tocó salir a contar la verdad. Una columna mía en este medio –'Juana no está en mi casa'– rompió la dinámica de la espiral del silencio y abrió el paso para que se planteara la duda de si era buena idea aconsejar o instar o jalear que Juana Rivas cometiera un delito que le iba a costar la cárcel y la pérdida de la patria potestad. Es muy jodido acertar, por la vertiente de sufrimiento humano que tiene esta cuestión, pero en un país en el que los análisis, las valoraciones y los comentarios se escancian como la sidra en Asturias, no está mal recordar que analizamos para mostrar los caminos y los futuros y no para gloria de ningún spin doctor. Por eso acertar si bien es jodido, es a la par muy gratificante puesto que te permite cerrar la puerta del deber cumplido.
Ha habido una buena noticia, el Supremo ha rebajado la pena de prisión de cinco años a dos y medio, al considerar que el bien jurídico protegido en el delito de sustracción de menores que para la mayoría de los magistrados es “la paz familiar”, que se perturba al impedir Juana que sus hijos vean a su padre. Esa paz no se perturba doblemente porque sean dos niños, dicen, así que sólo hay un delito. Para los que suscriben el voto particular el bien jurídico protegido es “la estabilidad personal y emocional de cada niño”, por eso en las anteriores instancias se condenaba a cinco años de prisión (un delito por cada niño) y ahora se rebaja al considerar que esa paz familiar truncada lo es igual por un menor que por dos. Paréceme a mí que hasta el Tribunal Supremo le ha querido hacer un don de misericordia a Juana Rivas.
Más allá de que yo acertara, hace ya casi cuatro años, conviene que seamos capaces de reflexionar colectivamente sobre este caso. Es lo menos que se puede hacer después de haber respaldado y apoyado y animado a que se cometiera un delito que ella sola va a pagar ahora.
Yo no acerté. Yo sólo miré de cara la realidad. En este país había cientos de miles de personas con los conocimientos técnicos para saber lo mismo que yo escribí. Callaron. Alrededor de Juana había una pléyade de asesoras jurídicas y de otro tenor que también tenían la capacidad de saber, pero prefirieron hacer de Juana una bandera humana. ¡Pobre Juana y pobres todos aquellos que son usados como estandartes para luego quedar solos ante las consecuencias! Las luchas existen mas no se utiliza a las personas para darlas. Cuando Rosa Parks se quedó sentada en aquel tranvía sabía perfectamente lo que iba a sucederle y lo asumió antes de dar ese paso. No fue una acción visceral utilizada después por un movimiento, sino una acción consciente. ¿Ese fue el caso de Juana Rivas? Saben ustedes como yo que no.
Las personas no son banderas. Las etiquetas de las redes sociales, tampoco. Nos harán sentir bien pero ni significan nada ni arriesgan nada. Nadie puede ganar a la Justicia en las calles en un Estado de Derecho. No es un error judicial. Es la consecuencia clara y lícita de algo que hemos suscrito porque es bueno para la infancia: el Convenio de la Haya. Las personas no son banderas y si las instrumentalizamos no lo hacemos en su beneficio sino con un deseo egoísta: unos de ganar sus luchas; otros, de sentirse buena personas.
La ministra Montero se equivoca de nuevo cuando considera que en este caso ha faltado “perspectiva de género”. Lo que ha faltado es perspectiva y sentido común en general. Tampoco es bueno que las ministras y los ministros –y puede que hasta los ministres, pero de esto no estoy segura– bajen a la arena de los casos concretos porque estos suelen ser poliédricos, complejos, poco claros y no aportan nada a la visión general sobre los datos que un buen político debe poner sobre la mesa para tomar decisiones. Una confesión en 'prime time' o una huida contraviniendo un convenio internacional de protección de la infancia no son terreno para el pronunciamiento institucional. A Rajoy le pasó y a Irene Montero, también.
Queremos Justicia para las mujeres y justicia de las mujeres y queremos que nuestra forma de ver el mundo y nuestra realidad forme parte del corpus de referencia de nuestros jueces, pero no queremos impunidad para el comportamiento de las mujeres que vulneran los principios básicos del sistema jurídico y el Código Penal. Ante la ley, somos iguales. Por eso, sobran los que les aconsejan que se la salten y los que lo aplauden y los que lo respaldan.
Es jodido acertar la desgracia ajena porque es escribir la crónica de un dolor anunciado, pero es necesario dejar bien claro que la lucidez y el rechazo y la obstinación en la verdad nunca pueden abandonar al periodista. ¡Qué jodido es acertar!