He tenido la suerte de ver a Chet Baker de cerca, el rostro marcado como un naipe, mientras sacaba su trompeta del estuche para llevársela a la boca. También he vivido a Camarón rompiéndose en cada tercio.
Una vez escuché a Rafael Amador cantar sin micrófono mientras pegaba una patá por bulerías, y otra vez vi a Rubem Dantas practicar el exorcismo con ayuda del cajón peruano. Por si fuera poco, he acariciado mis oídos con el violín de un zíngaro criado en las calles de París de nombre Stéphane Grappelli.
Todo eso y más lo he visto yo en el escenario del Johnny. No había algo mejor que hacer los fines de semana que acercarse a disfrutar de aquellos conciertos organizados por estudiantes y donde Alejandro Reyes iba a dejar una memoria emocionada.
Fueron momentos de mi crianza en Madrid, cuando en los bolsillos sonaba el dinero justo para elegir a cara o cruz si café solo o con leche en el bar de la entrada, mientras liaba un canuto. O dos. En aquellos tiempos, el Johnny combinaba los elementos necesarios para hacer literatura, quiero decir, memoria, deseo e incertidumbre.
Sin ir más lejos, tras la muerte de Carrero Blanco se llevaron preso a Morente con el Habichuela, quien le acompañaba a la guitarra. La culpa la tuvo un fandango que decía así: “Pa ese coche funeral / no quiero quitarme el sombrero, / pa ese coche funeral. / Que la persona que va dentro / me ha hecho a mí de pasar / los más terribles tormentos”. La pestañí se presentó en escena y multaron al Johnny con 100.000 pelas de las de entonces. Lo de Carrero Blanco viene de lejos.
Pero no me quiero despistar, pues, venía a decir que, hace unos años, los sicarios de la especulación inmobiliaria decidieron cerrar el Johnny como viene siendo costumbre, esto es, alegando leyes de oferta y demanda, libertad de mercado, igualdad entre dueños y propiedad privada. Pero como no se puede olvidar sin memoria y el Johnny es memoria viva, ahora se va a volver a rehabilitar.
Resulta que la Complutense se va a hacer cargo del edificio que alberga el Colegio Mayor San Juan Evangelista. Sin duda, es buena noticia que la memoria y el deseo hayan ganado la partida a la incertidumbre en el mismo sitio donde una noche Chet Baker dio su penúltimo concierto y Camarón cantó por mineras poco antes de despedirse para siempre.