¿Sirve la jornada de reflexión para acabar de decidir nuestro voto? “¡Qué reflexionen ellos!”, me dice una señora refiriéndose a los políticos. Estoy en una cafetería de un barrio de Madrid, y me he acercado con mi pregunta a una mesa en la que cuatro amigas que deben de rondar la cincuentena comparten anecdotario y merienda. “Como si no hubiéramos estado viendo todos estos meses los desahucios, el paro, la corrupción, los jóvenes marchándose del país porque no hay trabajo. Eso sí que da para una reflexión. Y encima los bancos chupando del dinero de todos y sin soltar una peseta. ¿Acaso quieren convencernos de que eso no ha pasado? Porque esa es la sensación que dan los políticos durante la campaña, sobre todos los del PP”.
Una tercera interviene: “Pues a los del PSOE ya les vale. Ir por ahí diciendo que son de izquierdas. Vaya jeta. Me parece una falta de respeto. ¿Se creen que la gente es tonta?”. Las cuatro se enzarzan en lamentos que recorren algunos tristes (por verdaderos) tópicos sobre los políticos: que son todos iguales, que sólo miran por sus intereses, que viven fuera de la realidad. De fondo, subyace la creencia de que el poder únicamente puede generar corrupción. ¿Para qué luchar entonces contra lo inevitable?
“La campaña electoral es una gran ficción”, afirma un exlibrero que lleva un año cobrando el paro. “Los partidos políticos, en vez de tomarse la campaña como una oportunidad para presentar sus programas, lo piensa como un megaevento. No hacen hincapié en sus propuestas, sino en el marketing. Y por eso la jornada de reflexión es otra ficción: si no se ha presentado nada, ¿sobre qué tenemos que reflexionar?”.
El exlibrero argumenta que en las elecciones europeas la mentira huele aún peor, porque nadie sabe nada lo que estas elecciones pueden suponer para Europa. Se ignora qué va a pasar en otros países y cuál es allí el debate, por no hablar de que ahora mismo quien decide en Europa no es ningún Parlamento, sino el Banco Central Europeo. Para este treintañero, las elecciones europeas no son más que un tinglado para que los políticos midan sus fuerzas y diseñen estrategias de cara a las generales. “Por otra parte, y volviendo a lo que me preguntas sobre si la jornada de reflexión tiene alguna función”, concluye, “a mí ese día me parece sencillamente un acto de vanidad por parte de los políticos. ¿De verdad se creen que la gente va a estar pensando en ellos? Son ridículos. Como Jerjes golpeando el mar”.
El dueño de un gimnasio me cuenta que las únicas elecciones en las que él reflexionó de verdad fueron las que sucedieron al 11M, afirmación ésta que me lleva a lo que días antes me dijo un jubilado: “La jornada de reflexión”, señaló, “es la consecuencia de un miedo histórico a que el día de antes de las elecciones se produjeran conflictos. Es hija de la represión, y no del pensamiento. A estas alturas de la película todo el mundo sabe si va a votar y a quién, y los políticos no quieren sorpresas de última hora”. Esta idea de que la jornada de reflexión no está pensada para los ciudadanos, sino para los políticos, la comparte una editora freelance: “Yo creo que ese día sirve sólo para que los políticos descansen y cojan fuerzas para la jornada de las elecciones. Es ridículo pensar que le sirve de algo al ciudadano”.
Sin embargo, otras personas a las que les he ido con esta pregunta me han contestado que por supuesto que la jornada de reflexión es de utilidad, aunque en un sentido bien distinto al que se le supone: “Sirve para que descansemos al fin de los políticos. Para que dejemos de verlos todo el día en la televisión y en la radio. Las campañas electorales son insoportables”, me dice un publicista.
Lo mismo opina una amiga suya que trabaja de teleoperadora, quien añade: “Si al menos concretaran algo. Pero todos suenan a lo mismo. Son mensajes del tipo 'nosotros vamos a solucionar el paro, la educación, la economía'. Lo dicen así, en abstracto, y al final te quedas con la idea de que ninguno tiene soluciones. Y además cuando un mensaje se repite tanto al final dejas de escucharlo, porque es como no decir nada”. Sólo una periodista ha afirmado tomarse en serio la jornada de reflexión: “Yo para ese día ya me he leído muchos programas electorales, y además me cabreo si alguien incumple la veda”.
Un norteamericano que pasa todos los años un semestre impartiendo clases en nuestro país sostiene que el espectáculo político español es cada vez más parecido al estadounidense: “La idea de la reflexión tiene mucho peso, pero se está derivando hacia una cultura que día tras día tiene menos capacidad para reflexionar. El debate en Estados Unidos se decanta por un formato cada vez más parecido al publicitario, donde en lugar de argumentar se dan mensajes encapsulados, en verdad eslóganes publicitarios para que la gente los digiera con facilidad. En España se camina hacia lo mismo, porque la simplicidad del mensaje es lo que más renta a los políticos. Y el bipartidismo es la estructura perfecta para ello”.
Del hartazgo del bipartidismo me habla una psicóloga y maestra ya retirada: “Yo con el 15M me di cuenta de que la reflexión está en otro sitio, no en el debate que imponen el PP y el PSOE. De esta campaña sólo me ha interesado lo que están proponiendo los nuevos partidos, como Podemos, aunque yo voy a votar a Izquierda Unida porque creo que es la fuerza política que más contrapeso puede hacer”.
El enfado con el PSOE es casi una constante en las pesquisas que he estado haciendo durante los últimos días para escribir la presente crónica, y a este respecto no han sido pocas las personas a las que les ha parecido una vergüenza que Ana Pastor, en La Sexta, haya dado protagonismo a Felipe González. También hay una opinión generalizada de que las cadenas de televisión y la prensa se centran demasiado en el PP y el PSOE. Se llega a la jornada de reflexión sin que muchas personas sepan qué plantean otros partidos. El exlibrero señala sobre este particular: “Incluso en la televisión pública, donde todos deberían tener cabida, se da prioridad a los grandes partidos, que ya ni siquiera son tan grandes porque han perdido buena parte de su electorado. Los verdaderos partidos, los que tienen un programa, hacen una campaña a largo plazo para convencer de verdad a la gente, y no sólo los días de campaña electoral”.
Una estudiante de arquitectura dice que lo que ella ve en su universidad es que la gente está cansada del bipartidismo, pero que no sabe a quién votar. “Vienen de lo que han votado sus padres, y sus padres son bipartidistas. En mi universidad yo diría que hay tripartidismo: PP, PSOE y Podemos. Se habla más de Podemos que de Izquierda Unida. Hay mucha indecisión, pero no creo que la jornada de reflexión sea determinante para que la gente se decida”.
La estudiante me cuenta también, un poco azorada: “Esto que voy a decirte es un poco feo, y además entiendo que cae en el estereotipo porque no todo el mundo es así, pero a la gente que conozco de mucho dinero que va a universidades privadas no le importa lo que sucede ni tiene interés por reflexionar sobre nada. Esa gente está en otra órbita”.
A mi pregunta, una directiva de una multinacional contesta que si tiene que concluir algo es el fastidio que le produce que en los partidos conservadores haya más mujeres con poder que en los progresistas: “Mira si no a Esperanza Aguirre, o a la lerda de la Botella. En cambio vi un debate de partidos minoritarios, la mayoría de izquierdas, y todo eran tíos. ¿Eso cómo se come?”.
En fin, no sé si esta crónica les dará materia para reflexionar hoy, aunque desde luego lo óptimo sería no dejar de hacerlo nunca. Por mi parte, la jornada de reflexión me recuerda a las misas dominicales a las que, cuando era niña, me hacía ir mi abuela en el pueblo durante los veranos, para así no tener que volver a la iglesia el resto de la semana. “Ya estás excluida”, me decía mi abuela al final de la eucaristía, de la que yo salía siempre con la hostia pegada al paladar. O dicho de otro modo y sin literatura: ¿no implica el llamar a una jornada “de reflexión” la idea de que los demás días pensamos poco?