El juicio imposible

Casi todos los que siguieron a través del televisor lo sucedido el jueves en Catalunya con motivo de la convocatoria de huelga general, tuvieron la impresión de que se vivió un ambiente pseudoinsurreccional. Todo eran movilizaciones con banderas independentistas, concentraciones gritonas y excitadas de huelguistas contenidas a duras penas por la policía, neumáticos incendiados cortando carreteras, algunas carreras y choques -aunque de escasa virulencia- así como complejas operaciones de desalojo de personas apalancadas en el suelo en actitud pacífica intentando obstruir el espacio público...

El paralelismo aparente con lo que nos queda en la memoria de, por ejemplo, las insurrecciones de la Primavera Árabe, era muy nítido, pero en este caso prácticamente todo era ficción. No más de unas cien mil personas, la mayoría jubilados y estudiantes, protagonizaron voluntaria o involuntariamente una convincente representación teatral de día caótico, porque la verdad es que el jueves apenas hubo huelga, no fue en absoluto general, tuvo nulo impacto en la industria, y consiguió escasísimo seguimiento en el transporte, comercio y sanidad. La prueba del nueve es que el consumo energético catalán se redujo en un ínfimo 3,7% respecto a un día normal. Aún así los voceros oficiales de esta protesta contra el juicio, voceros respaldados por la Generalitat, no solo calificaron la huelga de “éxito” sino que subrayaron que por sus dimensiones era la segunda mayor de los últimos 15 años, cuando únicamente fueron significativas las manifestaciones complementarias que hubo al atardecer en las grandes ciudades, después, paradójicamente, de la jornada laboral.

El independentismo ha conseguido acumular una excelsa calidad escénica y los directores de sus espacios teatrales callejeros son magníficos. En esta ocasión, conscientes de que no movilizarían a una parte significativa de la población, apostaron por el efecto --seguro, ya testado-- de un asegurado parón estudiantil generalizado que sumado a mucha gente del romanticismo separatista de tercera edad llevaría hacia las aceras y plazas de las localidades a la masa coral necesaria para que el espectáculo televisivo fuese convincente. Así, el jueves no hubo ninguna insurrección en Catalunya pero ópticamente pareció rozarse en contraste con una verdad tozuda: la mayor parte de la gente trabajó y vivió una jornada casi normal a efectos prácticos. Las únicas gotas de ácido las pusieron, gracias a la tolerancia policial --léase lentitud a la hora de actuar-- veinte o treinta grupos de CDR's aprovechando las horas que les dejaron para materializar sus obstrucciones duras. Pero el jueves, como representación teatral publicitaria retransmitida por TV, la jornada de huelga fue un espectáculo muy convincente y llamativo.

Pienso en esta falsa jornada insurreccional cuando veo cómo se desgranan en paralelo las largas horas de otro plato fuerte de la pequeña pantalla: el juicio sobre el Procés. Y valoro esa ya mencionada gran calidad de los directores de escena soberanistas cuando la pobre fiscal Consuelo Madrigal, que da cierta pena por su calidad dialéctica, intenta sustanciar junto a sus compañeros de tribunal elementos que avalen la tesis de que hubo violencia --y por lo tanto rebelión-- en los hechos que se juzgan. ¿Por qué? Porque mi tesis es que aquellos acontecimientos de la Rambla de Catalunya a la altura de la Conselleria de Economía fueron otra magna representación teatral de pseudoasedio, casi pseudorebelión, muy bien manejada y contenida por parte de quienes los pusieron en escena, pero no técnicamentre una rebelión. Considero que debieron ser delitos, como lo que sucedió en el Parlament en los momentos de la falsa declaración de independencia. Estoy convencido de que lo que se hizo merece alguna sanción, pero no fue esa rebelión que les quieren probar a Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, que manejaban la escena con más habilidad de la que muestran ahora quienes deben calificar su actuación. Puestas las cosas así, créanme: estamos en un juicio imposible por la misión imposible que tienen encomendada los fiscales y por las expectativas imposibles que ha creado el pensamiento ultra español respecto a los desenlaces que pueden producirse.

Respecto a este juicio imposible hay otro dato relevante: la ausencia de Carles Puigdemont en el banquillo. Es algo que no encaja con nada. O solo encaja con otra tesis que tengo: Puigdemont quiere, y tal vez deje que se haga en el futuro, un juicio pero que sea en solitario y en torno a su papel personal. Si estamos hablando de escenarios me parece que ese es el único que él debe contemplar.