Junqueras, Puigdemont, las gafas y la 'tribu'
Cuando Jordi Cuixart compartía cárcel con otros líderes del procés intentó que ahí dentro los dirigentes de Junts y ERC no siguiesen peleándose. Fracasó. Cuando salieron, fue el que mejor supo leer el nuevo escenario y en enero del 2022 anunció su intención de dejar la presidencia de Òmnium Cultural. Llevaba tiempo reivindicando que debían emerger nuevos nombres pero fue el único que predicó con el ejemplo.
“No podemos prescindir de nadie, pero las gafas del 2017 se deben reajustar a 2022. Un buen servicio que podemos hacer al país quienes tuvimos protagonismo en 2017 es ordenar las organizaciones, cada uno en su casa”, argumentó Cuixart.
Xavier Antich le sustituyó al frente de Òmnium en una sucesión que ha permitido a la entidad seguir haciendo su trabajo, intentando, también con un éxito limitado pese a los esfuerzos dedicados, que los partidos entendiesen que la unidad no se declara, se practica.
Si hay dos dirigentes que no podían reconciliar las diferentes facciones del independentismo eran y son Carles Puigdemont y Oriol Junqueras. Durante el procés lograron compartir una estrategia aunque fuese a trompicones, de manera forzada y sin afinidad personal alguna. El plan conjunto estaba diseñado hasta el 1-O y con no pocos problemas lo aplicaron, pero a partir de ese momento empezó un sálvese quien pueda que desconcertó a los votantes que esperaban asistir a la creación de una república catalana. Pensaban eso porque es lo se les había prometido.
Los ocho segundos de independencia, resumidos en el famoso meme con la cara de alegría y de desazón de la misma mujer tras la declaración más corta de la historia, todavía no se han explicado. Porque aún hay votantes que consideran que sus dirigentes fueron unos cobardes mientras intelectuales del movimiento siguen prometiendo la independencia con la misma fórmula del 2017, como si no se hubiese demostrado ya entonces su inviabilidad. Muchos de esos votantes y aspirantes a gurús en las redes han apostado por la abstención como castigo a las formaciones independentistas. Otros han mostrado una comprensión cuando no un apoyo a la xenófoba Aliança Catalana que debería asustar a cualquier demócrata, sea independentista o no.
Joan Tardà, un espíritu libre en ERC y que siempre ha abogado por priorizar las alianzas de izquierdas, alertaba este miércoles del error que cometería su partido si optase por radicalizarse. “No podemos construir proyectos de tribu y para la tribu”, resumió en una entrevista con Gemma Nierga. En todo caso, si un partido ha intentado atraer electores nuevos y en áreas como las grandes ciudades metropolitanas, donde el independentismo cada vez es más residual en comparación con la Catalunya interior, ha sido ERC. Logró avances pero ahora ha retrocedido de manera más que traumática.
Junqueras, pese a sus intenciones iniciales, no se quedará en la presidencia de ERC. Siendo cierto que es el líder que ha conseguido mantener pacificado el partido durante más tiempo y que tiene un ascendente importante en sus bases, intentó hacer ver que él no tiene nada que ver con el fracaso actual. Algunos sectores de la dirección consideraron que era una error que siguiese al frente y tras la larga ejecutiva de este miércoles ha anunciado que después de las europeas abandonará la presidencia, al menos temporalmente, para tomarse “un tiempo de reflexión” y decidir su futuro.
ERC celebrará un congreso extraordinario a finales de noviembre y será el momento de saber si su salida es definitiva. Durante el procés y después había hecho tándem con Marta Rovira. Ella veía más claro que era imprescindible una renovación al frente de la formación y ha anunciado que tras el congreso no seguirá como secretaria general.
Las maniobras de Junts
Puigdemont en estas elecciones tenía dos objetivos. Llegar primero y empequeñecer a ERC para erigirse como referente del independentismo. Le ganó Salvador Illa pero sí ha logrado situarse claramente por delante de los republicanos. Y tras el resultado del domingo, en un intento a la desesperada reclama a ERC sus votos para forzar un apoyo imposible, el del PSC, para ser investido president. Los republicanos, que aún no saben por dónde tirar, siempre tienen la posibilidad de prestarse al juego de Puigdemont para que fracase, y después permitir la investidura de Illa para evitar un bloqueo que comportaría unas nuevas elecciones en las que ERC probablemente se hundiría todavía más.
Junqueras pasó de dejar tirado a Puigdemont cuando este quiso convocar las elecciones en octubre del 2017, algo que les hubiese ahorrado a todos ellos muchos de los problemas posteriores, a erigirse como referente del independentismo sensato en un viraje tan rápido que despistó a muchos de sus votantes. Ha aguantado todo lo que ha podido (o le han dejado) y veremos qué decide tras el periodo de “reflexión” que se ha dado, una vez se hayan celebrado las europeas. Y Puigdemont, que ya tenía previsto irse a Bruselas días antes de votarse la DUI, reclama siete años después “acabar el trabajo” iniciado también ese otoño del 2017 aunque sin más aclaraciones. Ahora bien, ha prometido que si no consigue ser investido no seguirá en el Parlament. Si cumple su palabra, la política catalana y en especial el independentismo podrán empezar a mirar hacia adelante.
Ni en el 2017 había plan ni lo hay ahora porque de lo que se trata es de mantenerse en el poder. Junts, que ya reconoce que es Convergència, tiene un concepto patrimonial del independentismo, del país y en su momento del Govern. Como Pujol les enseñó durante más de dos décadas.
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