Si alguien hubiera planeado describir esa confrontación de una forma gráfica, no lo hubiera hecho mejor que el Círculo de Bellas Artes de Madrid al acoger el mismo día y a la misma hora la presentación de los libros del periodista de La Vanguardia Pedro Vallín y de la ex portavoz del PP Cayetana Álvarez de Toledo. Arriba, en la sala más alta de la planta 5ª, con potente luz blanca y sillas de quitar y poner, Vallín. En la 2ª, la del Teatro con butacas y platea, en penumbra para dejar el foco en el escenario, Cayetana. Vestida con un traje rojo largo, sin mangas en noviembre, casi evocaba a la diva de El Crepúsculo de los dioses en su performance. Cámaras múltiples para ella.
Pedro Vallín recoge en su libro -“C3PO en la Corte del Rey Felipe”- la crónica de una década de política en España. Tiempo especialmente intenso que, con todo el peso de nuestra historia, venía de una crisis mundial, se abrió en el 15M y se atascó en 2015, cuando el voto de los ciudadanos dio el mismo resultado que tardaría cuatro años en plasmarse en gobierno. Vallín habla de política pero, si la política es la vida, llena sus reflexiones de un inmenso anclaje en la cultura de ayer y de hoy, en el pensamiento que nos nutre desde siempre y el que abre ventanas al futuro, la información, -ay, la información-, los patinazos y los fundamentos. Es una inmersión total plena de sugerencias. El lado luminoso para ver.
Un hilo fundamental recorre el libro de Vallín: los periodistas no damos fe de la realidad, la contamos. Con toda la técnica del relato, del storytelling -ya incorporada hasta casi instintivamente a nuestro quehacer- . Por eso, resultaba tan patente la teatralización con la que se presentó Cayetana Álvarez de Toledo, dado que muchos políticos se cuentan también a sí mismos y no como son. Sola en el fondo, sin la presencia de ningún cargo del PP, sí de Ciudadanos, alguno de Vox y Vargas Llosa. Y anunciando acto conjunto con otra política en declive: Inés Arrimadas. En busca del “reagrupamiento” del “centro-derecha”, dijo, dejándonos perplejos su equilibrio geométrico. El lado oscuro, que vive y muere matando, insultando, en su ser endogámico. Tan creído de sí mismo que cruje en patetismo. El de Ayuso y Almeida –gestores de Madrid-, que han querido manifestar de forma explícita su ser mezquino al no asistir al entierro de la escritora Almudena Grandes, ni mostrar condolencias públicas. La infinita pequeñez moral. La triple derecha del Ayuntamiento, Vox, PP y Cs también han rechazado hacerla Hija Predilecta de Madrid. Una escritora excelente y una persona libre y generosa, muy querida por la ciudadanía, no cabe en sus cabezas hundidas en las tinieblas.
Los focos se empeñan en mostrarnos el lado oscuro, el de quienes manipulan la fuerza de todos a su favor. Los atrasistas frente a los progresistas, el Estado profundo en pugna con la democracia liberal, en palabras de Pedro Vallín. Por tanto, si me acompañan, cerramos la puerta a las sombras de la segunda planta y subimos a la claridad de la quinta.
El libro de Vallín, pleno de información e información valiente, utiliza el cine, la literatura o los videojuegos para contar verdades profundas, con ironía a veces e imaginación. Por ejemplo, cómo el Consejo General del Poder Jedi condujo a la República Galáctica a la tiranía. Quizás porque la remozada involución tiende a usar los mismos procedimientos con los que se enfrentaba la vieja. O porque a esta sociedad le facilitan la comprensión los símbolos más accesibles y llamativos. El relato.
Encontraremos a Pablo Iglesias en la Piscinas del Gran Gatsby en su final político. “El crimen de los Buchanan lo ejecuta un pobre hombre. Cuña de la misma madera. He ahí la expresión perfecta del privilegio de clase”. Y es que Gatsby creía en la luz verde, en el orgiástico futuro que año tras año retrocede delante de nosotros (…) pero ¡qué importa, mañana correremos más deprisa…, reseña la novela de F. Scott Fitzgerald.
La culpa profunda del periodismo. El relato de nuestros males llenaría, llena, varias páginas. Buena parte de ellas se escriben en el lado oscuro y se difunden desde el mismo ángulo. “De la corrupción política bipartita a las cloacas del Estado, la esclerosis judicial y filtración de una secta católica ultra en las organizaciones gremiales de las profesiones liberales (…) o la creciente desigualdad”. Pero hasta para opinadores progresistas, su lugar como objetos deplorables lo ocuparon el independentismo y Podemos. Y así “el problema del país no es que el Ministerio del Interior llegara a cobijar una Stasi con olor a sobaco viejo y lejía barata”…
Surgió en la mesa de la presentación la evidente masculinización que ha venido presidiendo la política española. No puede ser Vallín menos tópico en sus análisis y menos machista, y sin embargo se coló la manida hipótesis de que la épica solo puede ser masculina. En nuestros asientos se removieron desde Agustina de Aragón a Flora Tristán, aquella pionera que surcó los mares desde las costas francesas hasta el Perú, en viaje de ida y vuelta, reivindicando los derechos de los parias y de las mujeres. La primera en hablar de socialismo. La que sería abuela de Gauguin.
No es una anécdota, es tiempo de búsquedas identitarias, y no se erradica esa imagen de la mujer que no puede ser protagonista de una épica que encuentra soluciones. Y las hay hoy, hasta ministras vilipendiadas por ser mujeres y de izquierdas, que aguantan a pie firme por convicción.
Tres pisos más abajo había otra mujer nada dócil y dialogante, busca el apoyo y no oculta su cara crispada al límite cuando monta pollos al progresismo. Épica femenina hay, en el lado luminoso y en el oscuro.
“El miedo es el camino hacia el lado oscuro. El miedo lleva a la ira. La ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento: percibo mucho miedo en ti”, dice el maestro Yoda mirando con ojos inquisitivos al moderador de cualquier programa de radio o televisión que irradia los miedos de Madrid Corte.
El lado luminoso y el lado oscuro no son las dos Españas, sin embargo. Porque hay muchas más de dos. Ni siquiera 51. “La nación española existe en unos territorios concretos que no son los de todo el Estado. Nunca ha sido hegemónica en la totalidad del territorio, a diferencia de la francesa o la italiana. Las tensiones territoriales surgen porque estaban ahí, dice Vallín, en sintonía con otros autores.
Un cúmulo de ideas difícil de encontrar en esta sociedad que por extender el tirón de la fama llega con ella a la autofagia, bien cocinada, eso sí. Para repensarnos y afrontar los retos. Lo que hoy se debate es lo mismo que desde hace una década y mucho más, una pugna entre la transformación y la resistencia. La novedad reseñable es la transparencia de todo, la obscenidad cegadora de un mundo sin biombos que desnuda los hechos, aunque conviva con la desinformación, se despliega en su innegable estatuto de realidad, va desgranando Pedro Vallín.
El poder de las historias es construir una sociedad política y concernida. Y el autor espera, dice, ser parte de la tribu. En la amplitud de la comunicación donde todos navegamos nos reconocemos en un lado u otro, y en la ubicación precisa. La mayoría lo hacemos. En mi caso me adscribí de alguna manera a Vallín un domingo de agosto en pandemia y confinamiento al leer un antiguo artículo suyo que funcionaba de nuevo. Hablando de llegadas, lo hacía de partidas. Y citaba a Gustave Flaubert sonando a gloria en una caldera rota:
“La palabra humana es como una caldera rota en la que tocamos música para que bailen los osos, cuando querríamos conmover a las estrellas”.
Y esto es impensable en el lado oscuro.