Qué le pido a 2025 para la izquierda
Es imposible saber cómo va a transcurrir este año 2025. Aunque sea insistir en una obviedad, lo cierto es que nadie estaba preparado para lo que ocurrió en el año 2020 cuando estalló la pandemia del coronavirus, y pocos se hubieran imaginado que con el comienzo del año 2021 veríamos en directo la invasión al Capitolio de Estados Unidos por parte de una turba de exaltados ultraderechistas. Por citar sólo algunos ejemplos que ponen de manifiesto que la inmensa mayoría de los fenómenos que han moldeado la política reciente estaban completamente fuera del radar.
Sin embargo, hay otro tipo de fenómenos que son más predecibles, aunque no necesariamente controlables. Por ejemplo, sabemos que es muy probable que en el año 2025 se rompa otro récord de temperatura global en superficie. Y, en consecuencia, también es altamente probable que ciertos fenómenos climáticos extremos golpeen con dureza algunas regiones del planeta. Este tipo de eventos no son completamente predecibles, pero sí son esperables. Lo lógico sería que la sociedad humana se preparara para ellos, aunque viendo la gestión del presidente de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón, también sabemos que todo puede ir en la dirección contraria a lo que sugiere la razón.
Tampoco sabemos cómo va a evolucionar el panorama político en España, aunque tenemos algunas pistas relevantes. Por un lado, las derechas están en su momento más fuerte desde hace un lustro. Las encuestas señalan que una coalición entre la derecha y la extrema derecha sería la opción ganadora en unas hipotéticas elecciones generales, algo que se explica por el natural desgaste de un gobierno progresista con capacidad de intervención limitada y por la militancia descarada de muchos jueces y medios de comunicación conservadores que se han echado en brazos de la reacción. El clima político global, con Estados Unidos gobernado por los sectores más extremistas, y con estos apoyando a las ultraderechas europeas, hace que las derechas españolas entiendan que tienen una gran oportunidad.
Sin embargo, esta oportunidad también estaba presente en el verano de 2023. No obstante, algo se torció para las derechas en aquellas elecciones, y el resultado fue que por muy poco margen el gobierno progresista pudo revalidar su mandato. El Gobierno salió debilitado, pues sus alianzas ahora dependían del apoyo de algunos partidos conservadores, pero se impidió la llegada de las derechas al gobierno. Ahora bien, una de las condiciones imprescindibles para tal hazaña fue la unidad electoral de la izquierda, circunstancia que se deshizo a los pocos meses. En consecuencia, ahora mismo no hay forma de repetir aquella gesta y las derechas podrían obtener escaños suficientes con los que gobernar cómodamente.
Llegados a este punto, ¿cuáles son las razones que explican la actual falta de unidad? Un análisis de los discursos y prácticas actuales concluiría que se trata de razones ideológicas y estratégicas.
Por un lado, Podemos está ocupando el margen izquierdo del tablero y dedica importantes energías a acusar a SUMAR y a sus aliados de ser excesivamente moderados. Levantando ampollas al gobierno por su izquierda, de momento está logrando el objetivo de conseguir que sus pocos diputados del grupo mixto saquen la cabeza y sigan existiendo en el imaginario público. SUMAR, por el contrario, parece haberse retraído a la mera gestión institucional, mientras termina de aclarar el estatus con el que queda el partido político que hace un año y medio se fundó para ser el paraguas de todos. Por otro lado, los principales partidos aliados de SUMAR -Más Madrid, Compromís, Comunes e IU-, y que son los que realmente tienen algo de músculo militante en los territorios, han tomado una distancia prudencial respecto del conflicto y siguen lógicas propias. Pero en general, para el espacio político las diferencias parecen insuperables y el puzzle irresoluble.
¿Cómo cuadramos el círculo y reunimos a gente que una vez estuvo junta pero que ahora no quiere verse ni en pintura? ¿Tan hondas son las diferencias ideológicas? ¿No quieren acaso todas ellas transformar la sociedad y, al mismo tiempo, frenar a la bestia fascista? La política transformadora tiene que ver con políticas que cambian la vida de la gente, como subir el salario mínimo o mejorar la sanidad pública. Todos estarán de acuerdo con esto, y esta es la idea que subyace al clásico «programa, programa, programa» que popularizó Julio Anguita. Por eso es natural preguntarse si, al fin y al cabo, esto no es fácilmente resoluble sentándolos a todos en una mesa y obligándoles a que se pongan de acuerdo en una serie de medidas mínimas.
Esa sería una respuesta demasiado ingenua. Esta perspectiva clásica ignora dos aspectos centrales de la política: el poder y los liderazgos. Aquí me centraré en el segundo aspecto, poniendo de relieve que en un contexto de mediatización de la política -en el que las políticas están insertas en relatos e imagen- los liderazgos son vehículos esenciales, tanto o más que los programas. De hecho, las políticas concretas están encarnadas en líderes y en símbolos, y de hecho no existen sin éstos.
Cuando el anterior gobierno había cumplido un año, los ministros de Unidas Podemos eran ampliamente conocidos por la población. El menos conocido era Manuel Castells (40%), pero el resto era reconocido por más de la mitad de la población, como era el caso de Yolanda Díaz (60%), el mío propio (80%), Irene Montero (86%) y Pablo Iglesias (96%). Por el contrario, transcurrido un año desde el nuevo gobierno, los ministros de SUMAR son en gran medida invisibles. A Sira Rego, a pesar de haber sido previamente eurodiputada durante cinco años, sólo le conoce un escasísimo 15% de la población. Pablo Bustinduy, uno de los líderes actuales más brillantes y con más calidad y potencial de crecimiento, apenas es conocido por el 21%. Ernest Urtasun, además portavoz de SUMAR, es conocido por el 31%. Mónica García roza el 50% de conocimiento, mientras que lógicamente Yolanda Díaz sí alcanza el 95%. La traducción inmediata de estas cifras es que, actualmente, la mayoría de las políticas procedentes de estos ministerios no son ubicadas políticamente por parte de la mayoría de la población; es decir, la gente corriente no es capaz de saber si esos ministerios son de SUMAR o no porque ni siquiera conocen a quiénes los encabezan.
Este es un problema importante para SUMAR que ya se habrá detectado por sus dirigentes. Y es que la bastante decente gestión de casi todos sus ministerios no es capaz de brillar debido a los cortocircuitos constantes que implica la propia guerra civil en la izquierda, pero también por el hecho de que sus dirigentes apenas son conocidos. Si no te conocen, en realidad da bastante igual si lo haces bien o mal; simplemente no existes. En política ser un buen gestor no implica en absoluto un posterior reconocimiento electoral, y sin una narrativa estimulante puede de hecho no servir para absolutamente nada. El riesgo que corre SUMAR es que su gestión quede engrisecida mientras se instala en el imaginario público que no existen grandes diferencias con lo que hace el PSOE y sus ministerios. Y ese es un traje en el que muchos intereses, empezando por Podemos, quieren que encaje SUMAR.
Todos los partidos están colocando sus piezas de cara al próximo ciclo electoral. Sin duda Podemos pondrá en parrilla de salida a sus dos activos esenciales, que son Ione Belarra (conocida en 2023 por el 72,5%) e Irene Montero (conocida por el 95%). Esos altos porcentajes les proporcionan una ventaja: digan lo que digan, serán escuchadas. Puede que sus valoraciones sean más bajas, resultado también de más años de trayectoria -como en el caso de Yolanda Díaz-, pero existen en el imaginario público y contribuyen a formar opinión.
Todos los citados son los principales actores que decantarán las posibles alianzas de la izquierda en España. Hay otros dirigentes relevantes, como el coordinador de IU, Antonio Maillo, pero que al estar fuera del espacio institucional cuentan con altas desventajas. Un perfil público nuevo tiene el potencial de crecer -y además está limpio de valoraciones negativas- pero necesita tiempo para darse a conocer. En consecuencia, es difícil que emerjan líderes nuevos que sean competitivos frente a los ya consolidados. Así que en gran medida las piezas que habrá para el próximo ciclo electoral son las que ya están encima de la mesa.
Un problema de que la actual política esté vehiculada a través de los dirigentes y sus liderazgos es que, evidentemente, cobra mayor importancia el factor personal. En tanto seres humanos, somos frágiles, vulnerables y tenemos sentimientos que pueden herirse. Todos los dirigentes acumulan agravios, muchas veces ocasionados por sus propios compañeros de viaje, y es difícil apartar ese hecho cuando se hacen valoraciones políticas. Superar ese factor es de gran importancia para una política racional, pero es mucho más difícil de lo que parece. Abrir la caja negra de la política supone encontrarse con estas cosas: con personas de carne y hueso que opinan y toman decisiones no sólo empujadas por argumentos racionales sino también por pulsiones y afectos primarios.
El grupo dirigente del espacio político está, como sus diferentes partidos, dividido. Reconstruir eso no es solo una cuestión ideológica sino también afectiva. Y esta tarea es quizás más difícil. Incluso en el extremo de que las diferencias ideológicas fueran reales -y no sólo un juego de tácticas para ocupar nichos políticos con oxígeno suficiente-, la construcción de un espacio diverso y plural ideológicamente ya ha tenido precedentes en la política española. Esta es la parte relativamente sencilla. La parte complicada es reconstruir los lazos de afinidad y/o confianzas suficientes que permitan una mínima colaboración.
Yo creo que es una tarea complicada, pero necesaria para el país. Quisiera ser claro en esto, ya que para mí es evidente que la unidad, sobre todo si está mal construida, puede no ser suficiente para evitar el desastre. Pero lo que está claro es que sin unidad el desastre está asegurado. Y ese escenario me aterra. Como principio básico, me gusta estar en el lado opuesto de donde están los intereses de la extrema derecha. La cuestión, entonces, es ver cómo se pueden crear las condiciones para que lo que hoy es imposible no tenga por qué serlo el día de mañana.
En consecuencia, lo que le pido a 2025 para la izquierda es que sus dirigentes hagan un esfuerzo adicional por apartar viejos -y seguramente justificados- agravios, de tal manera que así creen las condiciones para un encuentro electoral próximo -quizás puntual, pero en todo caso igualmente necesario-. Soy consciente de que todos los partidos seguirán acumulando fuerzas -torpe o inteligentemente, y en la forma, entre otras cosas, de dirigentes mejor valorados- de cara a un escenario de confrontación electoral. Pero me gustaría pensar que serán capaces también de dejar una oportunidad abierta al diálogo futuro, lo que comienza siempre con un armisticio discursivo. Destensar, desescalar, bajar el balón al suelo. Ojalá.
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