El lenguaje del pelo

4 de febrero de 2023 22:04 h

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Al pelo le sale ideología hasta por las orejas. Pongamos una rubia de bote y melena planchadísima hasta los hombros (no es muy arriesgado apostar por dónde irá su voto). Pongamos un adolescente con permanente y dibujos en la nuca rapada (es previsible saber qué le ronda la cabeza).  

El pelo es política. Es poder. Es sumisión. Es rebelión. 

Leemos en las revistas de belleza titulares de este pelo: “Guía completa sobre reflejos”, pero lo que de verdad refleja el pelo es la historia de la humanidad, la cultura y la colonización.

El pelo es lenguaje. Es una forma de hablar y de que te callen la boca. Y pone los pelos de punta descubrir cómo los peinados, los alisados y las rastas muestran con pelos y señales el pasado y el presente colonial.

Es un asunto muy estudiado y en lugares donde viven mujeres afro está cambiando los peinados, no por moda (¡uoh, qué trendy!), sino por activismo (¡vale ya!). 

Emma Dabiri, una académica especializada en Estudios Africanos, cuenta en su libro No me toques el pelo (Capitán Swing) que a las esclavas africanas no les dejaban hablar ni peinarse como querían (dos expresiones de una misma humillación). Y hoy, todavía, se desprecia y se censura el pelo de las mujeres negras. Algo así como si el cabello caucásico fuera el lenguaje educado y civilizado, y el cabello afro fuera el habla salvaje y malsonante. 

Dice Dabiri que en Sudáfrica siguen apareciendo noticias de niñas expulsadas de clase porque no se alisan el pelo. Los presuntos educadores lo justifican con el argumento de que el cabello afro cuando no está alisado está sucio. Y así, en realidad, lo que hacen es jugar sucio con el lenguaje. 

Llevar el pelo en su estado natural no implica que no se lave. Pero desde la época del colonialismo hay mucho enredo con las palabras. Al pelo afro le pusieron estas extensiones: áspero, seco, salvaje, difícil, rugoso, duro, crespo. “Hemos recibido como legado esta lista de términos peyorativos que se consideran los apropiados para describir en su plenitud un pelo de textura afro”, explica Dabiri. “No tenemos una lista de palabras que reflejen las cualidades del pelo afro, términos que demuestren sus puntos fuertes, su belleza y su versatilidad”. 

El concepto de belleza del pelo se ha creado en función del cabello caucásico (el de los colonizadores): liso, reluciente, lustroso, suave, suelto… Y así, “cuando pensamos en lo que nos enseñan qué es un pelo bonito, las características del pelo afro brillan por su ausencia”. 

Brillar por su ausencia”: interesante juego de palabras porque el brillo también entra en esta dinámica de poder. El pelo correcto, profesional y deseable es el brillante (el caucásico) y el pelo apagado, feo y descuidado es el mate (el afro).

Cuenta Dabiri que un tribunal federal de Estados Unidos sentenció que era legal despedir a una empleada que llevaba rastas porque ese peinado era “poco profesional”. ¡Qué manera, otra vez, de coger por los pelos las dinámicas de poder! 

Y una vez más se ve “cómo opera el lenguaje en la política del poder”. Al pelo afro, a las rastas, al que crece hacia arriba, lo describen como alborotado, rebelde, inmanejable. “El lenguaje que ahora se considera culturalmente inaceptable (el lenguaje de las colonias o de las plantaciones, el lenguaje empleado en otros tiempos para describir a la gente negra) no ha desaparecido: simplemente se ha trasladado a la zona de la cabeza”.

La investigadora en Estudios Africanos explica que el pelo afro ha estado siglos estigmatizado y en muchos lugares, todavía, es un tabú. La colonización obligó a que las mujeres afro escondieran su pelo natural en trenzas, extensiones, rizados y, sobre todo, alisados. Alisar (el pelo) para asimilar (a la población).  

La respuesta a esta maraña de explotación y opresión que denuncian muchas mujeres afro tiene este nombre: “movimiento del pelo natural”. Dabiri lo define como “un nuevo despertar colectivo de las mujeres negras”. Apareció hace algo más de una década en Estados Unidos y pronto se extendió a África, Francia y Reino Unido. “Era la primera vez que veía una auténtica aceptación de mi textura capilar”, escribe, “de la pelusa mate y mullida que se puede retorcer, estirar, enrollar y rizar de todos los modos imaginables”.

Y ese término llevó a este otro: “el gran corte”. Esto ocurre cuando una mujer, harta del alisado, se corta el cabello tanto como puede para que crezca por fin su pelo natural. Tal como es. A su aire. A su antojo. Es un “¡ya está bien!” en lo alto de la cabeza.