¿Pero qué les pasa con los árboles?
Llevo tiempo preguntándome qué demonios le pasa a la derecha con los árboles. Me resulta un asunto de lo más misterioso. Y no es cerrazón ideológica, de verdad. Puedo llegar a comprender, aunque no las comparta, muchas de las ideas liberales y conservadoras. Los fetos tienen alma. No lo creo, pero vale, entiendo por qué lo dicen. Lo privado funciona mejor que lo público. Permite que lo dude, pero OK, es tu apuesta. Los plumíferos sin mangas son elegantes. A mí me parecen chalecos con esteroides, pero, en fin, para gustos los colores. Ahora bien: ¿los árboles? ¿Qué problema puede tener alguien con los árboles? Nadie te pide que los abraces, ni siquiera tienes que regarlos. Si no te gustan, esquívalos y punto.
He hecho el esfuerzo de escuchar con atención al PP, especialmente al de Madrid, cada vez que el tema sale a colación. Al fin y al cabo, no soy botánico. A lo mejor, pensaba yo, FAES sabe algo que los demás desconocemos. Quizá estoy tan cegado por lo woke que no me he dado cuenta del tremendo peligro que suponen los árboles para la especie humana. Pero ni el PP ni FAES aportan claridad alguna sobre el asunto.
Hubo un momento en que, de tanto darle vueltas, creí hallar la solución. Me dije: “¡ajá!, ¡quitan los árboles para ganar sitios de aparcamiento!”. No me pareció descabellado. Después de todo, a la derecha le gustan los coches casi tanto como fetos. Pero luego descubrí que también talan en calles y plazas donde los coches no pueden entrar y ahí murió mi hipótesis.
Era muy frustrante. No parece haber ninguna razón que podamos considerar lógica. No es algo racional. Pero entonces ¿qué les pasa? ¿Ansia destructiva? ¿Maldad? No lo creo. Tras mucho pensarlo, he concluido que es una cuestión de autodefensa. Lo que le pasa a la derecha, no hay otra explicación, es que le tiene miedo a los árboles.
Así dicho puede parecer estúpido. ¿Cómo puede alguien temer a un olmo o a un ciprés o, más ridículo todavía, a un limonero? Ocurre que los vericuetos de la mente son casi tan insondables como los de la política local y autonómica. La fobia a los árboles existe, lo sabemos porque tiene nombre. Se llama dendrofobia, del griego dendro (árbol).
Quienes padecen este extraño trastorno sienten un miedo irracional al árbol en su conjunto y también, atención, a sus partes. Esto implica que les angustian, por separado, el tronco, las ramas, las raíces y las hojas (los frutos, por algún motivo, no). La sintomatología es muy real. Los dendrófobos pueden llegar a experimentar náuseas, palpitaciones y ataques de pánico agudos en presencia de un árbol o de una parte.
Estoy convencido de que es lo que le ocurre a la presidenta de Madrid y al alcalde de la capital. No es vileza ni amor por lo gris, ni tampoco es un plan para fomentar los golpes de calor e ir así, poco a poco, acabando con los más débiles. Es puro y simple miedo. Que, por otra parte, es lo que mueve casi siempre a la derecha.
25