Hay labores que son de difícil ejercicio en España. Una es la de ser librepensador. La tarea pensante solo tiene valor si esa reflexión interior sale afuera y se proyecta con altavoz para que llegue a otros. Pero ¿adónde? ¿Es sólo dirigida a los que se identifican parecido a nosotros en las ideas? ¿Puede ir dirigida a la sociedad en su conjunto y no sólo a un sector muy marcado y auto significado? Si es librepensamiento, no.
Pero no cualquier pensante (no confundir con escribiente) es libre. Ni mucho menos. La radicalidad de la libertad obliga a tomar distancia de los partidos políticos, sus ideologías y sus facciones. Pero de todos, incluso de los teóricamente próximos. Obliga también a tomar distancia respecto del medio donde se publica. Este suele tener una orientación a la que se puede, más o menos, identificar con matices, asimilar o encajar quien escribe. Pero repito, no por ello, es pensador un articulista o escribiente. La libertad es esencial, sin orillar temas que puedan no gustar o ser compartidos por ese medio concreto. La crítica y la autocrítica a los más cercanos es una condición para ser librepensador. Yo soy muy crítico (solo juzgando hechos) con quienes me siento más lejos. También con los que me decepcionaron. Pero asimismo, en cuanto a los que pudiera sentir más cercanos.
También el escritor ha de tener una cierta distancia, bien entendida, respecto a los lectores. Los articulistas (tampoco son por ello pensadores) saben a qué público se dirigen y eso les hace modular tanto el tema analizado como el enfoque y buscan en ocasiones –y es comprensible– complacer o sintonizar con la mayoría de esos lectores de ese medio. O al menos, no molestarles. Y acaso tampoco a los que son “comentaristas” más frecuentes y más activos.
En todo caso, vengo observando cómo un número creciente obvia cada vez con más frecuencia temas que les pudieran grajear polémicas críticas de una parte de los lectores que opinan. Es más fácil criticar lo ajeno, lo exterior, lo contrario, lo indefendible, lo fácil y unánimemente rechazable (Franco, Trump, Rajoy) que hacer una reflexión crítica sobre ciertas actitudes de los ideológicamente más próximas a los lectores o a uno mismo. Esto es peligroso, pues una tribu o una facción de la tribu (generalmente la más extremosa e intolerante) puede devorarte.
Alguna vez he explicado que por mi parte escribo desde la subjetividad, desde lo que veo, lo que siento, lo que me irrita, lo que sueño; desde mis latidos y mis propios ojos. Desde lo que soy. Y eso no se tiene por qué negar ni ocultar en una falsa equidistancia. Pero también intento tomar una perspectiva que me permita ser sincero y no cerrado. Que me haga ser coherente con lo que critico o lo que propugno. Hay una cosa que detesto: el dogmatismo. Sé que hay personas que tienen un absoluto convencimiento y consideran sus ideas las únicas válidas. Yo sé lo que me inquieta y busco: la libertad como elemento básico para poder predicar la igualdad y la justicia. Desde esos postulados muy genéricos, intento reflexionar desde la absoluta sinceridad. También a veces desde los interrogantes. En este sentido, permítanme recomendar el último libro de mi admirada catedrática de Ética, Victoria Camps: Elogio de la duda. El librepensador también debe tenerlas a veces en su proceso reflexivo hasta que fija una posición.
Frente al absoluto convencimiento, creo que las ideas propias, aderezadas con mucha libertad y con algo de duda y nada de dogmatismo, son fundamentales. Eso es ser librepensador. Y esto, como antes expresaba, es peligroso, en España. Junto a las mordazas del poder que limitan la libertad de expresión, hay otras, incluso las que nos construimos para sobrevivir. Durante años escribí en prensa de papel que abandoné al ver unos rumbos desconcertantes. Ahora, tras once años, sigo acogido en El Periódico de Cataluña. El resto son digitales varios, especialmente eldiario.es. La libertad de enfoque que tengo es total.
Este medio me ha dado voz para amplificar mis ideas, reflexiones y análisis, acertados o desacertados, pero como decía, siempre implicado y muy libres y nada dogmáticos. Hay articulistas en bastantes medios escritos o digitales que están condicionados por los lectores y quieren evitarse problemas y críticas. Les comprendo. Y sé que algunos adoptan esa actitud huyendo de temas delicados y motivados por experiencias de comentarios muy críticos y hasta intolerantes u ofensivos. Yo no rehúyo las críticas y hasta me aportan a veces. En cambio, sí que me molestan los comentarios con carga personal hiriente o descalificatoria dirigidos a quien escribió el artículo, sea yo u otro, incluso otro lector.
Me pregunto cómo, estando más que latente la crisis interna de Podemos en los últimos meses, son escasísimos los artículos desapasionados y libres que no hayan analizado esto desde el exterior en los medios digitales progresistas. Los articulistas más cercanos a ellos se callan para evitar ser encasillados en los combatientes. Los más críticos, siempre acusados de ser pro-PSOE, serían triturados. Si alguien hubiera salido a reflexionar críticamente y en libertad (dejando a un lado faenas de aliño) sobre lo que estaba y está sucediendo ya en Podemos sería devorado por los lectores más radicales y más faltones. Yo lo he hecho en dos ocasiones en Quo Vadis, Podemos y Cuídense Muchachos (aparentemente referido a Nicaragua, pero que iba al corazón de Podemos).
Pero pocos más hay, salvo acaso a partir de ahora, que el huracán parece dejar ya destrozos. Y me da pena que haya gente que podía y debía ejercer, desde la proximidad o la distancia (da igual), opinión sobre lo que tiene el riesgo de ser el fracaso de un proyecto muy ilusionante de cambio y que se tambalea o desvanece. No estoy en la mente de compañeros de columnas de este u otros medios pero acaso me pregunto si alguno está evitando ser fustigado.
Algunos de ellos lo han sido en el pasado y con mucha crudeza, sin que desde el medio informativo se cortase. Así, es el articulista quien está ejerciendo una autolimitación. Por eso, como antes decía, es más tranquilo meterse contra elementos que todos los lectores del medio compartan: Trump, Trillo, Rajoy, la corrupción, las eléctricas, los bancos, etc. Todo eso está muy bien pero no puede ser elemento para evitar críticas aceradas de lectores –comentaristas que, en no pocos casos están en posiciones radicales, lo cual es legítimo–. Pero que deja de serlo cuando dan maltrato personal al articulista o a otros opinantes.
Siempre he sido partidario de la participación de los lectores. Pero con unas reglas donde no vale todo. Sobre todo, evitar el trato despectivo personal. Lo he visto dirigido a otros (y me molesta), pero también lo he sufrido. Aunque toda generalización es injusta, los periodistas tienen parecida piel y encaje que los políticos. Una buena epidermis. Quienes no somos profesionales de ello, podemos ser más sensible y cuesta admitir tonos ofensivos. Aunque no sean insultos directos, hay descalificaciones personales que no aportan nada. Por ello, aun siendo muy importante la libertad de expresión y la participación de los lectores, también es fundamental que los medios digitales establezcan líneas claras en cuanto al tono, evitando se publiquen comentarios de mal carácter.
Un librepensador no puede quedar condicionado por los lectores a la hora de tratar críticamente temas que pueden acarrearle descalificaciones, como a veces se publican. Y no debe refugiarse en temas más comunes y más ausentes de crítica del lector sino de elogio. Y si se es más duro con los poderes fácticos, mejor. Para eso, a la inversa, nos pasamos al ABC donde sin leerlos, ya sabemos lo que dicen cada uno, y todos van en la misma línea porque llevan diciendo lo mismo décadas.
Ser un librepensador de verdad es, ciertamente, muy complicado en España. No pocos desde postulados de la derecha no saben qué es eso. Y desde la izquierda hay gente que actúa con parecido dogmatismo. Incluso, desde esta corriente, se tiene muy olvidado a Antonio Machado. Era aquel republicano que decía aquello de “españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Todavía quedan supervivientes náufragos.