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Machos de ascensor parlamentario

Lo lamento, apreciadas hermanas de Femen. Mostrarle el caballero Gallardón a vuestros pechos no ha sido la mejor de las ideas. Tratándose de una parte tan sensible –a la par que simbólica– de la anatomía femenina, exponerla a las radiaciones perversas de la bancada ultra católica, reconvertida a la democracia para minarla por dentro y abrumarla por fuera, me parece, así a bulto, ya muy peligroso. Pero concretar vuestra protesta proabortista –tan justa– en el ministro de Justicia constituye un riesgo de peligro atómico con carcoma. Por no hablar de la mueca sarcástico-violenta del más aclamado entre todos los liderones: Wert I, el Rijoso.

Comprendedme, no estoy en contra. Es que temo por vuestra integridad. Antes nos sentábamos en el suelo y esperábamos a que nos pusieran moradas con la porra. Aquello funcionó, durante un tiempo: o nos mataban masivamente o nos hacían caso. Contábamos con los medios, que no se conformaban con una foto. Seguían el tema: no podéis imaginar, las jóvenes de ahora, lo valiente que era la prensa que intentaba ser libre, en la predemocracia. Ahora, aparte de la fugacidad pública del asunto, ignoro si vuestra demostración física puede sacudir a individuos de este jaez, macerados en el caldo de la más rancia España y amparados por la seguridad que proporcionan sus camaradas del resto del mundo occidental. Nacen, estos, blindados para tal tipo de gestos (o gestas), y dotados, además, con una parafernalia de chistes y ocurrencias abstrusas acerca de las glándulas mamarias. No me cabe ninguna duda de que Gallardón, ayer –y puede que todavía hoy– compartiera gilipolleces propias de machos de ascensor parlamentario con sus más que virtuosos compañeros. Ah, la virtud de la tradicional derecha española –y de la izquierda, con otras formas: ahora no mandan, bastante daño hacen por no saber qué hacer–, cuánto polvo extra marital, echado después de misa, encierra; cuánto pisito-bombonera, puesto en un barrio ad hoc para la querida de turno. El submundo del chantaje y de la extorsión, de la bragueta cuyo contenido suele dar, en público, golpes de pecho. Y cuánta necesidad de recortar las libertades de los otros y de prohibir la decente franqueza.

Daos cuenta, queridas Femen, de que a este Gobierno de ayatolás y carmenpolistas le caracteriza el mismo rígor mortis que distingue al núcleo de sus votantes: la indiferencia social, idéntico sentimiento de pertenencia a una casta justa y, por ello, privilegiada propietaria absoluta de haciendas, vidas y comportamientos. Este personal, por transmisión genética, carece de empatía hacia la parte social más débil, y siente odio parido –y terror de clase– ante la posibilidad de que un poco, siquiera un poco, de justicia social le arrebate algo con cuyo valor sus miembros se limpiarían las uñas.

Os sugiero que no expongáis vuestro cuerpo a ese pozo de propósitos rigurosamente soeces. Recordad que el cuerpo es del señor. Del señor, o de la señora que una elija.