La nueva normalidad se vuelve vieja demasiado rápido. Los signos de su envejecimiento se multiplican mientras los mismos organismos que nos insisten en que ahora hay que gastar para salir de esta pintan escenarios cada vez más pavorosos para poder decir a la vez una cosa y la contraria. PSOE y Podemos renuncian antes de empezar al simbólico impuesto a las grandes fortunas a cambio de no se sabe muy bien qué o, en todo caso, tiene pinta de acabar en el viejo consenso de salir de la crisis aplicando el mismo viejo principio de siempre: que la pague quien no se pueda librar. En la cumbre de los grandes empresarios anuncian que su solidaridad acaba donde terminan los ERTE que pagamos todos a escote y su patriotismo muere donde comienzan sus impuestos.
No sé ustedes, pero esta película ya la he visto y puedo anticiparles dónde acaba. No puedo hablar por ustedes, pero yo no estoy dispuesto a tragarme ningún remake a estas alturas y a mis años. Sin darnos cuenta, los héroes recién descubiertos en los supermercados y la logística de la distribución de mercancías tornarán a ser piezas prescindibles, reemplazables, demasiado caras y poco productivas, a quienes más les valdrá tener un trabajo de quinientos euros y un contrato semanal que no tener nada.
Antes de lo que pensamos, esa generación que labró nuestro bienestar con su trabajo y cuyo abandono a su suerte en residencias infradotadas tanto nos indigna hoy volverá a ser aquella carga insoportable para quienes tanto trabajamos para pagar sus pensiones, esos privilegiados que no han cotizado ni la mitad de lo que cobran.
Sin que haya que insistir mucho, los valientes sanitarios o los esforzados servidores de la ley se convertirán en esos funcionarios gandules con sus regalías y puestos de trabajo de por vida y bajarles el sueldo responderá a un ejercicio de la más básica, pero a la vez más hermosa, solidaridad; como subir el IVA a todas las rentas para no tener que incrementar un par de puntos los impuestos de las rentas más altas, la redistribución bien entendida siempre empieza por uno mismo.
No genera buenas vibraciones ver cómo el Gobierno se deja querer en una tregua táctica de la derecha que durará exactamente hasta la noche del 12J. Tampoco escuchar que desde Moncloa se lanza el mensaje de que era difícil hacerlo mejor con la información que se tenía, revelando así una peligrosa confusión entre lo inevitable y hacer las cosas bien. Que la oposición lo haya hecho mucho peor que tú no te convierte en un gran gestor. Existe una diferencia crítica entre saber que difícilmente se podía desarrollar otra estrategia o haber tomado otras decisiones ante esta pandemia y creer que tu estrategia y tus decisiones han resultado excelentes.