Malos tiempos para la izquierda
Hace décadas que la izquierda abandonó el flanco económico como línea de debate contra la derecha. El desarrollo del modelo neoliberal, así como la caída del Bloque Soviético, supuso una victoria clara de los que afirmaban que “no hay alternativa” (there is no alternative –TINA). Esta aceptación de una derrota tan apabullante ha llevado a una evolución discursiva de las fuerzas izquierdistas que muestra, inequívocamente, su descoloque.
Para empezar con el análisis deberíamos exponer qué es lo que consideramos fuerzas de izquierda, y tener presente que no son un bloque homogéneo. Más bien están representadas por una amalgama de intereses que van desde los tradicionales marxistas, socialdemócratas y anarquistas, hasta fuerzas feministas, ecologistas, algunas nacionalistas e, incluso, animalistas, que no tienen una posición definida en cuanto al sistema económico capitalista.
Bajo esta consideración observamos que todas estas formaciones, o intereses, se pueden agrupar en dos grandes bloques. En un primer bloque vamos a recoger a aquellos grupos, los menos numerosos, que no han renunciado a su origen anticapitalista y que consideran que cualquier alternativa pasa por la sustitución del sistema actual y la construcción de una alternativa comunista, socialista o de tipo anarquista. En un segundo bloque, el más numeroso, podríamos englobar a aquellos grupos dispuestos a asumir responsabilidades de gestión y que, por tanto, han aceptado al propio sistema y consideran posible desarrollar sus políticas, al menos hasta cierto punto, dentro del marco capitalista.
Esta división entre partidarios de la eterna oposición y los de participar en el sistema no es nada actual. A finales del XIX y principios del XX hubo un interesante debate entre, por ejemplo, Luxemburgo o Lenin. Aquellos que no quieren participar de las reglas del sistema no pueden asumir ninguna responsabilidad de gestión pues no consideran a las instituciones burguesas como útiles para sus propósitos. En cambio, la posición del otro grupo supone participar en un juego en el que siempre se va a producir una insatisfacción entre sus votantes, muchos de ellos del primer grupo que acaban participando en el mismo, puesto que sus expectativas no van a ser nunca satisfechas en su totalidad.
Si nos centramos en el segundo grupo, esto es, el dispuesto a gestionar, es fácil encontrar ejemplos en los que las expectativas y lo finalmente aprobado no coinciden, sin entrar en lo realmente ejecutado. La derogación de la reforma laboral del 2012 ha mostrado algunos de estos límites (lo explica muy bien el compañero Juan Luis del Pozo aquí) en tanto que se han dejado por tocar “aspectos lesivos” en pro de un acuerdo entre los agentes sociales. Ni que decir tiene que ni siquiera se ha rozado nada de la reforma del 2010, que abarató el despido de los trabajadores. Por otro lado, la aprobación del ingreso mínimo vital (IMV), vendido como un hito social, se ha demostrado un fracaso en cuanto que no ha sido una herramienta que haya llegado a amplios grupos diana y que, además, ha resultado insuficiente en su cuantía. Y ya veremos la desilusión con la Ley de Vivienda. Al tiempo.
Las razones que pueden explicar estos hechos, en tanto que generan una fuerte desafección entre el electorado izquierdista, son múltiples y alguna de ellas imposible de salvar. No se puede cambiar el cómo se reproduce el propio sistema económico. Si la economía crece es porque el proceso de acumulación capitalista tiene opciones de generar ganancias para los inversores y esto sucede si, y sólo si, alguien está siendo explotado (Sur global, trabajadores asiáticos, europeos, el medio ambiente, lo común, etc.). Cuando este proceso se para (crisis), se tienen que generar las condiciones para volverlo a poner en marcha. Es por esto que las fuerzas izquierdistas de gobierno ven limitadas, de manera estructural, sus posibilidades políticas. La decisión entre alargar el periodo durante el cual se produce la acumulación o generar uno nuevo está condicionada por el periodo electoral.
Otra razón se circunscribe al propio discurso de las organizaciones de izquierda, al simplificarse en demasía y abandonar la posibilidad de una sociedad distinta a la actual. Un ejemplo lo podemos observar con los Fondos Next Generation UE. El Gobierno lo ha recibido como una medida progresiva puesto que va a permitir descarbonizar nuestra economía y transformar nuestro modelo de crecimiento en uno más verde, además de resultar un estímulo para el crecimiento de nuestro PIB (nuevo proceso de acumulación). Sin embargo, la obtención de estos casi 150.000 millones de euros no será gratuita, ya que una parte son préstamos y en general la percepción del montante total estará sujeta a condicionalidad, lo que se traduce en la adopción de determinadas “reformas”. Así, la percepción de los fondos ha afectado al alcance de la reforma laboral y afectará a nuestro sistema de pensiones, líneas rojas para el electorado de izquierda. Pues bien, desde estas fuerzas políticas, que tanto criticaron el rescate bancario, se ha celebrado este rescate de la industria europea a la que vamos a pagar su transformación bajo el paraguas del keynesianismo. Veremos cuando pase la ilusión.
La salida de la crisis de la COVID-19 ha sido diferente a la de la Gran Recesión porque ambas crisis han sido distintas y no por un cambio de paradigma (como se nos ha pretendido hacer creer). Para comprobarlo tenemos ante nosotros un problema de inflación desatada (7,4% en términos interanuales este pasado mes de febrero, y un 3% la subyacente) que puede agravarse más a causa del conflicto entre Rusia y Ucrania. Ante este panorama, y con una deuda pública sobre PIB del 120%, las autoridades se van a enfrentar al dilema de estimular la economía o frenar la inflación. La falta de argumentación por parte de estas fuerzas políticas va a suponer una nueva decepción para su electorado a causa, por ejemplo, de una pérdida considerable de poder adquisitivo.
Ante la imposibilidad actual de realizar transformaciones radicales del sistema y una gestión del capitalismo condenada al fracaso se esconde, agazapada, la extrema derecha que ha sabido captar un descontento social generalizado. Frenar este descontento del electorado progresista es una condición necesaria y se debe hacer explicando la realidad a una sociedad adulta, adaptada a nuestro contexto social actual. Ser conscientes de los pequeños avances, y celebrarlos si es necesario, no debería separarnos de la crítica real a aquello que nos impide avanzar.
Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del autor y ésta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.
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