El gobierno español sabe que tiene que liberalizar los puertos desde 2012. En 2011 hubo un mandato comunitario y al año siguiente una sentencia europea. Pudo sacarla adelante durante los cuatro años de mayoría absoluta, pero en su lugar prefirió defender el vigente sistema como el más adecuado para garantizar el interés general.
Gobierno y estibadores guardaron una especie de pacto de no agresión que les beneficiaba mutuamente y garantizó paz social en los muelles durante años de conflictividad y recortes. En línea con la que ha sido y es su política, Mariano Rajoy aplicó la mano dura a los trabajadores más débiles y desorganizados, mientras concedía treguas allí donde han sabido mantener la unión y la organización. Una valiosa lección sobre la manera más efectiva de defender tus derechos laborales y sociales que muchos deberían volver a aprender.
Ahora estamos en plena posverdad marianista. Los estibadores son unos privilegiados que ganan entre sesenta y ciento veinte mil euros al año, depende del día y del medio que lean, los puertos españoles albergan tenebrosos nidos de corrupción y mafias y la Unión Europea se llevará a nuestros primogénitos si no se liberaliza un sector clave para nuestra competitividad.
La misma situación que no tuvo prisa alguna durante cuatro años de mayoría absoluta se ha convertido en una crisis que destruye nuestra credibilidad en Europa. Incluso ha provocado la primera gran derrota parlamentaria del ejecutivo popular en minoría, abandonado en plena cruzada liberalizadora por los grandes liberales de Ciudadanos y tan sólo acompañado por unos nacionalistas vascos que ya no rompen España sino que más bien vienen a pegarla.
El revolcón parlamentario del gobierno tiene su interés, especialmente para una oposición que, al menos por unas horas, ha dejado de hablar de si misma. Pero aún más intrigante resulta preguntarse por qué un Rajoy en minoría desea implementar ahora lo mismo que un Rajoy en mayoría no quiso, o por qué el PP parece haber hecho todo lo posible para estrellar estrepitosamente la convalidación del decreto de la estiba.
La respuesta a la primera pregunta parece obvia. Europa aprieta y Mariano Rajoy ha visto la oportunidad de ir a por el monopolio de los puertos en nombre de Bruselas y repartiendo las culpas con sus socios parlamentarios. Es su vieja y conocida táctica del “no me gusta, pero tengo que hacerlo” que tantos éxitos le ha reparado en el pasado.
La segunda pregunta se responde pensando en la votación de los presupuestos. Con la pericia de un estibador descargando un gran carguero Rajoy va quitándose pesos de encima. El decreto de la estiba ha supuesto un ensayo muy productivo: el PNV ha salido del armario sin escándalo, Ciudadanos ha usado el comodín de la abstención y tiene más difícil volver a emplearlo en otra votación importante y los socialistas obtienen un no para su relato de oposición constructiva. En política a veces hay que perder hoy para ganar mañana, algo que Rajoy ha aprendido a fuerza de años y derrotas.
Lejos de anunciar una legislatura corta puede que estemos ante la confirmación de que Rajoy tiene más fácil agotarla. Y si el plan A falla, siempre le quedará el plan B: ya dispone de otra coartada para su relato de un presidente que anticipa elecciones porque los demás no le dejan gobernar.