“Como un héroe enmascarado que al final de la función se aparta la careta y reniega de su heroísmo”
Juan Manuel de Prada. Las máscaras del héroe
Corren tiempos de mala épica en el panorama político. Los líderes recurren a lo que pueden, sea un morrión oxidado o algún héroe de saldo. Todo cabe en las listas de aluvión mediático que se confeccionan a medida de lo que va surgiendo. Así es como ha llegado Edmundo Bal a ser candidato de Ciudadanos, cabalgando sobre su leyenda de justiciero ajusticiado del procés. Una leyenda que se ha forjado él mismo, según parece a fuerza de construir relato en una relación con la prensa que siempre fue muy fluida. Demasiado, al decir de los que no son periodistas.
Todo relato tiene sin duda su contra relato y solamente de su superposición emergen las líneas claras de una posible verdad sobre ese mito del héroe que se construye con mil caras. Lo que no parece tan níveo es que uno de los rostros del héroe sea el de la deslealtad a los códigos de conducta a los que se deben él y los de su estirpe. Sobre esta cuestión ha habido mucho que decir en los chats de la Abogacía del Estado -sí, ellos también tienen de eso- tras producirse el fichaje por Ciudadanos de su excedente compañero. “¡Dónde ya se sabe que no le van a fichar es en Cuatrecasas!” decían alguno de estos sarcásticos mensajes. “Un abogado del Estado es primero abogado y luego del Estado”, decía un Bal ya candidato a los periodistas. Ambas caras de la moneda se referían a lo mismo. Un abogado del Estado tiene una doble sumisión deontológica, una la propia del abogado y otra la estatutaria del funcionario que también le afecta. Las declaraciones de Bal a los medios sobre lo que según él sucedió antes de su cese dinamitan el secreto abogado-cliente y lo convierten en pólvora fina de falla electoral. Quien la hace una, la hace ciento. No es una buena tarjeta de visita para futuros viajes a la abogacía de gran pago si le pesara el escaño. Edmundo ve las cosas a su aire. En un tuit en el que publicitaba una de sus entrevistas se adentraba en un mundo proceloso al descubrirnos su afán de “cambiar las cosas para que los servidores públicos trabajen con plena libertad”. Ya me imagino, el policía a su aire, el bombero sin jerarquía, el espía a propio encargo y el abogado del Estado ¡haciendo de su capa un sayo!
Tal es como parece que Bal entendió en último extremo su función o bien nos lo ha contado a través de los medios mal. Según su particular odisea fue obligado a “rebajar” la acusación de rebelión a sedición. Pero ¡ay! los hechos están a veces en contra de la épica. Las crónicas cuentan que al producirse el relevo entre el Abogado General del Estado nombrado por Rajoy, Eulogio López, y la flamante Abogada General de Sánchez, Consuelo Castro, se hizo el pertinente alarde de asuntos pendientes y la toma de conocimiento del estado en que quedaban los más importantes. En ese momento, la causa especial del procés pasa de manos con una acusación por malversación y recomendación de perfil bajo para la Abogacía del Estado, procedente del mandato anterior, dado que se consideraba ya que una postura muy beligerante en el juicio podía resultar perjudicial y difícil de comprender cuando la Abogacía deba personarse en Estrasburgo a defender los intereses de España ante la previsible demanda. Perfil bajo. Malversación. Todo ello aún en junio de 2018. No parecía que Bal se sintiera muy concernido. De hecho, ya bastante antes, durante la instrucción, se significó realizando preguntas en los interrogatorios que apuntaban directamente al delito de rebelión. Tanto, que las defensas presentaron un recurso a Llarena para que no le dejara seguir por ese lado. Un recurso al que Llarena contestó afirmando que una vez personada, la Abogacía no tenía por qué limitarse a la malversación. Una contestación procesal pero no sustantiva, en el sentido de que no era Llarena el que tenía que dar autorización a Bal para galopar en el caballo de la rebelión. No, eran sus jefes y no consta que lo hicieran. Así que es probable que el héroe fuera el Llanero Solitario o puede que fuera uno de los Cuatro Magníficos, dada su sintonía de trabajo y personal con las acusaciones y con el propio instructor Llarena, del que alguno de sus colegas le considera casi buen amigo.
Llegados a este punto, parece claro que a Bal sí le dijeron expresamente que el nuevo gobierno tendría que marcar la línea de actuación. Él tiene prisa, me cuentan, y mientras el cliente deshoja la margarita, él prefiere ir haciendo borradores de acusación para cada una de las situaciones “por adelantar”. La instrucción finalmente llega: la acusación será por sedición y malversación pero no por rebelión. Algo jurídicamente más que defendible -es lo que defendió la juez Lamela, por ejemplo, y acabó en el Supremo- pero que según cuentan los que saben, a Bal le produce una desazón tremenda. Tan tremenda que se revuelve incómodo. Tan fuerte que llega a hacer valer que su posición durante el proceso ya está muy escorada. “¡Y que le digo ahora a Vox!”, dicen que se dolió. Lo dijo ante testigos, que quedaron lo suficientemente pasmados como para sorprenderse ante terceros. El agua siempre acaba llegando al río, al contrario de lo que se dice.
Pero el Bal abogado del Estado, no tiene más remedio que aplacarse y hacer lo que le han indicado. Es su trabajo. Ahí es cuando cuentan que comienza a marrullar, posiblemente para preservar su imagen en el Olimpo. Es él el que indica varias veces que los asuntos gordos los firma siempre el Abogado General o, en todo caso, de forma conjunta. Que quizá sea Castro quien deba estampar su firma como finalmente hace, a pesar de que ha comprobado ya con otros viejos del lugar que esto no es ninguna tradición. El escrito de acusación en el que el candidato afirma que le obligaron a “omitir los hechos que no resultaban relevantes” y que él presenta como una afrenta a la verdad ordenada por el gobierno, era según otras fuentes un calco del de la Fiscalía. Tan calco era que muchas cosas que le espurgan son frases como la que mencionaba a Cuixart y el ¡No pasarán!, que tanta polémica despertaron al leerse en la acusación del fiscal.
En ese cuerpo en el que Edmundo Bal ve un “clima de miedo” cerval a los nuevos jefes -lo que suscitó también bastante cachondeo en sus redes sociales privadas- muchos ven que la flor de Bal es una nueva incorporación de Rivera a la hilera de sus hombres que se miran en el río. Sólo que el joven mitológico se miraba solo y en Ciudadanos puede que no haya reflejo para tantos. No en vano Edmundo Bal dijo de sí mismo: “¿Quién sabe de derecho penal en la Abogacía del Estado? Pues yo y otra persona”. El burrito por delante para que no se espante. Ahí es nada. El relato de andar por casa, el que hacen los que conocen lo que pasó, el que obvia las grandezas de la gesta, dice que a Bal lo cesaron por su proximidad inquietante a la acusación popular, por engaño y por deslealtad a la Abogacía y a sus superiores jerárquicos.
Yo, como contadora, ahí les dejo los dos para que ustedes se sirvan. No en vano el espejo en el que se mira ahora el otrora abogado del Estado no es el de su propia historia sino el de la sana crítica democrática a la que todo candidato se debe ante los electores. Por eso, con permiso de Rivera, a veces hay que sacar las máscaras de que el héroe se reviste para dejarle sin caretas.