La información más valiosa suministrada por el debate de vuelta la tuvimos en los primeros cinco minutos. Supimos quiénes se sentían ganadores del debate de ida y quiénes no lo tenían tan claro. Albert Rivera y Pablo Iglesias estaban tan satisfechos de su desempeño durante la noche anterior que decidieron repetir sus estrategias. Pablo Casado y Pedro Sánchez estaban más preocupados por recuperar lo que dudaban haber perdido y enmendaron en parte las suyas. A partir de ahí, el barro se desparramó por el estudio y en el barro todo lo que merece la pena crece mal; solo mejora cuando se acaba.
Cuanto más avanzaba el debate de vuelta sin tiempos y turnos tasados, más se echaban de menos los tiempos y los turnos tasados del debate de ida. Pensábamos que esa rigidez normativa era usada por los candidatos para protegerse los unos de los otros. Pero vamos a tener que empezar a pensar que, en realidad, nos protege a nosotros, porque les obliga a hablar y comportarse como políticos exigidos a armar intervenciones con inicio, nudo y desenlace.
Los medios miden el éxito o el fracaso en los debates en términos de espectáculo. Los espectadores buscan otra cosa. Para el show sintonizan a Isabel Pantoja en Supervivientes. Olvidarlo suele resultar una tentación irresistible y un error frecuente. Pablo Iglesias ofreció sus mejores prestaciones porque eligió hablar como un político y renunció a comportarse como un tertuliano. Sánchez, Casado y Rivera se enzarzaron en una lucha tediosa y cansina porque escogieron desenvolverse como tertulianos y se olvidaron de que la gente busca ver y escuchar a los líderes políticos.
Pedro Sánchez parecía convencido de que no había mencionado suficientemente a Vox en la ida y hasta se trajo el libro de Sánchez Dragó y Santiago Abascal, por si alguien no se enteraba de que estaba hablando de Vox. Salió a no perder y lo consiguió. El debate no le habrá costado ni un solo voto y no parece que aspirase a más. Cuando se cansó del cuerpo a cuerpo, optó por hablarle a Vicente Vallés y dejar que pasase el tiempo sin meter la pata.
Pablo Casado se había leído las crónicas que han criticado su intento de marcar un tono más institucional y moderado en el debate de ida y, lo que es peor, se las creyó. Se le vio tan empeñado en recuperar la hiperventilación que había marcado su campaña hasta el lunes para contentar a los suyos, que no dejó tiempo para dirigirse a los miles de indecisos que antes votaban al Partido Popular.
Albert Rivera también se había leído las crónicas y no solo las compró, sino que le encantaron. Suya fue la frase más memorable de la noche, cuando le preguntó a Sánchez si ya había terminado de mentir porque ahora le tocaba a él. Sacar una foto enana en un marco cutre una vez es un error, sacar otra foto en un marco aún más cutre ya tiene delito. Si pretendes dar espectáculo las dos horas lo más normal es que acabes cayendo en el ridículo del exceso.
Pablo Iglesias supo ver que tenía una oportunidad excelente para elevarse por encima del lodazal y la aprovechó a ratos, especialmente en los cinco lamentables minutos que los demás dedicaron a polemizar sobre la violencia de género. Su tono pausado y su actitud propositiva se vieron agrandados por la hipérbole en la ofensa y el agravio que enervaba a sus rivales. Si los debates los gana aquel que consigue que la mayoría se levante pensando que no todos son iguales, ayer se quedó cerca.