Melancolía de Podemos

15 de febrero de 2022 22:32 h

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Un proyecto político que surgió para canalizar una emoción de hartazgo e indignación corre el riesgo de morir cocido en un estado de ánimo de profunda melancolía. Podemos se encuentra inmerso en ese humor decadente que adormece en el otoño de la existencia y con el riesgo de apagar los rescoldos del proyecto más potente de la izquierda en democracia en vez de usarlos para construir una nueva formación que ilumine en tiempos de penumbra reaccionaria. Podemos fue audaz en su tiempo y logró en 2014 encontrar el punto dulce donde anclar diferentes sensibilidades políticas que proyectaron a un partido sin estructura ni cuadros hasta destrozar un sistema bipartidista que parecía incólume. Los ideólogos reconocían en los albores de la formación morada que la tensión de la transversalidad con la que irrumpió estaba en canalizar una pulsión política indeterminada hacia un espacio progresista que corría el riesgo de convertirse en reaccionaria si el agente movilizador fuera de diferente signo. Ahora tenemos emergentes posfascistas bebiendo de la misma pulsión y una izquierda desnortada que boicotea desde dentro a la única figura que puede servir para sacar al electorado progresista del estado catatónico en el que se encuentra. 

Podemos sufre de astenia y añora lo que un día logró. No es capaz de revertirlo y por sentirse impotente ante el desánimo recurre a regodearse en la estética de la resistencia que sirve para atrincherarse y cerrar filas, pero jamás para avanzar y ganar. Podemos se sabe herido y sin fuerzas para plantear un nuevo espacio propositivo, de vanguardia, incisivo e ilusionante y se encela en usar la épica de la víctima para mantener el castillo sin rendir. La salida de Pablo Iglesias, que mantenía las estructuras en asedio permanente, sirvió para salvar los muebles madrileños y terminar con una fase crítica de acoso mediático-reaccionario. Sin embargo, dejó huérfanos a los escasos militantes que aún mantiene fuera del festín de hienas que son las redes y que solo sirven para asustar a críticos primerizos que no están acostumbrados a lidiar con turbas digitales, mucho más efectivas, crueles y con menos escrúpulos. 

Las elecciones en Castilla y León no son para Podemos una coyuntura sobre la que definir su devenir porque siempre ha sido terreno baldío, aunque no hay que desdeñar la pérdida de 160.000 votos desde 2015. Sí es más relevante la consolidación de un desgaste de gota fina que sucede cada vez que se abren las urnas. La decadencia de Podemos es erosiva y no tan explosiva como la de Ciudadanos, pero ya nadie duda de que ha dejado de ser la fuerza pujante que un día fue y que puso en cuestión el liderazgo en el espectro ideológico de la izquierda. Unidas Podemos tiene diferentes problemas y todos de difícil solución si lo que quiere es salvar las siglas de un hundimiento de efecto retardado pero inevitable. La inutilidad del proyecto político tal y como está conformado es una realidad que reconocen diputados, cargos y trabajadores con peso del partido. Es normal que no lo expresen de forma abierta porque sería certificar la muerte antes de tiempo de una organización que tiene que expirar construyendo con sus cenizas un nuevo espacio de progreso liderado por Yolanda Díaz para resolver los males que han asolado a la formación morada. No es un secreto, tanto Alberto Garzón como Sira Rego han expresado públicamente la necesidad de trascender las siglas de Unidas Podemos y construir junto a Yolanda Díaz una plataforma que entierre las estructuras actuales. Unidas Podemos no solo está en riesgo por la abstención que provocan tantos años de desgaste ni por ser el socio minoritario de un gobierno de coalición que genera múltiples contradicciones, sino porque ahora también se ve amenazado por la cantonalización del electorado transversal que un día perteneció a Podemos. Las plataformas locales de la España vaciada están plagadas de electores que pudieron ser de las marcas regionales de Podemos que afloraron por toda la geografía nacional que tenían en consideración las especificidades locales del electorado y que se han deshecho como un azucarillo hasta atomizarse y dejar de pertenecer a un espacio agotado. 

Podemos quema las naves discursivas culpando de todos sus problemas a una correlación mediática que jamás le será propicia a una izquierda contestataria, porque es un espacio de poder que las oligarquías nunca cederán. La influencia, increíble pero cierta, de Juanma del Olmo, que sigue siendo importante a pesar del daño causado a la formación, incide en el error. Es una obviedad que la propiedad mediática ha ido con todo contra ellos, como ya hemos denunciado, escrito y reflejado en multitud de artículos e intervenciones. Los periodistas progresistas que tuvieron que encontrar acomodo en cooperativas de trabajadores o medios digitales por las tácticas turbocapitalistas de empresarios “marxistas” o que siguen sin cobrar colaboraciones son conocedores del salvajismo mediático mejor que nadie como para encima tener que escuchar lecciones desde micrófonos pagados por esos mismos empresarios. Pero eso no es óbice para no reconocer lo evidente. La persecución judicial y mediática que ha sufrido Podemos no tiene precedentes en el ámbito nacional y solo es comparable a la sufrida por la izquierda abertzale hace años y el independentismo en tiempos más recientes. Se han cruzado muchas líneas rojas con Podemos y Pablo Iglesias, pero asumir la realidad y dejar de lado el infantilismo es necesario para no obviar lo que sí pueden hacer y está en su mano. Errores que también han cometido en el plano mediático que dicen germen de todos sus problemas. La paranoia de la antigua dirección, y de algunos remanentes de la nueva, que proyectó su obsesión viendo un enemigo en cada pluma, espumilla o teclado por el ataque antidemocrático de los medios reaccionarios les enrocó en una política de medios frentista y contraproducente que les dejó sin espacio donde defender sus propuestas. Los medios ya eran cuando Podemos surgió y nada va a cambiarlos. En política el principio de aceptación de la realidad es primordial para no desfallecer. 

Yolanda Díaz es la única tabla de salvación de un espacio progresista a la izquierda del PSOE que pueda volver a ilusionar a votantes propios y a quienes no se identifiquen con ese espacio ideológico. La ministra de Trabajo es consciente de que las siglas de Unidas Podemos están agotadas y eso le ha hecho tomar distancia de unos partidos a los que no pertenece. No es necesario que ustedes, quienes leen, crean la palabra de quien tiene información interna y se dedica simplemente a contarla, pueden comprobarlo en los mismos foros que la niegan, ya sea en artículos, radios o podcasts. También les bastaría haciendo un ejercicio prospectivo para desencriptar las tensiones entre quienes aún mandan y quien pusieron para liderar intentando explicar por qué Yolanda Díaz realizó un acto en Valencia con Mónica Oltra, Ada Colau, Mónica García y Fátima Ahmed sin nadie de Podemos, o por qué el acto en Madrid con Thomas Piketty y Yolanda Díaz contó con la escasa representación del partido morado por parte de Lilith Verstrynge en un discreto tercer plano. Es cierto que el círculo de la ministra de Trabajo podía haber sido más empático con Ione Belarra y el grupo parlamentario en diversos momentos para que Podemos no sintiera que se le está arrinconando en la conformación de la nueva plataforma. Pero los problemas son otros, la verdadera tensión está en una réplica exacta de aquellos que asolaron el Podemos primigenio con la guerra entre pablistas y errejonistas, solo que en esta ocasión es un enfrentamiento frontal de Pablo Iglesias contra Yolanda Díaz, mientras ella rehuye la disputa de forma pública. Una contienda que se produce a los oídos de todos y que tiene a la formación morada atenazada por la influencia que el exlíder de Podemos mantiene en el partido desde sus plataformas mediáticas. Las dinámicas que demolían la disensión han disciplinado a quienes aún militan porque la crítica hacia arriba nunca ha sido una opción. Paradójicamente desde los medios se está quebrando la nueva conformación del liderazgo de Yolanda Díaz, pero no desde los señalados. Sí es cierto que los medios tienen influencia en Podemos, pero no como quieren hacer creer a sus seguidores. La ley de hierro de las oligarquías de Robert Michels expresaba la máxima de que en toda organización acaba gobernando una minoría que se resiste a dejar sus posiciones de poder. En Podemos ese núcleo está formado por Irene Montero y Juanma del Olmo en la interna y Pablo Iglesias desde fuera pero marcando las líneas al partido.

Lo común es más importante, es tiempo de ceder y no hacer más daño. La construcción del espacio de Yolanda Díaz busca poner en el centro lo concreto y lo material y dejar a un lado la metapolítica que solo importa a unos pocos abducidos para mirar a las cosas del comer. Un proyecto colectivo que abandone el centralismo, toque tierra, amase pan y escuche en femenino y plural. Quienes fueron importantes para Podemos, a quienes hay que agradecer su esfuerzo y dedicación en el pasado, tienen que pensar en colectivo y dejar el nuevo proyecto construirse con calma y sin sabotajes internos. Existe un riesgo cierto de quemar al mayor activo que tiene la izquierda para el próximo ciclo político desde el mismo lugar desde el que se la nombró sin permiso. Son muchas las alertas que Yolanda Díaz ha dado de no soportar dinámicas internas tóxicas y zancadillas de los propios, lo ha hecho de forma pública y privada. No olviden estas palabras si creen que Yolanda Díaz es el futuro de la izquierda, porque está en peligro.