Parafraseo el título que Josep M. Huertas Clavería puso a su libro Cada taula, un Vietnam, en el que glosaba la insumisión y el bullicio del periodismo canallesco -para el régimen, claro-, que tanto juego dio en las redacciones de los últimos años de la dictadura.
En cada mesa, un Gamonal, vendría a ser nuestra versión 2014 a nivel de rebelión social. La de lo posible, que podemos poner en práctica sublevándonos ante cualquier tomadura de pelo inmediata, cualquier tocamiento de narices descarado, cualquier burla despiadada perpetrada por quienes, con la excusa de su mayoría absoluta, no solo tienen la sartén por el mango y el mango también, sino que creen poder freír impunemente nuestras asaduras.
Hacerse un Gamonal debería convertirse en la forma coloquial de definir una revuelta puntual y local. Hoy estoy de un Gamonal subido, podríamos decir al salir a la calle, con los otros que nos hacen ser uno, cuando la más reciente cacicada -nacional, autonómica, municipal- se convierta en la última gota que colme y derrame nuestro vaso de hiel. Con hiel me acuesto y con Gamonal me levanto. Gamonal, Gamonal, Gamonal, qué bonita serenata. A ver si a fuerza de repetirnos el nombre, que suena como una medicina del alma, nos dejamos de perplejidades paralizantes y ponemos manos a la obra. Por un semáforo que falta, por un faraonismo que sobra, por un vecino desamparado por la ley -como ya hacen las precursoras PAH-, por un futuro en cuyas esquinas se mean los que mandan.
Un Gamonalazo sería, por ejemplo, que a lo largo y ancho de nuestro territorio fueran surgiendo insurrecciones de barrio que reventaran los granos de tanta codicia, corrupción e incompetencia, e hicieran saltar la pus. Como una ola, rumor de caracola, Gamonanola, limpiando este país, como una ola.
Estoy escribiendo en serio. Gamonal, nuestro Tahrir: que no caerá, espero, en el gran error de Tahrir, que fue abandonar la plaza después de haber hecho apresar a Mubarak. Porque las mayorías absolutistas, sean el resultado de una votación democrática o de un enviciamiento dictatorial histórico, nada temen más que a la gente en la calle. Lo estáis viendo aquí, al Parlamento les suda el arco voltaico. Es la calle lo que les pone de los nervios. Y no por la violencia ocasional, que es solo un incidente que magnifican para justificar su represión indiscriminada.
A modo de poscoito: No me negaréis que uno de los efectos secundarios de Gamonal ha sido espectacular en lo patético. Esa diarrea verbal que le ha entrado a Ana Botella. ¿A qué se refería cuando condenaba los “atentados”? ¿Es que el medicamento le ha hecho pedir perdón por los fusilamientos, las fosas comunes y los campos de concentración fascistas de la guerra civil en Burgos? ¿O quizá se refería a los ultrajes y quemas de banderas constitucionalistas republicanas? Esta mujer es un misterio tan vacío como su apellido.
Gamonal. En todas las mesas, y ya.