La portada de mañana
Acceder
16 grandes ciudades no están en el sistema VioGén
El Gobierno estudia excluir a los ultraderechistas de la acusación popular
OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

El mesías Redondo

13 de diciembre de 2021 22:03 h

0

Que dice Iván Redondo… Perdón, ¿Iván Redondo? Es ese señor que en la España real nadie conoce y al que en la España oficial algunos medios y media docena de periodistas atribuían poderes taumatúrgicos de los que carecía, pero él vendía con más habilidad que realismo. Hace cinco meses que en La Moncloa, desde su despido –porque lo suyo fue exactamente una expulsión sin previo aviso, y no una baja voluntaria– se respira aire limpio. Por limpio, entiéndase no tóxico, que es lo que desprendía el ex jefe de gabinete de Pedro Sánchez cada mañana al entrar por el complejo presidencial.

Decíamos que el mago de nada y el manipulador de todo está empeñado en convertirse en una caricatura de lo que fue y nunca debió ser, tal y como avisaron a Sánchez desde Ferraz antes de que lo fichara para su equipo. Cada vez que habla o escribe –por cierto, que escribe igual que hablaba– emite señales del trauma no superado que fue su despido involuntario. El shock que produjo en el personaje el anuncio de Pedro Sánchez de que ya no le necesitaba a su lado excedió, como todo episodio traumático, su capacidad para manejar lo que consideró un ataque de sus detractores, que eran muchos dentro y fuera del socialismo español. Aquel encuentro madrugador del 10 de julio perturbó sus marcos de referencia y algunos de los esquemas básicos con los que se manejaba, ya entonces, con más torpeza que destreza en el mundo de la política y la comunicación. 

La psiquiatría explica que cada persona sometida a un ataque o amenaza traumática reacciona de manera diferente, y la estadística añade que la mayoría de quienes lo padecen no desarrollan un trastorno como tal. Hay, sin embargo, quienes sí desarrollan una especie de estrés postraumático que tiene que ver con la llamada “evitación experiencial”, un cuadro que se manifiesta cuando la persona tiende a eliminar por todos los medios posibles el sufrimiento emocional de lo vivido con un esfuerzo ingente para evitar los recuerdos o los sentimientos relacionados con el suceso en cuestión. Hay quien dice en el PSOE que este es el caso del que fuera jefe de gabinete de Sánchez, el más atípico de cuantos jefes de gabinete han tenido todos los presidentes de Gobierno. 

Redondo se creyó todopoderoso porque cada mañana leía en algún diario o escuchaba en alguna tertulia que lo era, que los ministros se le cuadraban, que él solito cerraba todas las negociaciones políticas con socios y aliados y que acumulaba más poder incluso que el jefe de Gobierno, como si eso fuera posible en una democracia. Nunca encajó el golpe y desde la misma mañana en que le indicaron la puerta de salida de su despacho empezó a construir un relato tan increíble como maquiavélico para convencer urbi et orbi de que no le echaban, sino que se iba por decisión propia, que había rechazado ser ministro y que solo las mentes privilegiadas como la suya eran capaces de saber cuándo era necesario parar en política.

Desde su primera aparición en público en un programa televisivo en el mes de septiembre no ha hecho más que hacerse daño a sí mismo porque ha sumado nuevos enemigos a la extensa lista que ya tenía y porque ha dejado al descubierto su verdadero rostro ante quienes no lo conocían. Ahora, con sus escritos semanales, se ha propuesto iluminar al mundo con estrategias y augurios como los que hizo cuando estaba en La Moncloa, fallaron estrepitosamente y luego negaba haber hecho. A los periodistas políticos tendrá que agradecer siempre que no hayan aireado algunos de los SMS en los que se atribuía éxitos ajenos y se sacudía fracasos propios o con los que anunciaba resultados electorales que jamás se producían. 

Todo lo que ahora camufla con ínfulas de estratega o profesional independiente no son más que ajustes de cuentas con el último partido que le pagó la nómina y con el presidente que creyó ver en él durante años cualidades que otros nunca vieron. Su egolatría y sus aires de grandeza le llevan a hablar del mismísimo Cicerón como un igual y su inquina, a situar a Yolanda Díaz por delante del PSOE en número de escaños si se produjeran hoy las elecciones. Un resultado que ni la vicepresidenta segunda imagina en el mejor de los escenarios ni ningún experto demoscópico se atrevería a firmar.

Lo arriesgado esta vez, a diferencia de otros vaticinios fallidos que encadenó durante años, es que lo ha dejado negro sobre blanco por escrito en un diario de tirada nacional. Y que ahí quedará para la posteridad: que el proyecto político de Díaz estaría 11 escaños por delante de la lista que encabece Sánchez. 78 diputados frente a 67. ¿La procedencia de los datos? Un misterio, como otros tantos, de los que siempre adornaron al mesías Redondo, que lo mismo se propone un día redimir a García Albiol, que a Monago, que a Sánchez… Le ha tocado el turno ahora a Yolanda Díaz. Al menos la vicepresidenta tiene referencias directas del personaje y, además, cuenta con la bendición papal de Bergoglio para protegerse de aprendices de brujo.