Hace una semana se produjo en Londres un acto terrorista con el resultado de cuatro personas asesinadas, casi todas por atropellamiento, y cuarenta heridos. El criminal tenía ideas yihadistas aunque tenía nacionalidad británica, nacido y criado en Inglaterra. No provenía, pues, del exterior. Además se detuvo después a doce personas pero todas están ya en libertad sin cargos, por lo que probablemente se tratase de una acción individual.
Poco antes de las doce del mediodía del día siguiente, se convocó a todo el personal (yo trabajo en un organismo público) a bajar al minuto de silencio en solidaridad con los fallecidos. Me quedé en mi despacho trabajando, como la inmensísima mayoría de empleados. Las cuatro personas asesinadas merecen nuestra condolencia pero, con profundo respeto, la vida de toda persona fallecida en acto violento en cualquier lugar del mundo vale igual. Pero para la oficialidad no es así.
No bajé por el silencio ante otras muertes. No por ser cometido en suelo británico de una isla, que además, será cada vez más isla y rota (Escocia tiene el argumento definitivo para su independencia), valen más sus vidas que las asesinadas con violencia en tierras lejanas del oriente que es próximo pero del cual nos alejamos más. No sé si tras la efectividad del Brexit, si se repitiese otro atentado, incluso aún más fuerte (como los muy conmovedores en el metro londinense el 7 de julio de 2005) se expresaría tal pesar si no están ya en una Unión Europea decadente y decrépita.
Ya aconteció antes en Bélgica y Francia en tres ocasiones, donde la barbarie del terrorismo había golpeado. El país de la grandeur tuvo sus rasgos genuinamente franceses para convertirse en el gran epicentro del dolor. Incluso, en los actos de condolencia se exigía desde el vecino país la máxima presencia a nivel de autoridad para visualizar el Je suis français. Entiendo bien el especial impacto del atentado en París, y que emocionara a gente en todo el mundo. Sé gente que desde Palencia u otros lugares lloró muchas horas. Después seguiría el atentado de Niza. Ya el primero dio lugar a una situación de pánico en el cual los inmediatos recortes de derechos llevaron a una reforma constitucional plasmando ese retroceso democrático. La seguridad era invocada como valor casi único y totalmente prevalente frente a la libertad. Y eso a muchos demócratas no nos convence.
España es un país que tiene especial sufrimiento en los más de cuarenta años de ETA y más de 800 asesinatos. Hace trece años, en un momento además preelectoral y solo uno después de la posición de Aznar en favor de una guerra infame, sufrió España el mayor acto terrorista en suelo europeo. En el dolor sobrecogedor e inmenso, en este país salimos adelante por nosotros mismos. Nadie pidió apoyo expreso para España. Ni en los actos conmemorativos de esa tragedia vino ningún dignatario mundial de especial relevancia.
Pero que nadie entienda que mi posición crítica respecto a la, ahora sí activada, “solidaridad cínica” tiene su eje en lo que no hubo entonces con nosotros. Mi crítica no tiene nada que ver sobre patrioterismos. Quizás la responsabilidad de que no se acercasen entonces por aquí dirigentes europeos tuviese que ver con el gran lío que organizó Aznar en la mentira enorme y deliberada sobre la autoría del atentado del 11 de marzo. Esta mentira era prolongación de la también enorme falsedad con que él, como Bush y Blair, trasladaron al mundo entero el supuesto peligro de las inexistentes armas de destrucción masiva de Sadam Hussein. El 10 de abril será el catorce aniversario del derribo de su estatua con la soga al cuello por los marines yanquis. ¡Vaya acierto!
Ciertamente aquello es historia, pero sobre esos hechos se ha cimentado el progresivo empeoramiento del conflicto en Oriente. Agitar el avispero, especialmente cómo se hizo entonces y también ahora, ha dado alas a que Al Quaeda fuera sustituido por grupos terroristas muchísimo más peligrosos y con más carga de fanatismo y efectividad. ¡Un aplauso a la implantación de la democracia mediante una invasión!
Estas nuevas formas de violencia que asolan de vez en cuando territorio europeo se producen en un contexto donde, al mismo tiempo, desde Occidente se esté perdido el rumbo en unas guerras que se libran allí. En ellas, están produciéndose constantemente muertes y masacres de población civil. Y ello es por decenas o por cientos, pero como no suceden en territorio europeo, como no son víctimas ciudadanos occidentales sino “otros”, su vida vale menos. Y eso es desolador.
Y ahí es donde algunos nos rebelamos. Con el inmenso respeto a Reino Unido y a las cuatro víctimas de Londres y cuarenta heridos, y a una UE de la cual aquella se desgaja, el tratamiento informativo tan intenso, confirma a quienes pensamos que en esas muestras “oficiales” de condolencia hay pura diplomacia de corbata pero escaso sentimiento. Acaso son lugares que hemos visitado y que tenemos cerca. Pero eso no justifica el muy diferente tratamiento a los muertos por terrorismo en otras partes del mundo.
Yo trabajo, como antes dije, en la Administración, y específicamente en un organismo de ayuda humanitaria internacional. Pues bien, al día siguiente allí como en todos los lugares públicos, se convocaron minutos de silencio. Pero a ellos, acuden ya sólo los superjefes y las personas más próximas a ellos. Yo, como la inmensísima mayoría de empleados, no bajo a las escaleras de entrada. Ellos sí. Se hacen una foto; los gabinetes de comunicación la distribuyen y ya está. Hoy, tras la tragedia de Colombia, estaría mucho más justificado que entidades del Ministerio de Exteriores y Cooperación se guardase un sentido minuto de silencio.
Volviendo a los casos de territorio, no estoy en contra de expresar de algún modo la solidaridad si ésta es sincera y no puramente oficial. Pero sí que estoy muy en contra de que no se actúe igual cuando los asesinados por terrorismo lo son en otros lugares. También del tratamiento informativo tan escaso que se da a estos. Con profundo respeto, rechazo que esas 4 vidas arrancadas en Inglaterra valgan más que un ataque con 50 muertos en Damasco, en Yemen, en Mali, Ankara o en tantos lugares.
Es más, es que apenas nos enteramos. Salvo que sigas bien la información internacional, ni te informan apenas. Y se asume como algo normal. Como si esos países no tuviesen solución. O su destino es morir. Además, lo hacen con las armas que aquí fabricamos y vendemos para que se maten entre ellos. En cambio, cualquier atentado o amenaza cercana parece que esa si es importante.
No se si es más por insensibilidad de todos o por especial cinismo de los gobernantes pero esa diferencia de trato es uno de los síntomas de la progresiva deshumanización. Pero, afortunadamente, sigue habiendo activistas desde su posición de informadores, cooperantes, etc que intentan mantener viva la conciencia del valor de Humanidad. No demos razón de que la vida no vale nada, como cantaba Pablo Milanés.