El pasado 15 de noviembre, el Ministerio de Trabajo realizó una gran inspección simultánea y coordinada en busca de abusos de jornada y horas extra ilegales en las llamadas “Big Four” de la consultoría: Deloitte, PwC, EY y KPMG. Es un secreto a voces, desde hace décadas, que diversas empresas de consultoría y auditoría imponen a sus trabajadores jornadas laborales maratonianas (que pueden llegar a 12 horas o más) ilegales y no remuneradas. De hecho, a estas compañías se las conoce en el mundillo con el nombre de “cárnicas” por tratar a sus trabajadores de base (normalmente jóvenes que empiezan en el mundo laboral) como carne o ganado. El recambio de trabajadores en estas empresas es constante porque la mayoría termina cambiando de trabajo o abandonando la empresa al poco tiempo por las malas condiciones laborales.
Varios economistas liberales como Juan Ramón Rallo y Daniel Lacalle no han tardado en defender en los medios el modelo de las Big Four. Lacalle afirmó hace unos días que “el Ministerio de Trabajo debería aprender de las Big Four, no inspeccionarlas por nada” y Rallo, por su parte, respalda la opción de que los trabajadores puedan trabajar durante largas jornadas para que tengan una pequeña probabilidad de tener ingresos mucho más cuantiosos con el paso de los años.
Más allá de que es vox populi que las Big Four incumplen la ley con sus largas jornadas y obtienen grandes ganancias a partir de la explotación de sus trabajadores, a los que les ofrecen una remuneración irrisoria por hora trabajada, existe un aspecto clave que se suele olvidar: este modelo laboral es una amenaza para la salud física y mental de los trabajadores.
Según la encuesta de población activa de 2020, en torno a 1,1 millones de personas trabajaban 50 o más horas a la semana en nuestro país, casi todos autónomos (632.800 trabajadores) y asalariados (485.300). Tras la irrupción de la pandemia, el teletrabajo se ha potenciado, y esto supone un mayor riesgo de jornadas prolongadas, más difíciles de detectar, porque se difumina la frontera entre el trabajo y el tiempo libre en casa.
A menudo se olvida que el trabajo, como medio para ganarse la vida, puede llegar a convertirse en un verdadero peligro para esta. No es una exageración. En 2021 la Organización Mundial de la Salud y la Organización Internacional del Trabajo publicaron un estudio en el que calculaban que casi dos millones de personas en el mundo murieron en 2016 por causas relacionadas con el trabajo. Precisamente, las jornadas muy largas (de 55 o más horas semanales) eran el factor laboral más letal al estar detrás de 745.000 muertes en dicho año. A diferencia de otras causas de muerte laborales, que han disminuido con el paso del tiempo, las muertes por largas jornadas han aumentado un 29% desde el año 2000 hasta el 2016.
Las enfermedades cardiovasculares (entre ellas los ictus y los infartos cardíacos) eran las principales causas de muerte asociadas a los horarios laborales maratonianos. En comparación con las personas que tenían jornadas normales (de entre 35 y 40 horas a la semana), aquellos que trabajan 55 horas o más tenían un 35% más de riesgo de sufrir ictus y un 17% más de morir de infarto cardíaco.
¿A través de qué mecanismos las largas jornadas incrementan el riesgo de enfermedades cardiovasculares? En la actualidad, se cree que están implicados tanto factores directos (biológicos) como indirectos (psicosociales y de comportamiento). De forma directa, el estrés constante y mantenido asociado a periodos largos de trabajo termina afectando al sistema cardiovascular mediante el incremento de la presión sanguínea y la frecuencia cardíaca y la alteración de diversos parámetros (aumento de colesterol y otros lípidos en sangre...). Con el paso del tiempo, esto provoca mayor riesgo de arritmias, trombos (coágulos sanguíneos) y de arteriosclerosis.
De forma indirecta, tener jornadas maratonianas afecta también a los estilos de vida que tienden a ser menos sanos: menor frecuencia de actividad física, dieta menos saludable, alteraciones del sueño, mayor consumo de drogas como alcohol, tabaco o cocaína, aislamiento social... Además de las dolencias anteriores, las extensas jornadas laborales se traducen en más errores de los trabajadores por el cansancio que, según la naturaleza del trabajo, pueden traducirse en accidentes que pongan en peligro la vida.
Las largas jornadas laborales, mantenidas en el tiempo, también incrementan el riesgo de los trabajadores de sufrir ansiedad, depresión e incluso de cometer suicidio. En estos últimos años, en los cuales la salud mental ha cobrado más relevancia que nunca en nuestra sociedad, no deberíamos olvidar que unas malas condiciones laborales son, con frecuencia, factores que contribuyen a la aparición de los trastornos mentales. Vivir para trabajar, en lugar de trabajar para vivir, puede terminar provocando una gran carga mental que no todos pueden soportar.
En definitiva, las suculentas ganancias de las Big Four se generan no solo a costa del tiempo libre de los trabajadores, sino también a costa de su salud física y mental. Es el deber de las autoridades perseguir y condenar estos modelos laborales ilegales e insalubres para evitar que el trabajo se convierta en un evidente riesgo para la salud.