El Ministerio del Interior ordenó esta semana, para el acto oficial de jura de los nuevos inspectores de la Policía, cambiar la Marcha fúnebre del compositor Chopin por un cántico religioso del cura Gabaráin. Claro, hombre, Gabaráin. Irás a compararlo con Chopin (¡se calle, coño!).
Me meto en Wikipedia para husmear sobre el tal Gabaráin y, ¡por todos los dioses del Olimpo!, sufro una regresión. Pero grave, una regresión de muchos años. Se debe a que me sé canciones de Gabaráin. Lo juro para que sea pecado. Me sé estas: Juntos como hermanos y Una espiga. La de la espiga nos encantaba, era muy dinámica. No digo que llegara a hacer el efecto que anunciaba otro de los títulos del padre, La Misa es una fiesta, pero aliviaba bastante. Cuando estabas a punto de morir en plena Eucaristía, llegaba el momento de cantar. La muerte no es el final es precisamente la cancioncilla de Gabaráin que Fernández Díaz prefiere a Chopin.
El colegio donde cantábamos a Gabaráin era católico, femenino y privado. Luego pasó a ser mixto y concertado, católico siguió siendo. Había clases de música para todas, donde ensayábamos las canciones de misa, y varias cabinas con piano para las clases extraescolares, donde se aprendía a Chopin. Es decir, lo oficial, lo ordinario era Gabaráin y lo extraordinario era Chopin. Como ahora. La España derechona que prefiere beber de las aguas benditas que de las partituras románticas. La España del PP, que prefiere Gabaráin a Chopin.
No es de extrañar que el meapilas Fernández Díaz (¿los ultracatólicos mean en las pilas? ¡Cristo bendito!) quiera cargarse a un compositor universal en beneficio de un cura vasco, si tenemos en cuenta los recortes que ha sufrido la educación musical en nuestro país: cierres de Escuelas y Conservatorios de música, aumento al triple del coste de las matrículas en estos centros y un desprecio absoluto de la nueva Ley de Educación (LOMCE) por las enseñanzas artísticas, que serán opcionales en Primaria y la ESO, además de haber desaparecido el Bachillerato de Artes, Música y Danza. Qué Chopin ni qué Chopin.
Para la jura de los inspectores, que se celebró en la Academia de Ávila, la Dirección General de la Policía repartió unas fotocopias con la letra de la cancioncilla de Garabáin (“…Cuando, Señor, resucitaste, / todos vencimos contigo, / nos regalaste la vida, / como en Betania al amigo…”). Los funcionarios participantes recibieron la orden de memorizarla. En su defecto, debían “mover los labios”. Hay que reconocer que el ministerio de Fernández Díaz nos está dando muy buenos momentos. Lástima que la actuación fuera un bluf, pues cuando sonó La muerte no es el final solo vocalizaron, dicen que tímidamente, el comisario Pino, número 2 de la Policía y promotor de la defenestración de Chopin, y Alfonso José Fernández, Jefe Superior de la Policía de Madrid. Ay, cantarines.
La promoción de estos cánticos curiles es doblemente reveladora. Por un lado, se suma a la cruzada del ministro Fernández Díaz por reconquistar España de las garras diabólicas de ateos, comunistas, maricones, abortistas y hasta sindicalistas del SUP. Le está ayudando mucho la Virgen María, por eso la condecora con medallas y él se entrega a su “amparo divino”. Por otro lado, delata una estrategia: la de mover los labios. Se trata de que sea eso lo que se canta. Lo sientas o no lo sientas, lo creas o no lo creas, te sepas la letra o no. Es una orden. Siendo esa una orden de arriba, concluimos que el poder incita a la simulación, a la falsa apariencia, a la mentira. Y, si la táctica es el embuste, cabe cuestionar la veracidad de todas las manifestaciones del poder que lo instiga.
Así, entendemos que el Ministerio del Interior solo mueve los labios cuando detienen a uno que no es quien dicen que es; que solo mueve los labios cuando se refiere a las “mafias de inmigrantes”; que el ministro solo mueve los labios cuando responde a Europa sobre lo que pasó en Melilla. Así, cuando el Gobierno se encastilla en Cataluña, cuando se obstina con ETA, cuando secuestra datos económicos. Solo mueve los labios. Así, comprendemos todo lo que no dijo Rajoy en el debate del estado de la nación: Rajoy se limitó a mover los labios, como si cantara No fue fácil, María, otro temita de Cesáreo Gabaráin. Lo que resulta más misterioso que un milagro de la Virgen del Amor es que, solo moviendo los labios, Rajoy fuera capaz de pronunciar la palabra “apocalipsis” añadiéndole desdén.
La estrategia de mover los labios llegó a su cumbre con Maria Dolores de Cospedal y su explicación de “las indemnizaciones en diferido” a Bárcenas y su despido “simulado”. Aunque no se sabía la letra, el suyo fue un auténtico cántico de La muerte no es final. Ahora mueve mucho las labios cuando habla de su marido y hasta es capaz de mover los labios en andaluz. Y mueve los labios el ministro Montoro cuando aclara que el Tribunal de Justicia de la UE no desautoriza al Ejecutivo por el céntimo sanitario, sino a la Comisión Europea. Y mueve los labios la ministra Báñez cuando asegura un cambio de tendencia en el mercado de trabajo. Y mueve los labios la ministra Mato cuando da cifras sobre violencia machista. Y mueve los labios el ministro Cañete cuando se hace el sueco sobre su candidatura a las elecciones europeas. Y mueve los labios el ministro Soria cuando se trata de hablar de Repsol. Gallardón mueve los labios para entonar Un niño nos ha nacido, otra cantiga del cura de moda. En cuanto a Carlos Floriano, qué podemos decir: en movimiento de labios, ¡maestro!.
En fin, que el arte político de quienes nos gobiernan es el del fingimiento, qué arte. El del fraude, el de la falsedad. No es de extrañar que para semejante farsa se sustituya a Chopin por Gabaráin. Qué arte ni qué arte.