El mundo puede bascular estos días, en un sentido u en otro. En juego está no ya Grecia, sino la Eurozona, y la economía en China. En Viena se está dilucidando no sólo si Irán va a renunciar a desarrollar armas nucleares, sino en buena parte el futuro de Oriente Medio. El momento muestra unas profundas dinámicas globales en curso.
Barack Obama lo percibe. Quizás es de los pocos. El presidente de EE UU no para de llamar a algunos mandatarios europeos, sobre todo a la canciller alemana, Angela Merkel, y al propio Tsipras. No entiende cómo por un país que sólo representa un 2% del PIB de la Eurozona se puede poner en peligro ésta, y con ella la recuperación económica de Estados Unidos, de Europa y mundial, que en esta fase, ante la desaceleración de los emergentes, vuelve a depender esencialmente del antiguamente llamado Primer Mundo.
Es una recuperación prendida con alfileres, que se la podría llevar la crisis que está atravesando la bolsa china. Si el país más poblado de la tierra, y en algunos aspectos ya la primera economía mundial o casi, entra en barrena, el mundo entero sufrirá, y desde luego Europa y Estados Unidos. China ha desacelerado su crecimiento hasta un 7% anual, la tasa más baja en seis años y ha arrastrado a muchos emergentes. Si baja aún más provocará problemas de todo tipo, internos y externos.
Grecia no es lo importante, aunque lo sea, y mucho, para los griegos. Una salida griega del euro, tome la forma y la velocidad que tome, será muy dura durante un tiempo para los ciudadanos de aquel país. Más allá de posibles efectos geopolíticos, lo más grave para el resto es que siembre dudas sobre la estabilidad de la Unión Monetaria a medio y largo plazo. Pues, salvo que se dieran grandes pasos en la integración como sugiere el informe de los cinco presidentes de sus instituciones, si se sale un miembro, aunque sea Grecia, dejará de ser una unión monetaria para convertirse en una zona de tipo de cambio fijo, que, evidentemente, se puede desfijar. Mañana puede ser Grecia, pero pasado Portugal, y más allá España e Italia, e incluso -¿por qué no?- Francia, con lo que toda la construcción europea, no sólo la Eurozona, se puede deshacer. Estas perspectivas generan dudas sobre el presente y pueden poner en peligro una recuperación económica en la UE, que en buena parte se debe a las inyecciones de dinero en las economías de la Eurozona del Banco Central Europeo. Sin duda, un acuerdo con Grecia este domingo en el Consejo Europeo encarrilaría la situación. Evitará el accidente, aunque no resolverá los problemas a medio plazo de Grecia y la Eurozona. Un fracaso puede llevar a lo contrario.
Por eso Obama, arrogándose ese papel que De Gaulle calificó de “federador externo” (de Europa), preocupado por sus propios intereses llama tanto estos días, y su secretario del Tesoro Jack Lew apela a una quita de la deuda griega como también el FMI. Por eso y porque ve cómo la bolsa china llevaba desfondándose varios días: una caída de un 30% de los valores en Shanghái y Shenzhen, tras unos meses de espectacular subida, y la suspensión de la cotización de al menos la mitad de sus títulos, contagiando al resto de los parqués asiáticos. El Gobierno del primer ministro Li Keqiang, encargado del tema, ha lanzado intervenciones de todo tipo (bajada de tipos de interés, flexibilización de las reservas de los bancos, uso de fondos de pensiones para comprar acciones, más liquidez, policía contra “especuladores” [antes eran inversores], noticias interesadas, etc.) que parecen haber frenado el caos.
El Gobierno, como bien indicaba David Pilling en el Financial Times, se juega no sólo la economía, sino la legitimidad del sistema político chino que en buena parte reposa sobre su supuesta competencia técnica y sobre el crecimiento económico y el consiguiente desarrollo social, ahora basado menos en las exportaciones y más en un consumo interno que esta crisis puede frenar. Aunque el opaco sistema bancario chino no parece afectado, estas dinámicas son peligrosas, y no sólo para China. Para todos.
Obama está además en permanente contacto también con su delegación en Viena, que, junto a los otros miembros del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania, negociaban anoche a marchas forzadas un acuerdo final con Irán para evitar su nuclearización, a cambio de un levantamiento de las sanciones económicas. En principio se habían dado de plazo hasta hoy viernes. Si se alarga, el Congreso de los EE UU tendrá más que decir sobre el eventual acuerdo, con la presión contraria de los conservadores (y algunos demócratas) que se resisten y de Israel y Arabia Saudí. Los iraníes saben que la cuestión nuclear no es lo esencial para ellos, sino su normalización regional y global, geopolítica y económica. Un acuerdo así puede cambiar a medio y largo plazo las dinámicas en Oriente Medio, en incluso las del sistema económico, social y político iraní (razón por la que los más conservadores del régimen de los ayatolás se resisten). Un acuerdo acercaría Rusia a Occidente. Pero un fracaso en Viena influiría en un sentido negativo en toda esta cuestión.
Si no hay acuerdo con Grecia, si las bolsas chinas siguen desquiciadas y si no se logra un pacto con Irán en Viena, el mundo será el lunes muy diferente y más peligroso que si ocurre lo contrario. Son días importantes.