Hace unos días salieron a la luz una serie de fotografías de la noche de los cristales rotos. El Centro Yad Vashem ha publicado un reportaje, con fotografías inéditas hechas por los propios nazis. Para quienes no lo tengan presente, la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, se dio un paso adelante en la persecución a los judíos en Alemania y las autoridades permitieron y animaron uno de los mayores pogromos de la historia. En una de las fotos, elegida por algunos medios para ilustrar el hallazgo del reportaje, se ve a un miembro de uno de los grupos organizados nazis destrozando un escaparate mientras lo observa un corro de ciudadanos con las manos en los bolsillos y actitud complaciente. Así siguieron esos ciudadanos mirando los cristales rotos, que abrieron las puertas de par en par a la Solución Final y al Holocausto.
Llevo días pensando en ese instante congelado, como símbolo del peligro que conlleva mirar y callar en según qué momentos de la historia. Lo alertaba en Twitter el gran Juan José Millás: “La derecha parlamentaria ha alcanzado ese grado de violencia verbal que precede al de la agresión física”. ¡Cuidado!“. Se refería a la escalada de violencia verbal en el Congreso durante la sesión del pasado miércoles 23 de noviembre. Fue la diputada de Vox, Carla Toscano, quien retrató su bajeza moral perdiéndole el respeto a la ministra de Igualdad Irene Montero, y de paso a la mitad de población de nuestro país. Podría haber sido cualquier otro de su bancada. Pero no me parece casual que cuando hay que cargar contra las políticas feministas y de derechos en nuestro país, los de Vox deleguen en mujeres. Son mujeres metiéndose con mujeres, que defienden los derechos de las mujeres. No es un trabalenguas. Es algo todavía más perverso. Recuerdo cuando se discutía en el Congreso sobre la Ley del sí solo es sí, en mayo pasado, la misma Carla Toscano dijo: ”Lo de los piropos, a mí la verdad que me da pena no volver a oír ciertas cosas por la calle. Recuerdan ese, 'dime cómo te llamas y te pido para Reyes o 'ese es un cuerpo y no el de la guardia civil'“ (…) ”Es una pena que su odio a la belleza y al hombre nos hagan perdernos esas muestras de admiración e ingenio popular“.
Yo creo que no hay mujer, ni de izquierdas ni de derechas, que no haya sentido una punzada de miedo al doblar una esquina y ver a un grupo de hombres, entre los que tienes que pasar sí o sí, que empiezan a meterse contigo. De miedo o de incomodidad ante la agresión que supone que te interpelen en grupo, dando igual que lo que te digan sean supuestas cosas bonitas o halagadoras. Lo siento, no me creo a quienes digan que esto les gusta. Me recuerda demasiado a otra fotografía de Catalá Roca en la Barcelona de los años cincuenta, en la que una mujer esquiva a un hombre que, en actitud muy agresiva, supuestamente le lanza piropos. Es un ataque en toda regla. Ignoro si con ingenio popular o no, pero con una agresividad que impacta.
Hemos llegado a ese punto en el que o actuamos o esto se nos va de las manos. Afortunadamente todos los grupos, excepto Vox, han condenado esta escalada de agresividad verbal. Afortunadamente, algunos palmeros habituales de las bravatas de la ultraderecha también han constatado el exceso. Creo que se les ha marcado el límite hasta dónde pueden estirar la cuerda. Pero quizás tendríamos que haberlo hecho antes. Mucho antes. No se puede comparar el momento de la foto que mencionaba al principio, con el que vivimos ahora. Pero sí, quizás, podemos no querer ser esas personas que miran y no hacen nada mientras se desata la barbarie. Se puede ser de izquierdas o de derechas, lo que no se puede ser es inocente cuando se falta al respeto, se es inhumano o se desata el odio al otro, y miramos hacia otro lado sin hacer nada. Los hay que incluso, cuando les conviene la suma, están mirándoles directamente a los ojos.