Frente al conservador estamento médico, yo ofrecía tres significativos defectos: Ser mujer, estar a favor del aborto y ser judía
Dije el otro día en algún sitio que Feijóo va a limitarse a hacer el muerto en la piscina de las encuestas, porque es su mejor opción. No podemos desestimar que, de vez en cuando, haga alguna olita en la superficie, sobre todo vista su herencia rajoyana de la oratoria dispersa y confusa. Aun así, cuando eso sucede -“tuve al apóstol Santiago de asesor permanente”- tiende a quedarse quieto, sin respirar, hasta que la calma vuelva a la superficie en la que él se limita a flotar.
Por eso me ha gustado el chapuzón con salpicaduras de Ayuso. “Yo creo que tiene que abortar, desde luego. Una vez que una mujer tiene claro que no quiere seguir adelante con ello, y lo tiene claro, creo que no puedes obligar a nadie a llevar una vida contraria a la que desea [...] No se me ocurriría pensar que una mujer de 16 años, que es muy joven, y que tiene unos proyectos, tenga que seguir con una vida que no quiere”. Esta vez la presidenta madrileña, descarada, neoliberal pero también bastante laica -aunque le dijera a Bertín Osborne que se había convertido durante la pandemia- le ha recordado a su líder una intuición política que es bastante clamorosa: la batalla contra el derecho de las mujeres a decidir sobre su maternidad no va a dar ya muchos réditos. España no es Estados Unidos, ni para lo bueno ni para lo malo.
La batalla de los antiabortistas -que se bautizaron provida ellos mismos y a los que les hemos concedido esa victoria- está limitada a unas minorías marcadas por la ortodoxia religiosa si no por el fanatismo. Esto último lo digo porque hay muchas personas que están contra el aborto por sus creencias y que, aun así, no se movilizan para impedir que las mujeres que lo deseen se acojan a la ley. El alma del PP puede estar, como algunos dicen, dividida en este tema, pero no a partes iguales. En esa coyunda, Rajoy ya tomó partido. Gallardón fue el último mártir del aborto en la derecha.
La sociedad tiene memoria de pez y eso exige refrescar la pantalla. La modificación de Montero respecto a las menores de 18 años no es nueva, ya la teníamos, fue el último debate sobre esta cuestión del Partido Popular el que nos la arrebató. Porque Rajoy también sabía que solo un extremo de sus votantes -parte de los cuáles se le han largado al teocrático Vox- mantenía este extremo de la goma en tensión y que no iban a ser los decisivos en las elecciones. Reciclemos. A su llegada al poder se comenzó a preparar una reforma de la ley del aborto muy restrictiva, ya que no solo derogaba la ley de plazos -aborto libre hasta las 14 semanas-, sino que pretendía incluso volver a la insuficiente de los supuestos tasados. El anteproyecto fue echado atrás y retirado cuando iba a llegar ya al Consejo de Ministros. Era imposible que este se hubiera cocido sin el conocimiento del presidente, así que algo le hizo dar marcha atrás a Rajoy que decidió no tensionar la goma. Para no estirarla del todo hacia un lado, dejó sin efecto la parte referida al libre consentimiento de las menores de 18, exigiendo el consentimiento de los padres y, en caso de divergencia de criterio, largó a los jueces el elegir.
Era una exigencia loca, la imagino con desesperación, la de que los padres o un juez determinen sobre el futuro de la vida de una mujer. Está el problema real que supone que en casos de abusos y violaciones familiares, incestos o en supuestos de exclusión social es una locura permitir que sean los causantes del problema los que elijan. Más allá supone otorgar a los padres, y a sus creencias e ideología, una especie de derecho a imponer su visión de la vida a sus retoños, un “mis hijos son míos”, que ya han expresado en otros terrenos como la educación. El PP ha utilizado tímidamente esa exigencia residual de Rajoy para oponerse al proyecto de Montero y para no recular respecto a lo que hicieron gobernando. Salvar los trastos. Es ahí cuando llega Ayuso y los deja con el culo al aire y vuelve a demostrar que sabe que esta cuestión no le va a restar ni un voto de los más conservadores de sus votantes, que ya habían asumido que la postura del partido sobre esta cuestión dejó de ser beligerante. Ahora solo falta que en Madrid se pueda abortar en los hospitales públicos. Las últimas movidas antiabortistas del PP murieron con Ana Botella y Gallardón y bien enterradas están. Ninguno va a tirar mucho más de la goma, porque saben que hay consensos sociales que no tiene sentido cambiar y no darán la batalla del aborto ni la de la eutanasia ni la del divorcio ni siquiera teóricamente, más allá de ese burbuja que ha hecho Feijóo en la piscina.
Queda Vox. La única promesa política de un partido de derogar cualquier tipo de ley que permita el aborto es de la formación de ultraderecha de claros tintes teocráticos. Aquí también se ven claramente las dos almas de la formación. Mientras Abascal, en El Hormiguero, se mostraba contrario al aborto y acudía a una manifestación convocada por el ultra católico Mayor Oreja, se cuidaba muy mucho de molestar a ese más del 50% de sus votantes que según Metroscopia no se opone a que exista la posibilidad de abortar. “No lo llamaré asesinato para no ofender a los que toman esa decisión”, dijo en 'prime time' para contentar a unos y a otros.
Abascal no es la parte teocrática de ese partido, son Monasterio y 'husband' los que representan al núcleo duro de esa tendencia. “Hay que derogar la ley del aborto, pero el PP cree que es un derecho de la mujer”, les acusó Monasterio en una entrevista. Aquí es donde confluyen con Polonia y se alejan hasta de Marine Le Pen, que no cuestiona la existencia de ese derecho en su país. Y es que la francesa sabe también hasta dónde puede estirar la goma y ha ido evolucionando en su planteamiento.
Y ya. No hay más partidos en España que tengan en consideración esa cuestión. Es más, Casado ni lo incluyó en su último programa electoral. La goma está en el equilibrio que está y no van a tirar de ella, afortunadamente para las mujeres de este país. Los ronroneos que llegan del Tribunal Constitucional tampoco parece que apunten a un refrendo del recurso presentado por diputados del PP, comandados por el ultra católico Trillo.
Para compensar, al acabar el discurso, los conservadores añadirán esa frase compensatoria que les parece imprescindible: “Lo que hay que hacer es poner medios, porque un aborto siempre es un fracaso”. Parece que Ayuso, como tantas mujeres, tiene claro que más que un fracaso es un alivio. Ese alivio que hace que un error o una violencia no condicionen el resto de tu futuro si así no lo deseas.
Es la sociedad siempre la que marca la tensión de la goma. No es buena cosa para ningún gobernante intentar llevarla más allá de dónde llega. Hasta el PP lo sabe.