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No hay futuro para los palestinos

4 de noviembre de 2023 22:42 h

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Ninguna manifestación, por gigantesca que sea, detendrá la matanza en Gaza. Ni Benjamín Netanyahu ni sus generales deberán comparecer nunca ante un tribunal por sus crímenes de guerra. Supongo que todos somos conscientes de eso. Otra cosa es protestar y denunciar: ahí hablamos de una obligación ética, al margen de su resultado.

Cuesta, asistiendo a la atrocidad, imaginar el día después. Pero quizá valga la pena intentarlo.

La opción de los dos Estados, impulsada por la Conferencia de Madrid y los Acuerdos de Oslo, resulta inviable desde hace tiempo por la progresiva colonización de los territorios ocupados. Ya no queda espacio para los palestinos. Liquidada esa opción, cabe solamente la otra. La de un solo Estado.

No es razonable creer que la sociedad israelí, que lleva décadas decantándose hacia el nacionalismo extremo, pueda aceptar la integración en su seno de cinco millones de palestinos. En especial después de las atrocidades cometidas por Hamás el 7 de octubre. Por tanto, lo más probable es que el gobierno de Jerusalén persiga ya sin disimulos la creación de un Gran Israel, desde el Jordán hasta el mar. Sin palestinos, o con una presencia puramente testimonial de ellos.

¿Qué harán con los palestinos? A muchos ya los están exterminando en Gaza. Lo más probable es que se intensifique una estrategia largamente ensayada: hacerles la vida imposible y forzarles a emigrar. En Gaza se les ha encarcelado. En Cisjordania se destrozan sus propiedades o, como viene sucediendo en las últimas semanas, se les mata uno a uno. La idea es que se vayan.

La cuestión es que nadie va a acoger a los palestinos. Lo cual evoca la situación de los judíos ocho décadas atrás: nadie quiso rescatar, cuando aún era posible, a quienes poco después murieron en los campos de exterminio. No digo, entiéndase, que Israel vaya a recrear Auschwitz. Es un hecho, sin embargo, que Israel no deja de empujar a los palestinos fuera del territorio que considera exclusivamente suyo.

Cuando la Organización para la Liberación de Palestina propició la migración hacia Jordania, la cosa acabó en guerra: fue el “septiembre negro” de 1970. Un desplazamiento relativamente modesto de población palestina (unas 100.000 personas), acompañado de las milicias de la OLP, desequilibró Líbano y propició el inicio de una guerra civil caótica que duró desde 1975 hasta 1990. Los palestinos, como pueblo o sociedad, pierden su tierra y no pueden conseguir ninguna otra en la región.

Sólo parecen concebibles las fugas individuales. Como ejemplo, les diré que mi antiguo fixer en Gaza vive ahora, con su mujer y sus hijas, en China: fue el único país que les concedió un visado.

Para la gran mayoría de los palestinos no se dibuja otra opción que la de seguir desangrándose mientras Israel crece a su costa. Por otra parte, puede darse por seguro que el integrismo islámico rebrotará, en Oriente Próximo y en todo el mundo. Habrá más terror. Y tanto Estados Unidos como la Unión Europea, vistos en gran parte del planeta (con bastante razón) como cómplices de Israel en esta guerra tan desigual, seguirán perdiendo prestigio y retrocediendo ante China.

Si lo de ahora es espantoso, no parece que lo venga después vaya a aportar ningún consuelo.