El chiste es de derechas, lo hemos recordado con la muerte de Arévalo y, antes, con las cosas de Alfonso Guerra (no importa dónde se sitúe uno políticamente, siempre hay un camino a la derecha).
Contar chistes es como ir en autobús, existen dos maneras fundamentales: de pie y sentado. Es más moderno el chiste de pie. El chiste sentado remite al escriba sentado, la estatua del Antiguo Egipto que hay en el Louvre. Aparece tan sonriente porque acaba de contar un chiste. Obsérvenlo, no escribe, se muestra demasiado contento como para estar trabajando. En España, nadie contó el chiste sentado como Eugenio.
El chiste ha sido mucho de derechas porque fue la única forma de expresión que permitió la dictadura. Durante el franquismo, la libertad de expresión era un chiste. Los chistes sobre Carrero Blanco eran siempre de derechas por mucho que se pitorrearan de su asesinato. Ser de derechas es como ser catalán o ser español. Es de derechas quien vive y trabaja en una vida de derechas. Por eso ganan siempre las derechas en las encuestas.
Eugenio surge en la Barcelona progre de los ponchos, los guitarrones chilenos y los charangos de armadillo, que trajo el exilio político latinoamericano. Igual que los hipsters tocan el ukelele, los rojos tocaban el charango. Pero en el charango hay más pena y más verdad. Contenía un hambre que no se quitaba ni con flautas de pan. Por su parte, en el ukelele hay una soledad que se aprende en cualquier tutorial de YouTube.
La voz, a Eugenio, le sale con el humo del tabaco, y se entreteje con las espirales blancas en la oscuridad del pub. Eugenio lleva gafas de piloto de avión, y su gin-tonic en vaso de tubo, todo el rato al alcance de su mano, tiene algo de cambio de marchas. Lingotazo, cambio de marcha y a por el chiste siguiente. Pero su tempo narrativo es moroso, de escriba sentado. Eugenio está actuando para gente que ha venido de los Andes, o quizá de no tan lejos, tan solo del barrio de la Verneda.
Eugenio cuenta chistes tristes, de gente que no se entiende entre ella cuando habla. Son chistes sobre la incomunicación. En Eugenio, las palabras siempre quieren decir otra cosa. Se prestan a confusión. Si en el absurdo de Beckett las cosas han perdido su significado, en los chistes de Eugenio el significado de las palabras se ha trastocado. La época de Eugenio es la de los Ramones, y por tal razón sus chistes son rápidos y breves. Eugenio cuenta despacio chistes rápidos.
El chiste de pie, el de Arévalo, viene andandini por otro camino. Procede de las profundidades del espectáculo. Un arduo oficio. Al igual que su padre, Paco Arévalo ha sido torero cómico. Durante varios años, recorrrió los pueblos con la compañía del Bombero Torero, un cuadro donde se juntaban enanos y novillos para que la gente se riera. En Barcelona, la compañía del Bombero Torero llenaba la plaza de las Arenas en la noche de San Juan, con la banda del Empastre.
Quizá el artista más famoso de ese mundo (no existen los submundos, un submundo es un mundo que no pertenece a la clase alta) fue aquel torero apodado el Platanito. Empezó queriendo ser torero serio. Venía del hospicio, y de los reformatorios. No obtuvo reconocimiento como matador, y se dedicó a la parodia. En España siempre es así, detrás de toda risa hay un fracaso. Uno no puede dejar de ser lo que es, y lo sigue siendo, aunque sea en broma.
Cuando ya se hizo famoso, gracias a la televisión (salía siempre en el Un, dos, tres...), Arévalo empezó a vestirse como Julio Iglesias. La de Julio Iglesias y la de Arévalo es la misma derecha sociológica. La derecha política es otra. Muchas veces, la derecha sociológica vota a la izquierda, y así es como se entienden las antiguas mayorías absolutas de los socialistas. La gente puede ser de derechas en su vida, y querer un mundo más justo, un estado del bienestar, oportunidades para todos... La gente acepta cambiar el sistema antes que cambiar su vida. La izquierda, al ser idealista, mezcla vida y sistema, y es cuando choca con la gente.
Ahora admitimos que los chistes de Arévalo le faltaban el respeto a los desfavorecidos y a los marginados. Entonces se les llamaba chistes de gangosos, chistes de mariquitas... En los chistes de gangosos y en los chistes de tartamudos, no era la palabra lo que perdía el significado, sino que la persona perdía el derecho a la palabra. Se la ridiculizaba por el mero hecho de su ejercicio. Los chistes de mariquitas formaban parte de un chantaje colectivo para proscribir cualquier sexualidad que no fuera la del varón heterosexual. Los chistes de Eugenio también participaban de esa presión social, pues bastantes ridiculizaban a las mujeres en tanto que tales, y le salvaban el culo a las miserias de los hombres.
En España, hemos practicado un humor violento desde el principio. Lo gracioso del Lazarillo de Tormes era que el ciego le estrellara el cántaro en los dientes al niño porque le robaba las uvas y el vino, y que el niño arrojase al ciego de cabeza contra una columna, un día de lluvia. Un niño desgraciado que se burla de un ciego, este es el humor español. Con esos batacazos hicimos Mortadelo y Filemón, y con un cegato hicimos Rompetechos.
Así fue la risa hasta Chiquito de la Calzada. Lo que hace singular el humor de Chiquito es su dinamismo. Incapaz de la palabra, de expresarse dentro del margen de lo inteligible, necesita gestualizar, resaltar con mímica sus sentimientos. Sus gestos están a la altura de sus palabras y, sin embargo, esto no es impotencia, sino arte; porque toda obra artística debe ser coherente en sí misma.
En Chiquito ya no hay chistes. Están rotos. Sus palabras son los escombros de un chiste. Esa es su misión, anunciar que esta forma de humor ha sido destruida por el tiempo. Es el Hubert Robert español, un retratista de nuestras ruinas clásicas.
Después de Chiquito, irrumpe el posthumor, como lo definió Jordi Costa (el más avanzado crítico cultural de mi generación). Se trata de otra gente, más instruida, no viene solo del batacazo en la acera, del tortazo, la paliza y la piel de plátano. No ha salido de la calle, sino de su habitación, del sofá ante la tele, del cine devorado en vídeo doméstico, de ver Los Simpson por la noche, de no perderse a Faemino y Cansado, de descargarse todo Andy Kauffman, de lecturas míticas como La conjura de los necios. Muchos han estudiado una carrera universitaria. Este proceso de sofisticación, de desconexión con la calle, se ha dado también en la literatura, en el cine, en el teatro..., y, por supuesto, en la izquierda.
La izquierda de hoy es más intelectual que sociológica. Viene más del discurso que del trabajo, que era donde los obreros de derechas se hacían de izquierdas. No soporta los chistes, prefiere el monólogo. No le perdona a Arévalo los chistes con que se estigmatizó jocosamente a quienes eran perseguidos de forma trágica en sus ámbitos personales, familiares, laborales, académicos. Y sobre todo, se indigna ante la coherencia biográfica del humorista con su propio humor. Le sulfura que, políticamente, Arévalo fuese tan reaccionario como sus chistes. Es más fácil excluir desde el discurso que aceptar a las personas.
La demolición del chiste como pieza de humor fue preconizada, a mediados de los años setenta, en el programa de televisión Esta noche... fiesta, por el cómico Paco Gandía (que previamente quiso ser torero, como Arévalo, y cantaor, como Chiquito, ya se sabe, en España uno se ha salvado siempre contando chistes). En sus actuaciones, Paco Gandía advertía a cada momento: “pero esto que voy a contar no es un chiste, es un caso verídico”. Esa renuncia a la ficción es la que hoy nos encontramos cuando lanzan una serie diciendo: basada en hechos reales. Se han impuesto los casos verídicos. También el humor, lo mismo que el resto de la cultura, se ha vuelto realista, y por tal motivo es más sensible ante lo real.
Pero no nos engañemos, la realidad es de derechas. Por eso la izquierda siempre ha querido transformarla. Así lo dijo hace mucho tiempo Marx en su tesis número once sobre Feuerbach: “Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de maneras diferentes; ahora lo que importa es transformarlo.” Estas palabras están grabadas sobre el pedestal de mármol en la tumba de Marx, en el cementerio de Highgate, en Londres. No las vio impresas en vida, ya que estas breves tesis, casi aforismos, sobre Feuerbach, fueron publicadas póstumamente, en 1888. Sin embargo, estos días pueden leerse de nuevo si uno se detiene en cualquier papelería-librería de España, pues están incluidas dentro del volumen dedicado, esta semana, a los escritos de Marx, en la colección de kiosco Grandes Pensadores (ed. Gredos/RBA, 2023, introducción y edición a cargo de Jacobo Muñoz). La cultura popular es el acceso del pueblo a la cultura. Además de contar chistes.