Para titular este artículo, he rescatado del trastero la pancarta con que los jóvenes de hace trece años nos manifestábamos por el derecho a una vivienda digna. Los hoy jóvenes no se acordarán, pero los de mi quinta sí: “No vas a tener casa en la puta vida”. ¿Os acordáis de aquellas manifestaciones? V de Vivienda, Stop Especulación… Denunciábamos que con sueldos mileuristas (ojo: 1.000 eurazos, y comprando de todo a precios de entonces) no había manera de pagar un alquiler ni pedir una hipoteca en plena burbuja inmobiliaria. Qué tiempos aquellos, qué jóvenes éramos.
Pues aquí estamos, a la vuelta de trece años: el insoportable mileurismo de entonces es hoy una aspiración para la nueva generación de submileuristas… mientras el coste de la vida no ha dejado de subir en esos trece años, y especialmente la vivienda en alquiler, la que debería ser primera opción para cualquiera que quiera salir del hogar familiar: hace diez años debías dedicar el 60% de tu sueldo para alquilar un pisito, hoy más del 90%.
Con la precariedad y los sueldos actuales, lo sorprendente no es que el 81% de menores de 30 años no pueda emanciparse: lo inexplicable es que el 19% sí lo consiga. Ya sé, la mayoría comparte piso. Pero si te das una vuelta por el mercado de vivienda compartida en Madrid o Barcelona, verás que las habitaciones están al nivel de las hipotecas de hace dos décadas. El rollito Friends en España es cada vez menos una telecomedia de veinteañeros, y más una realidad de treintañeros, cuarentones y hasta cincuentones obligados a compartir piso con desconocidos. Que tu compañero irrumpa en el baño cuando estás cagando, o vivas con un maniático que etiqueta sus cosas en la nevera, da para mucha risa cuando tienes veintitantos. Con más de treinta va perdiendo gracia, y con cuarenta y divorciado con hijos, o con cincuenta y parado de larga duración, las risas enlatadas de la telecomedia escuecen.
¿Qué ha pasado en estos trece años, desde aquellas movilizaciones por la vivienda hasta hoy, para que la emancipación caiga, los sueldos sean más bajos, se produzcan cien desahucios de alquiler cada día (repito: cien desahucios de alquiler cada día), y varios fondos buitre manejen enormes carteras de viviendas que distorsionan el mercado? ¿Cuál es el balance después de estos años, a la vuelta de todo un ciclo político que arrancó en el 15M, donde también se veían pancartas de “No vas a tener casa en la puta vida”? ¿Tenemos que conformarnos con el éxito de la PAH (que es un éxito, pero insuficiente)? ¿Por qué en las repetidas campañas electorales y en las sucesivas negociaciones para formar gobierno de los últimos años no se ha hablado apenas de vivienda?
No vas a tener casa en la puta vida, ya lo sabes. Pero es que al paso que vamos tampoco la van a tener tus hijos. Llevamos años estirando el colchón familiar, pidiendo a los padres que nos avalen para hipotecas y alquileres, tapando agujeros con ayuda de la familia, yendo a la playa gracias al apartamento de los abuelos, y confiados en que algún día nos toque heredar algo. Pero el colchón se va consumiendo, no recibe nuevas aportaciones, y las herencias se consumen. Los jóvenes de hoy serán los mayores de mañana. Y si hoy el 20% de jubilados vive en vulnerabilidad residencial extrema, no quiero pensar cómo vendrán las próximas generaciones de mayores, después de una vida laboral de precariedad, sueldos bajos y cotizaciones insuficientes.
Pero no todo van a ser malas noticias, chavales, vamos a cerrar el artículo en positivo: no vais a tener casa en la puta vida, ni tampoco vuestros hijos, pero eso no debería preocuparos. Porque igual tampoco tenéis hijos, que también la natalidad anda por los suelos.
¿Qué hago con la pancarta? ¿La devuelvo al trastero? Se la voy a dejar a mis hijas para que jueguen un rato con ella y se vayan familiarizando.