Por enésima vez, NO. Desde antes de que el proyecto para la nueva ley de educación estuviera sobre la mesa, somos muchos los que venimos rechazando tajantemente el modelo educativo que el Partido Popular nos impone, primero en las comunidades autónomas en las que gobiernan –en especial Madrid, campo de experimentación en esta materia– y ahora en el resto del país.
De nuevo esta semana, los estudiantes, con el apoyo de sus familias, se enfrentan a tres jornadas de huelga, mientras que los profesores sumamos una más a nuestras espaldas. He perdido ya la cuenta de cuántas van en estos dos años, pero superan las dos docenas. Un nuevo esfuerzo económico, laboral y personal para volver a decir NO a este Gobierno que se empeña en no escuchar, en no ver, en no entender. Un Gobierno que insiste en convertir a la comunidad educativa en una mayoría silenciada a base de desgastar nuestras fuerzas, ignorar nuestras demandas y propuestas y hacer suyo aquel dicho de “no hay mayor desprecio que no hacer aprecio”. Aun así, aun sabiendo que todo nos indica que esta vez tampoco se interesarán por lo que les digamos, volvemos a hacer huelga, porque así al menos quedará claro que todo este atropello contra la educación en nuestro país se lleva a cabo en contra de nuestra voluntad.
Todo apunta a que en muy breve plazo de tiempo la LOMCE será ratificada y con ella llegará un nuevo modelo que transformará de raíz el sistema educativo y, en consecuencia, nuestro modelo de sociedad. Las leyes de educación deberían ser un consenso del modelo de sociedad que queremos ser, de los conocimientos que consideramos imprescindibles, pero también de los valores que queremos fomentar en nuestra sociedad.
En los centros educativos de Primaria y Secundaria, nuestros alumnos no aprenden únicamente las diferentes materias, sino que también aprenden a convivir, interactuar y relacionarse con los demás. Lo que vemos en la calle es reflejo de lo que ocurre en las aulas, y viceversa. Desde luego, ni el modelo actual de sociedad ni el de escuela son los mejores, pero nos enfrentamos ahora a uno mucho peor. Con la LOMCE llega –por imposición, no por consenso– un modelo profundamente neoliberal, donde el alumno no es visto como un futuro ciudadano, sino como un futuro trabajador y, en función de esta premisa, se construye todo un sistema segregador, clasista y utilitarista. Para más inri, al sistema neoliberal se une el resurgir con fuerza de la moral católica en las aulas.
Con la nueva ley de educación, los valores del conocimiento y el aprendizaje quedan sometidos a los criterios de empleabilidad y competitividad. Así, las materias menos útiles para el mercado laboral pierden peso o se eliminan, y los alumnos se ven desde edades muy tempranas sometidos a pruebas que no sirven para nada más que para acentuar las desigualdades, promover la competitividad entre sí y entre centros, y para crear guetos educativos financiados con dinero público que segreguen a los alumnos en función de sus capacidades intelectuales o económicas, o simplemente por su sexo. Estamos ante un modelo que va a compartimentar aún más no sólo escuelas e institutos, sino a la sociedad entera, pues, como mencionaba anteriormente, la escuela refleja el modelo de sociedad que queremos y ésta que nos viene se aleja completamente de la aspiración actual de ser una sociedad integradora.
No sé ustedes, pero al menos yo quiero un sistema educativo que enseñe a convivir, no a competir; que no cree líderes y trabajadores sumisos, sino ciudadanos autónomos dotados de pensamiento crítico; que fomente la conciencia política y ciudadana, no la meramente económica y capitalista; que forme a los alumnos de manera integral y no sólo en función de las demandas del mercado.
A todo esto hemos de sumar la subida de las tasas en módulos de FP, Escuelas Oficiales de Idiomas y Universidad. Esto es una pieza fundamental del engranaje neoliberal, pues sirve para asegurar que sean sólo unos pocos privilegiados los que accedan a una formación superior y contar así con una mayoría de mano de obra barata, sin formación y educada para competir con el igual.
Todo este cambio se lleva a cabo con la excusa de acabar con el llamado fracaso escolar, un término que, por cierto, me resulta profundamente obsceno. Sólo usamos el termino fracaso para referirnos a los alumnos (en su inmensa mayoría menores de edad) que no cumplen con las expectativas del sistema. ¿No es esto cruel? Llamamos sin pudor fracasados a nuestros hijos y, sin embargo, no oigo hablar de nuestro fracaso como sociedad o de nuestro fracaso político, cuando son éstos los que están detrás de ese fracaso escolar.
Ni la LOMCE ni ninguna otra ley o política actual van a la raíz del problema, a cambiar este sistema podrido en el que vivimos por otro más humano y más justo. De hecho, caminamos hacia a una sociedad que será aún más inhumana y con unas diferencias económicas, culturales y sociales aún más marcadas. O al menos hacia allá es hacia donde nos quieren llevar, porque esta semana somos muchos los que hacemos fuerza de nuevo en la dirección contraria y les volvemos a gritar NO.