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El obstáculo

Veo que hay una gran mayoría de analistas que ven el panorama arrojado por las elecciones de junio como “más claro”. Lo acepto. Yo, la verdad, es que puede que sea más contumaz o más cerrada o, no lo excluyamos, más necia pero lo cierto es que sigo viendo la misma complicación que veía en las primeras.

Es verdad que el PP ha mejorado su posición algo y roza los ocho millones de votos. Correcto. Lo cierto es que yo, seré una sectaria no lo niego, pero lo que veo en fluorescente ante mí son los trece millones y medio de votos nacionales que no ha recibido el partido de Mariano. Es más, el más de millón y medio de votos de partidos no nacionales que hay que sumar a esa cifra. Un total de 15 millones de españoles que no confía en el PP ni en Mariano Rajoy para que gobierne este país.

Parece ser que ahora lo de los pactos está mucho más claro. Yo soy muy zote. Lo veo igual de confuso. Ya ven. Es cosa de ser obtusa puesto que es evidente que de 24 millones de votantes hay ocho, la mayoría, que quieren que gobiernen los populares. Sólo que no olvido que hay más de quince que no lo desean así. Ahora se trata pues de pactar. Como en diciembre. Y, digánme, ¿ha cambiado realmente algo? ¿No hay quince millones de personas que por motivos diversos han decidido que quieren que cambie el inquilino de La Moncloa?

Lo cierto es que sumar las cifras sería como unir agua y aceite si no fuera porque en la actual situación española las divergencias ideológicas ocupan un papel menos preponderante y más secundario. Eso mismo lo comparte hasta el PP, puesto que está dispuesto a pactar con el PSOE, su adversario tradicional, su monstruo de las galletas particular hasta la llegada del diablo de la coleta.

Convengamos pues con Rajoy que las ideologías están superadas y que lo práctico prima. Lo práctico significa, evidentemente, que es impensable llamar a los ciudadanos a unas terceras ediciones. La carta en la mesa pesa. Ya no vale volver a dar si las cartas que nos tocaron no nos vale. Hecho. La baza es la que tenemos en mano. Bien. Yo, que soy obtusa, no lo olvidemos, lo que veo es que hay 15 millones de personas que no quieren ver gobernando a Rajoy ni al PP. Y es lógico. Hay 15 millones de votantes que, podemos concluir, no soportan la suciedad que arrastra el partido de la gaviota, su falta de reconocimiento de los errores y escándalos, su falta de intención de regeneración interior. Hay 15 millones de electores que convendrían juntos en que les importa mucho acabar con esa podedumbre. Hay 15 millones de adultos españoles que consideran que el PP ha utilizado sus años de gobierno para inflingir daño sin control, para pasar el rodillo, para no ser consciente de la realidad de la pobreza o del nacionalismo o... De lo que sea. Hay 15 millones de personas que están hasta el gorro de lo que ha hecho el PP con España.

Es cierto que hay que ser pragmáticos. Oigo y veo y leo cosas. Cosas que en muchos casos olvidan que España no es ninguno de los países que mencionan como ejemplo simplemente porque el partido que ha detentado el poder en la mayor parte de los escalones durante los últimos años está manchado. Manchado hasta la arcada. Que además no sólo no lo ha remediado sino que nos ha mentido y nos ha llamado subnormales al intentar mantener su versión por encima de todas las cosas. Olvidan que se han rebajado los estándares democráticos. Olvidan que se ha legislado a toque de corneta sin contar con nadie. Quieren pasar el borrador sobre el hecho de que todos los controles han fallado. Quieren que no veamos que nada les importaba sino su poder y que sólo ante la amenaza de perderlo amagan ahora con hacer concesiones.

Quieren el inefable Mariano ofrecer ahora un pacto de cambios, incluso constitucionales, al PSOE incluso compartiendo gobierno. ¿Sucede que se ha dado cuenta de los errores cometidos hasta ahora? ¿El daño sufrido por muchos millones de ciudadanos ha sido gratuito? ¿No era su forma insolidaria e injusta de gobernar la única posible? ¿No era Bruselas quien no les habría permitido ni a ellos ni a otros hacer las cosas de otra forma siquiera más humana?

Y ese es el obstáculo. Aún asumiendo que el mandato de las urnas nos obliga a aceptar, todos, un gobierno que puede parecernos antinatura, un gobierno heterogéneo y monstruoso desde el punto de vista ideológico ¿por qué hay que pensar que ese engendro anti natura surgido de las urnas tiene que ser el que bendiga la mierda?

Escribir esto es poco popular pero lo cierto es que el PSOE hace bien en pensar que no puede ni debe ni tiene por qué taparse la nariz y convertirse en aquello de lo que le acusaban. También la lógica de Ciudadanos se entiende puesto que sus votos y su postura responde a la de los votantes conservadores que, sin embargo, no están dispuestos a mantener la indecencia. No hace falta explicación de por qué Podemos debe estar enfrente de Rajoy. ¿Entonces? ¿No es más lógico pensar que el monstruo anti natura lo que debe de reflejar es el mayoritario interés de los españoles por acabar con un partido que precisa de una mano de zotal profunda en sus personas, en sus estructuras y en su financiación?

Sí, lo sé, soy torpe para esto. Lo siento pero a sabiendas de que el gobierno que salga de las urnas debe ser un monstruo de Frankenstein... Prefiero pensar que las piezas que los ciudadanos han ordenado coser en las urnas son, sobre todo, las de una limpieza y un cambio en la forma de entender el poder que nos permita creer que aún tenemos una democracia con esperanzas. Estoy harta de que me pregunten tertulia tras tertulia por qué la corrupción no le pasa factura al PP. Se la pasa. Es cierto que menos de lo que desearíamos pero le hace perder tres millones de votos. Enfrente tiene 15 millones. Ya. No lo interpreto bien pero así, en plan sencillo, es lo que veo.

Denme un monstruo que deje fuera al PP. Es tan saludable como levantarle el culo de las poltronas para limpiar y dejarles a la intemperie para que oreen. Pero, ya saben, soy torpe para esto.