El guión de la historia no podía permitir que en la cuna de los Derechos del Hombre y del Ciudadano se aupase al Elíseo a una fascista, xenófoba y antieuropeísta, como en el país modelo de democracia llevaron a la Casa Blanca a un personaje tan poco democrático como Trump. Europa no es Estados Unidos.
Pero Macron será presidente de la República en una operación local e internacional contra Le Pen. La operación “Macron oui” para que “Le Pen non”. Ahora habrá que analizar con detalle hasta qué punto Macron es un medio para parar el populismo o es un fin en sí mismo, como una nueva etapa política y económica para la vieja Francia, intencionada y consciente.
La historia se repite y la hija, Marine, pierde en la segunda vuelta igual que el padre Jean Marie. Pero esta derrota no será leída como un enmudecimiento de la ultra derecha, sino como un asentamiento de su espacio electoral. Los franceses amagan con romper la baraja europea, pero no acaban de rematar. Sin embargo, no podemos dormirnos en el sueño liberal, porque el radicalismo se cuece en todos los rincones de la vieja Europa.
Atrás queda la corrupción, las recetas ineficaces de la socialdemocracia y los recortes de la derecha establecida. Los franceses han apartado de la primera fila a los partidos tradicionales de izquierda y de derecha para entregarle a un desconocido y recién llegado a la política la misión de parar al extremismo racista y populista.
El electorado francés, mayoritariamente de derechas, ha escogido entre dos modelos contrapuestos en la línea de los ejes que se imponen en todos los procesos electorales recientes. Esto ya no va de derecha frente a izquierda. Esto va de élites frente a pueblo, de los privilegiados frente a los que se han caído en la cuneta. Pero sobre todo este resultado encaja con las demandas de política eficiente. Ante el ascenso del radicalismo, y el miedo a los extremos, la opción es la de una política nueva, tecnocrática, pragmática y asentada en el proyecto económico.
Lo más llamativo es que Marine Le Pen haya conseguido pasar por ser la candidata del pueblo, de los desfavorecidos, siendo la heredera de un partido y de un imperio patrimonial. De nuevo un voto aspiracional como el de Trump. El poder como valor electoral.
El nuevo presidente ha hecho una campaña impecable, con contundencia contra su rival en medio de una polarización fácil por lo antagónico de los modelos políticos. Ha mostrado una oferta sólida fundamentada en un programa concreto y detallado, y con una imagen técnica, sensata y moderna. Macron ha demostardo ser un buen orador con apenas errores. Maquillado, camisa blanca y traje oscuro. Impecable como candidato. Para Francia, un nuevo precedente en Francia por edad, por matrimonio y por su socioliberalismo. En la noche electoral ha buscado los símbolos de la Francia que pretendía monopolizar Le Pen. Su triunfo lo jalonan nada menos que la estatua de Luis XIV, el arco de triunfo y la pirámide del Louvre.
Veremos qué estado emocional colectivo conlleva este resultado. Si es resignación, calma, ilusión o miedo.