Son varios y abundantes los asuntos en los que está implicado judicialmente el partido del Gobierno. Entre ellos, está pendiente de celebrarse la vista oral del “caso Bárcenas”, en el que el magistrado instructor en la Audiencia Nacional imputa a este partido numerosos delitos, entre ellos, el de “organización criminal”.
Mientras llega ese asunto, al igual que el de la Púnica, se están celebrando las sesiones de otro escándalo ético, jurídico y social donde se confirman muchas miserias (y también se intenta tapar algunas): el caso Gürtel.
Lo que tiene lugar en la Audiencia Nacional debe ser puesto en conexión con lo que está sucediendo en el patio del vecino político de enfrente, que debería ser alternativa de Gobiernoy que, sin embargo, ha decidido no serlo para convertirse más bien en un apéndice de la gran mafia con el fin de salvar las migajas o los restos del naufragio.
El Partido Popular es, desde la época del implacable Paco Alvarez Cascos, una organización que responde a un engranaje muy sólido, de gran rocosidad e incapaz de plegarse ante grandes daños o escándalos. Y esto lo han traslado a la sociedad.
Desde hace muchos años hablan de la fortaleza de un partido “unido y cohesionado” (repiten como latiguillo aunque dentro hay de todo, especialmente obedientes), con 800.000 militantes (dicen, pero las cifras reales permanecen ocultas); y, como digo, casi invulnerable, incapaz de ceder ante unos hechos que evidencian un penoso lastre moral y jurídico.
Son varios los dirigentes del PP ya condenados a nivel autonómico por prevaricación y malversación. Y en otros casos están siendo juzgados, ahora también a nivel nacional como en Gürtel, donde son abundantes las pruebas de una presunta comisión de irregularidades de financiación ilegal muy generalizada. Pero quiero acentuar que lo más execrable es, sobre todo, que utilizasen su posición en las Administraciones Públicas para, perjudicando el dinero de todos, sacar beneficio para el partido y, de paso, para ellos personalmente.
Hace 26 años se produjo el enjuiciamiento de los dos primeros tesoreros. El PP, con excelentes y serviles conexiones en el ámbito judicial, consiguió hábilmente dar la vuelta al asunto para salir indemne y acabar convirtiendo el asunto en un problema del magistrado que osó enfrentarse al PP (“caso juez Manglano”) en lugar de un caso sobre el propio PP y su financiación. Finalmente, el Tribunal Supremo acabó archivando el asunto por enredos jurídicos a pesar de la evidencia y realidad de las grabaciones y pruebas.
Desde entonces, con un poder extendido y consolidado en numerosos ayuntamientos, diputaciones provinciales y comunidades autónomas, el PP ha ido beneficiándose de un clima de impunidad propiciado por numerosos jueces que fueron poco valientes o permeables (para no perjudicar sus posibilidades de ascenso en un estamento muy conservador) y una Fiscalía poco activa. Igual que la sociedad española ha sido muy condescendiente con la corrupción, también lo ha sido la administración de Justicia.
Como el “nunca pasa nada” y la avaricia no tuvieron límites, las prácticas corruptas se generalizaron y se extendieron por muchas regiones y localidades y acabaron explosionando. En algunos casos tuvieron suerte y se taparon muy bien. Pero otras eran tan burdas y reiterativas en su sistemática irregularidad que acabaron saliendo a la luz.
Ahora se está juzgando el asunto Gürtel, pero no debe olvidarse que este caso tiene que ver con actuaciones protagonizadas por algunos de los mismos sujetos: Madrid y la podredumbre en tiempos de Esperanza Aguirre (la política más cínica para muchos); Baleares, vinculada a Jaume Matas, uno de los protegidos y ensalzados por Rajoy; o la Comunidad Valenciana, con Camps a la cabeza y muchos otros caciques locales, como la inefable Rita Barberá, otra gran protegida del líder faraónico entusiasta de las alcachofas.
La sucesión de escándalos de corrupción es contemplada con cierta hipocresía por buena parte de la sociedad española y ha sido hábilmente manejada por Mariano Rajoy, que sabe de la amplia tolerancia de la masa social. Una pequeña parte de su electorado dejó de votar al PP hace un año pero, como decía, sólo fue una pequeña porción. La corrupción estaba ya amortizada. Lo que sucedió posteriormente no les pasó factura en junio y si hubiera elecciones en diciembre (parece descartado), los juicios actuales a estas prácticas criminales no les harían perder ni un voto. Y si lo pierden, ahí está Ciudadanos, el partido de Rivera.
Por eso resulta espeluznante que ante un partido político con una causa general abierta y abundantes y entrelazados casos y procesos de corrupción, su teórico rival (?) se preste, en aras de la “gobernabilidad del país”, a facilitar la continuidad de Rajoy. Y que no disimulen. Cualquier fórmula que elijan, por muy teatral que sea la puesta en escena, llevará a que siga de presidente del Gobierno quien acumula, como líder del PP, los mayores casos de corrupción de la historia.
El PSOE es ciertamente un partido desangrado por luchas fratricidas de poder, que no de ideas. Lamentablemente, el desenlace final ya fue previsto. Perdone, paciente lector, una autocita, pero la previsión de que optasen por facilitar la continuidad del PP ya lo expuse en tres artículos continuados en el mes de mayo: 'El PSOE, de la falta de identidad al suicidio', 'Autopsia tras la encrucijada del PSOE' y un atrevido '¿Si quieres PP vota PSOE?'.
Si esa previsión, hecha antes de las elecciones, de que el PSOE facilitase con su voto la continuidad de Mariano Rajoy era intensa para algunos y descalificaba los epítetos anteriores y posteriores que desde Ferraz se dedicó a Génova (“indecente” le llamó el último secretario general del PSOE), ahora algo lo agrava y debería causar aún más frustración.
Es tremendo que el apoyo a la continuidad del PP (vía abstención) se haga efectivo en este momento, cuando se está celebrando, por fin, la vista oral de una parte importante de las prácticas corruptas del partido en el poder. Todas ellas entrelazadas y no como actuaciones aisladas.
Pero al mismo tiempo, también se están juzgando algo más que las golferías de la histórica cúpula económica del PP en Bankia, con el compañero de oposiciones de Aznar, Miguel Blesa, y Rodrigo Rato a la cabeza, además de ex secretarios de Estado, gente próxima a ellos y algún conmilitón sindicalista. Es un bochorno la lectura de en qué empleaban lo que ahora llaman “retribución” y por la que, sin embargo, no declaraban a Hacienda.
Mientras esto sucede, el PSOE se rinde y renuncia, aún más, a sus principios históricos. Es desgarrador que después de las incontables veces en que los socialistas han calificado al PP como partido corrupto, sea en estos instantes, en pleno enjuiciamiento de las vergüenzas de estas actuaciones, cuando venga el antaño partido de la oposición (ahora perderá esa posición y quedará desubicado) a facilitar que siga Mariano Rajoy.
Es muy triste que al esfuerzo y convicciones de centenares de miles de personas que sintonizan con ideas socialistas se encuentren ante esta gran decepción. Algunos ya vimos hace tiempo esa deriva y el compadreo (si se me permite la expresión) de los dos partidos históricos, que hacían, tras sus aparentemente luchas de poder, sus repartos y cambalaches. Siempre por preservar “el sistema” que ellos diseñaron y que cerraba las puertas a todo aire fresco, transparencia, equidad y pensamiento prioritario en las necesidades de la gente.