El 12 de marzo recibí una llamada que creo nunca olvidaré. Era una llamada de una persona de la Organización Mundial de la Salud con la que llevaba semanas intentando contactar para un perfil que al final no escribí. En unos minutos, me retrató lo que iba a pasar en España en las siguientes semanas con gran crudeza. Todavía no estábamos entendiendo la gravedad de lo que se nos venía encima. También criticó con dureza la falta de preparación del Gobierno y el hecho, por ejemplo, de que no tuviera entonces el asesoramiento de un comité de expertos en coronavirus y hubiera dejado caer tanta responsabilidad sobre Fernando Simón en lugar de sobre personas más expertas en esta amenaza específica. Esta persona de la OMS no quería que publicara nada de lo que me estaba diciendo porque no creía que su papel fuera criticar al Gobierno en un momento así.
Unas horas antes, la Organización Mundial de la Salud había declarado la alerta de pandemia, los colegios ya estaban cerrados en España y muchos empleados ya estaban teletrabajando. Dos días después, el Gobierno declaró el estado de alarma. Pero probablemente era demasiado tarde.
Cuando colgué, se lo conté a mis colegas por videollamada -era nuestro segundo día de teletrabajo- y hubo un silencio ante lo que se nos venía a todos encima y que empezábamos a entender. Pero una de las preguntas que enseguida nos hicimos es ¿por qué la OMS no había alertado claramente en público sobre lo que avecinaba? Nuestros reporteros llevaban semanas haciendo entrevistas a sus representantes y ninguno se había expresado de forma tan clara. Más bien, lo contrario.
El 10 de marzo, por ejemplo, publicamos una entrevista con María Neira, directora de Salud Pública de la OMS, y su mensaje esencial, repetido tantas veces, era enfocarse “en la contención” cuando ahora sabemos que la transmisión comunitaria llevaba semanas sucediendo. Animaba a no “generar pánico” e incluso criticaba a los medios por ser “sensacionalistas” destacando los riesgos de la epidemia. A la pregunta de si en España debía haber una cuarentena como en China, su respuesta era: “Yo no cedería a presiones de pánico y seguiría con la tónica de tomar medidas según la evaluación del riesgo de forma proporcionada y adecuada y, sobre todo, teniendo seguridad de que van a ser efectivas. Obviamente se necesita que dicha evaluación sea permanente y constante por si hay que cambiar dichas acciones en cualquier momento por el tipo de nivel o de respuesta.”
El mundo, aún incierto, que salga de esta crisis pasará por nuevas rutinas como llevar mascarillas, mantener las distancias, no reunirnos en espacios públicos durante mucho tiempo y quién sabe si cambiar la configuración de las ciudades y el transporte. Pero una de las cuentas pendientes es reformar seriamente las instituciones nacionales e internacionales que nos han fallado en esta pandemia. Esto va más allá de un Gobierno, unos políticos o unos representantes concretos que puedan haber cometido errores, muy costosos en vidas. Esto va también de reformas de las prioridades vitales de los países en Sanidad o investigación y de las organizaciones que nos faltan.
La Organización Mundial de la Salud suena a más de lo que es. Nuestras expectativas sobre lo que debería hacer no casan con lo que realmente puede hacer por falta de recursos y competencias. En esta crisis no puede resolver los problemas básicos que tenemos ahora, como la falta de material sanitario, la descoordinación de los gobiernos, la dificultad para hacer tests o para llevar un recuento riguroso de lo que nos está pasando. Pero ya que no puede ayudar en las grandes cuestiones, cabría pensar en una organización con una misión más concreta, tal vez más pequeña, pero más útil en este mundo interconectado donde los gobiernos nacionales por sí solos no pueden improvisar soluciones.
El aspecto más inquietante del comportamiento de la OMS ahora es su empeño durante semanas en defender al Gobierno autoritario de China. Tal vez nacía de un instinto pragmático de intentar conseguir información haciéndoles la pelota, pero esto tuvo consecuencias para todos, como el retraso en la declaración de la pandemia. La OMS seguía alabando su actuación cuando ya había pruebas de que las autoridades chinas no habían compartido información sobre el virus y sobre su letalidad, habían silenciado a médicos en la primera línea y estaban más interesadas en difundir conspiraciones sobre el origen del virus que en alertar al mundo.
Entre los detalles que cuenta en esta pieza El Confidencial está el pasado del actual director, que minusvaloró otras epidemias. El artículo recuerda el tuit del 14 de enero de la OMS que pasará a la historia: “Las investigaciones preliminares de las autoridades chinas no han hallado evidencia clara de transmisión humano-humano del nuevo coronavirus identificado en Wuhan, China”. Ésta era una información crucial que China estaba ocultando.
Este otro artículo del Washington Post explica cómo la burocracia, los políticos locales, la censura y las decisiones diagnósticas equivocadas llevaron a un retraso en la reacción que costó muchas vidas en China y en el resto del mundo mientras la OMS decía que las autoridades chinas eran un ejemplo de “rapidez”.
El último episodio fuera de lugar son los ataques de la OMS a Taiwán, que intentó alertar de lo que estaba pasando y fue desoída por la organización. Mientras decenas de miles de personas están muriendo en todo el mundo, el director de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, está enzarzado en una pelea contra este territorio, acusando al país entero de producir insultos racistas contra él. El ministro de Exteriores de Taiwán le llama “irresponsable” por sus acusaciones “imaginarias”.
Taiwán se queja de que advirtió a la OMS al principio de la pandemia y la organización ignoró sus alertas para no molestar a China y que sigue sin compartir su buena experiencia contra el virus. China bloquea el acceso a la OMS de Taiwán, una isla que no reconoce como estado soberano.
La solución de Donald Trump es ahora cargar contra la OMS y amenazar con cortarle la financiación -Estados Unidos es el principal donante-. Es una represalia que sirve de poco porque el mundo sigue necesitando sistemas globales de alerta y organizaciones que velen por los intereses de los países más débiles, que tienen pocos medios y pocas instituciones oficiales a las que acudir. Pero sin perjuicio de la buena labor que haga la OMS en investigaciones concretas contra enfermedades o en programas esenciales en África, esta pandemia no puede pasar sin consecuencias para una institución que no ha funcionado cuando más la necesitábamos.