Este país se obsesiona con la vertebración, antes incluso que con su necesaria estructuración, pero hay pocos en Europa que lo necesiten como España. Y, sin embargo, le están empezando a fallar algunos instrumentos: para empezar, partidos políticos con esa capacidad. Ningún partido vertebra hoy a España, lo que puede contribuir a una desvertebración avanzada cuando otros elementos han dejado de hacerlo, como la movilidad geográfica, la enseñanza, la circulación de funcionarios, los medios de comunicación que han dejado de ser referentes, aunque se haya progresado en términos de infraestructuras y algunas políticas sociales (hasta los recortes). No hay que pensar que vertebración implique centralización. No. En esta España, todo lo contrario. Pero lo que está ocurriendo en Cataluña contribuye a esta desvertebración, y esta última, a lo que está ocurriendo en Cataluña.
El Partido Popular tiene un arraigo insuficiente en Cataluña y en el País Vasco para desempeñar bien esa función, y tiene una visión excesivamente radial desde Madrid. Ha logrado un acuerdo presupuestario con el PNV, sí, pero eso no basta. El Gobierno de Rajoy pareció plantear tras la investidura un nuevo enfoque hacia Cataluña, pero se ha quedado corto. Puso sobre la mesa un plan de infraestructuras para Cataluña, pero lo socavó a los pocos días con unos presupuestos que dejaban claramente insuficientes las partidas destinadas a estos fines. Sería un error renunciar al diálogo, a la política con la Generalitat. El diálogo siempre ha de continuar, incluso en los peores momentos. El PP está atrapado por una parte de su ser y de su electorado que se resiste a aceptar que España es una nación “con” naciones (no “de”, pues hay muchas comunidades que no tienen sentimiento nacional). Y, en todo caso, como ha sugerido el propio Rajoy en Sitges, esto supera al PP que necesita el concurso de otras fuerzas políticas para hacer frente a esta situación.
En cuanto al PSOE, es el problema de España. Su pérdida general de peso le resta esa capacidad vertebradora, o lo que se suma la división interna y la incógnita de saber si se recuperará en términos de votos; si tiene o no suelo. El nuevo Sánchez puede representar a Benoît Hamon (en Francia, elegido por los militantes y rechazado por los votantes), Jeremy Corbyn en Reino Unido (de nuevo militantes frente a votantes a la espera de las elecciones de 8 de junio y subiendo en los sondeos), o, por el contrario, el éxito de António Costa al frente de una compleja coalición en Portugal, pues serán necesarias coaliciones. La visión plurinacional del nuevo secretario general electo, Pedro Sánchez, podría ser útil para recomponer la cuestión catalana, pero no es compartida por una buena parte ni de sus militantes ni de su electorado, especialmente en el sur, en Andalucía. Y Andalucía, antes que Cataluña, es el problema para el PSOE (y para España), reflejado en los resultados de las primarias socialistas. Hoy hay cuanto menos dos PSOEs en el seno de una misma organización.
Podemos tiene una presencia más homogénea, pero aún insuficiente y a menudo en coalición local que le provoca contradicciones en su visión de España. Ciudadanos cumple un papel, pero aún también insuficiente. Aunque son fuerzas que han llegado para quedarse y con las que hay ya que contar a nivel de ayuntamientos y comunidades autónomas, y también estatal si cualquier posible solución pasa por reformas de calada de las instituciones y de la Constitución, aunque los grandes consensos van a ser ahora mucho más difíciles.
La vertebración en la España moderna no es algo que vaya del centro a la periferia, sino también al revés y en red (¡La España en red de Pascual Maragall!). En este momento, nunca como antes en este periodo democrático Cataluña había influido menos en la política general española (aunque “el procès” determina esta política). El “procès” independentista ha vaciado esta influencia, por falta de interés, sí, pero también de incapacidad, de sus promotores. Por eso mucho catalán mira cómo el PNV ha logrado un buen acuerdo financiero para el País Vasco (que la prensa de la derecha no ha jaleado), mientras Cataluña pierde puntos. En una situación de relativa normalidad en 1993 y 1996, Convergencia (ahora PDeCAT) pesó y obtuvo cosas que le interesaban. Esta vez, con un PP mucho más necesitado de apoyo parlamentario, podría haber logrado mucho. Pero incluso se podría decir más. Las ideas catalanas han dejado de pesar en el conjunto y en el resto de España. Cataluña hoy vertebra menos España; en detrimento de todos.
Y todas estas carencias se están poniendo en evidencia a la hora de evitar el choque de trenes, y lo que vendrá después. La síntesis tras el paso por la tesis y la antítesis.