España está sumida en un proceso semejante al que se ejecutó en Brasil. Primero, los medios de comunicación crearon una distorsión de la realidad exagerando la corrupción del PT, que era real, y ocultando la de la derecha, generando ansiedad en el país y una demanda de acabar con la corrupción (del PT). Y, segundo, la Justicia procesó al carismático candidato de la izquierda, Lula Da Silva, lo encarceló y no le permitió presentarse a las elecciones. Un verdadero golpe de Estado ejecutado por medio de los medios de comunicación y la Justicia. Naturalmente, detrás estaban los EE UU de Trump, el Ejército y la oligarquía y la victoria de Bolsonaro se celebró con fuertes subidas en la bolsa.
No es casualidad que lo que ocurre en el principal Estado sudamericano le ocurra al Reino de España, que presume con altivez de hidalgo de ser Estado europeo, pero que en realidad ya se ha desnudado como el Estado corrupto y continuador del franquismo que es. Una democracia de una calidad muy parecida a la de algunos países del Este de Europa que se han integrado recientemente en la Unión.
Y lo que vivimos es una crisis de ese sistema político provocada y dirigida directamente por la oligarquía que desde una Corte que es un entramado de financieros, periodistas, militares, magistrados y políticos posee el Estado.
En España los medios de comunicación son el instrumento más claro de la oligarquía, que es su propietaria. Y así grupos como Prisa, Planeta (propietaria de Antena3 y LaSexta, La Razón y determinante en el capital de El Periódico) o Tele5 (Mediaset ), así como todas las cabeceras de Madrid colaboraron unánimemente en la etapa final del segundo Gobierno de Zapatero para llevar a Rajoy a la Moncloa. Lo que vino después fue la continuación, la demonización de los dirigentes catalanes y por extensión de la misma población catalana, el ocultamiento de la violencia contra la población allí y de las ilegalidades cometidas por policías, jueces y fiscales.
A pesar de todo, en parte gracias a algunos medios digitales como éste y a las redes sociales, que una vez y otra culpan y pretenden controlar, emerge la radiografía del Estado. Quien no sea rehén de la prensa y televisiones de la Corte sabe que el Ejército, la Policía y, de manera muy acusada, la Guardia Civil, mantienen una plácida continuidad con el franquismo. Y que, puede que lo más grave, la Justicia no sólo comparte esa cultura política sino que, además, es una parte fundamental de la corrupción política y económica. Es decir, este Estado es rigurosamente antidemocrático y pervierte el contenido democrático que pueda haber en esta constitución o en cualquier otra. Ya no hablo de la monarquía y de un rey, Felipe de Borbón, rigurosamente de extrema derecha y carente de la agudeza del padre.
La presencia en las redes y las calles de la derecha fascista primero fue en Catalunya, donde guardias civiles con coche de la Secretaría General de Seguridad se reúnen con elementos de extrema derecha y coordinan con logística grupos organizados y enmascarados. Ahora los fascistas campan obscenamente también por calles de Madrid, Valencia... No hay duda de que el lanzamiento de la extrema derecha, primero en Catalunya y ahora en toda España, es una operación que nace desde dentro del mismo Estado, con la cooperación, consentimiento o inoperancia de este Gobierno y de los anteriores. Pero eso es posible porque los medios de la Corte primero hicieron su trabajo, legitimaron a la extrema derecha en los periódicos y, sobre todo, en los platós de televisión. El papel que jugaron esas televisiones privadas algún día será estudiado en las facultades de periodismo, sentando y dando igual consideración a demócratas que franquistas. Ese espectáculo de debates entre contrarios en realidad legitimó a los fascistas.
Esto está siendo un proceso de deterioro del proyecto de Estado que continuó sin ruptura el régimen de Franco tras su muerte. En estos momentos nos encontramos en un momento agudo porque ha habido un cambio en el Gobierno que desplazó al partido que expresaba más legítimamente tanto al Estado corrupto como los intereses del IBEX y, además, el Gobierno no tiene una base suficiente ni estable. Eso explica el paroxismo y la cantidad de disparate que se acumula cada día.
¿Qué salida tiene esa situación que sea democrática? Ninguna nacida de la actual política, la de los cuatro partidos que hemos visto enredados en el chalaneo por los puestos del poder judicial y en el cuerpo a cuerpo de cada día. Solamente habrá esperanza desde la ética, solamente desde voces que nazcan dentro o fuera de esos o de otros partidos y que se sitúen fuera de ese juego y que se levante sobre la ética. Esas voces tendrán que reclamar la ruptura con el franquismo y abrir un período constituyente verdadero. Naturalmente tendrán todo en frente, los medios de comunicación más potentes de la Corte, el poder económico, las alcantarillas del Estado, los cuerpos policiales y la Justicia.
Únicamente podrán contar con nuestra escasa cultura democrática y el sentido de la decencia que todavía nos quede.