En la sala de Feminismo y Medios de la Tate Modern de Londres, en la que la obra de artistas como Ana Mendieta o Zanele Muholi denuncia la violencia machista o critica la constricción de los géneros, tuvieron que colocar unos carteles que advertían de que el contenido puede molestar. Un guardia me explicó que, como los trabajos incluyen desnudos y sangre, varios visitantes de diversas sensibilidades han reaccionado mal, así que es mejor avisar. Despreciar o quejarse de lo que no se tiene intención de entender ni es nuevo ni encarna la resistencia: se hace en la Tate, al lado de parte del arte más rompedor del mundo, y en todos los lugares, desde las redes hasta los parlamentos.
Cuando las condiciones de un proceso se llevan al límite es justo el instante en el que se pueden analizar más claramente los resultados. Por eso estos días había cierto consenso en que los senadores argentinos que votaron por el 'no' al aborto pasarían a la Historia sencillamente como los que retardaron lo que está condenado a ocurrir: que sea ley. En el momento en el que hay miles de mujeres al día en peligro de morir por infecciones vaginales producidas por perejil se ve de forma nítida quién está entorpeciendo el curso lógico de los hechos.
Algo más de un siglo antes de mi visita a la Tate y de la votación argentina, a Emilia Pardo Bazán no la dejaban entrar en la RAE por ser mujer, siendo uno de los más insistentes en la cerrazón Juan Valera. La anécdota es de sobra conocida: el escritor le espetó que en el sillón de la Academia no cabría su culo. Cuando la contó brillantemente en Twitter hace un par de años la usuaria Chokocriskis, salió de ella un meme –lo que antaño llamaríamos dicho– que le ridiculiza: “Que vives con tu madre, Juan Valera”.
Yo -y me consta que le pasa a mucha gente- desde entonces pienso muchas veces en Juan Valera y en quién será el Juan Valera del futuro. Y me acuerdo de él, por ejemplo, cuando algún otro académico, esta vez del siglo XXI, pone trabas y amenazas a la exploración de caminos para lograr que el castellano nos incluya a todas. Cuando alguien dedica esfuerzo e ideas a exposiciones que rompen con concepciones hegemónicas sobre la sexualidad o el género y siempre sale, por la izquierda o por la derecha, quien critica que las 'tonterías posmodernas' cuenten con subvención pública. O cuando leo burlas que reducen a 'cosas de las feministas de Twitter' a algunas reivindicaciones de paridad.
Desde luego, pienso mucho en Valera cuando un partido político que se negaba a llamar matrimonio a lo que efectivamente es un matrimonio entre personas del mismo sexo se quiere colocar el primero en el Orgullo porque durante estos años la sociedad les pasó por encima. Porque como casi todo, esto se pone de relieve en el antifeminismo, pero no solo. Quien tilda el apropiacionismo cultural que ha puesto este verano sobre la mesa la música de Rosalía simplemente de estupidez –obviando todos los matices de clase y raza que orbitan el asunto– se arriesga a situarse al mismo nivel argumental que quien se remitía al culo gordo.
Por resumir: me viene mucho a la cabeza Juan Valera cuando veo a alguien de mi tiempo, especialmente de mi generación, negándose ya no a tratar de comprender si no le interesa el tema, sino siquiera a respetar y permitir a otras experimentar o abrir debates.
Los que ahora critican o desmerecen no tienen tanto poder ni relevancia como Valera o como los senadores argentinos, pero entorpecen igual. Las mujeres entraron poco a poco en la RAE –y nos queda la satisfacción de que Pardo Bazán terminó con los años siendo bastante más reconocida que él–, el aborto será ley y en la Tate se expone sin problemas el trabajo de Ana Mendieta, pero todo costó y costará más tiempo, peleas vacuas y agotamiento debido a ellos.
La Historia es cíclica, puede repetirse o retroceder, y nunca podemos estar seguras de la victoria de nuestras convicciones. Pero solo la discusión y la apertura a la complejidad de ideas y discursos permite el avance, sea cual sea la dirección en la que cada uno queramos que vaya. La crítica puede ser constructiva; el ponerse de morros como Valera o tratar de censurar debates no lo es en ningún caso.
En enero de 2017, National Geographic publicó un especial que pretendía retratar una nueva época titulado Gender Revolution. El paisaje del género ha cambiado, decía el editorial de la revista, “en un grado inimaginable hace una década”. El futuro nos reserva historias e ideas que no atisbamos a pensar y que a muchos y muchas nos chocarán. En 2018, no es solo el feminismo el que articula gran parte de la agenda, sino cada vez más un transfeminismo que tiene en cuenta la raza, la clase –ésto lo vimos en la Women's March y el 8M–, la sexualidad e incluso el ecologismo.
Y no únicamente de la agenda política. Esa revolución de género es ya el gran acontecimiento social, artístico e intelectual de nuestro tiempo. Quien le ponga la zancadilla corre el riesgo de quedarse atrás en la Historia y así ser recordado. Como Juan Valera, como los senadores de Argentina, o como un señor muy enfadado que se queja mucho y muy fuerte en la Tate Modern. Hay que elegir: vanguardia o retaguardia.