Somos muchos los que este jueves tarareamos a Brassens o la versión de Paco Ibáñez de ‘La mala reputación’ con aquello de que en la fiesta nacional nos quedamos en la cama igual (o trabajamos como cualquier otro día) porque la música militar nunca nos supo levantar. Sin acritud y con respeto a los que vivan con pasión la jornada siempre que no confundan los vítores con los insultos (algo cada vez más habitual).
Parafraseando la letra del cantautor francés, somos también muchos los que queremos vivir fuera del rebaño. El escritor Roberto Bolaño, a quien cada vez se añora más, decía que su patria eran sus dos hijos y su biblioteca. “Y tal vez, pero en segundo plano, algunos instantes, algunas calles, algunos rostros o escenas o libros que están dentro de mí y que algún día olvidaré, que es lo mejor que uno puede hacer con la patria”, añadió en una de sus últimas entrevistas. Su amigo Javier Cercas recordaba en un artículo que el poeta nacido en Chile, el primer escritor al que conoció, había vivido “en los lugares más inverosímiles, incluido Girona” (allí fue donde coincidieron por primera vez) y había desempeñado los oficios más descabellados, “incluido el de vendedor de baratijas por los mercadillos del mundo” antes de convertirse en un autor de culto.
Confieso que de todas las respuestas que he escuchado y leído sobre qué entiende alguien por la patria, la de Bolaño, es la que siempre más me ha convencido y he adoptado como propia. Si hay que añadir algo está bien recuperar también a Extremoduro cuando cantaban que las banderas de su casa eran la ropa tendida.
Puede que haber sufrido un desarraigo ayude a tener una visión menos mitificada de la patria y de simbologías que en países como España es evidente que dividen más que unen y si no, esperen a ver el Desfile de este jueves a mediodía por ….Madrid.
La patria de Hannah Arendt era el alemán, según le confesó a Günter Gauss en la famosa entrevista que le concedió en 1968. La filósofa defendía que es la lengua materna y no la tierra de los padres lo que constituye una patria. “Hay una diferencia enorme entre la lengua materna y otra lengua”, explicaba. Ella hablaba perfectamente también francés, inglés y tenía escritos incluso en griego y latín. Tal vez a algunos de los que este 12-O insultarán al presidente del Gobierno entre proclamas de patriotismo (empezaron con Zapatero y parece que ya no habrá socialista que se libre) les iría bien leer un poco más a Arendt para entender que las lenguas maternas no son un capricho, tampoco cuando se usan en las instituciones y que su respeto y protección no deberían asociarse a intereses partidistas.
Bolaño decía que no era cierto que le gustase llevar la contraria aunque la verdad es que a veces lo parecía. Se quejaba del “discurso vacío de la izquierda” porque (y esta es una interpretación propia) debía considerar que era algo difícil de entender. Puede sonar reduccionista pero ciertamente hay días en que una, viendo cómo las desigualdades se agrandan, llega a esa misma conclusión. “El discurso vacío de la derecha ya lo doy por sentado”, añadía él. Bolaño también tenía razón en esto. Este jueves volveremos a comprobarlo.