Paz, justicia e instituciones inclusivas, ¿para quién?

La estabilidad de las instituciones, siendo además representativas del interés y voluntad de los pueblos, es capital para el progreso de los mismos. Partiendo de esta base se comprende que la Organización de las Naciones Unidas introdujera este punto en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que redactó en 2015 para reconfigurar los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) desde un punto de vista sostenido en el tiempo teniendo en cuenta los aspectos medioambientales, principalmente, con visos de cumplimiento para 2030.

El decimosexto Objetivo versa de la promoción de sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible, provisión de acceso a la justicia para todos y la construcción de instituciones responsables y eficaces a todos los niveles.

El concepto de sociedad pacífica no es entendible sin el de igualitaria –que es el décimo Objetivo–, tampoco sin el de instituciones inclusivas, democráticas y justas, como comentaba al comienzo. Esto es, una sociedad desigual, con diferencias significativas entre clases sociales, condena a la eterna conflictividad a esa sociedad.

Pero, ¿cómo es posible que los pueblos menos desarrollados se desarrollen si permanentemente se desestructuran sus instituciones, se interviene exteriormente a través de organismos supranacionales y desestabilizan sus procesos internos?

Lo que fue el ímpetu colonialista de las potencias occidentales durante siglos, hoy en día, continúa feroz, a pesar de llenar de buenas palabras tratados internacionales –como podrían incluso interpretarse estos Objetivos–.

La fase superior del desarrollo capitalista que vislumbraba Lenin justo hace un siglo, tiene en la actualidad la más plena vigencia. Preceden al presente artículo meses de avalanchas de argumentos positivamente vacíos sobre los tratados internacionales –como el CETA–, fabricados por los think tanks de las grandes transnacionales, que son las principales beneficiarias de esta acumulación de riqueza sin precedentes que suponen estos tratados. Acuerdos que atacan a la soberanía de los pueblos y debilitan las instituciones, especialmente de los que las tienen más débiles, de los estados menos desarrollados.

Un pueblo sin soberanía no se desarrollará conforme a lo planteado en la Agenda 2030, no será capaz por sí mismo de decidir ni construir su futuro. Aquí se llega a la contradicción que pretendo señalar: los países más desarrollados, que históricamente han pautado la forma en que los países menos desarrollados van a desarrollarse, pretenden continuar incidiendo en las políticas económicas que estos vayan a llevar a cabo. Pretenden continuar interviniendo en aquellas regiones del mundo y desestabilizando gobiernos soberanos con el fin de perpetuar el statu quo.

La intervención norteamericana y europea en sus regiones vecinas hacen incompatible y ridículo el planteamiento de dichos Objetivos, puesto que América Latina y el Caribe, el norte africano y Asia occidental, padecen de conflictos enquistados durante décadas o largas depresiones económicas que los mismos “occidentales” se legitiman a diagnosticar y solucionar con sus recetas. Esto lo hacen a través de instituciones supranacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Mundial (BM), Organización Mundial del Comercio (OMC) o la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

Estas recetas se basan en el libre mercado, rechazando el proteccionismo de la industria naciente de los países en desarrollo, evitando, como decía el economista coreano postkeynesiano Ha-Joon Chang: que los países menos desarrollados suban por la escalera del proteccionismo, por la que los países desarrollados subieron, retirándola. Paralelamente practican un falso libre-comercio, puesto que los sectores más vulnerables, como la agricultura, son protegidos, a la par que para los más competitivos se eliminan todas las trabas posibles al comercio internacional.

Para concluir, así como culmen de la idea imperialista y de las organizaciones supranacionales, se sitúa la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Esta organización militar de los países más desarrollados norteamericanos y europeos tuvo como objetivo fundacional hacer frente al socialismo. En la actualidad, en un entorno donde directamente las ideas marxistas no son un peligro para los intereses del Imperio, pretende perpetuar la supremacía tanto en lo cultural, como en lo económico, como en lo militar, los intereses del primer mundo.

Dicho lo cual, en tanto en cuanto existan instituciones de este tipo, que busquen imponer recetas económicas y de forma de vida, en vez de cooperar con los pueblos más sometidos y explotados por el imperialismo, los ODS en 2030 deberán ser reformulados, de igual modo fueron modificados los ODM en 2015.

Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del autor.