No creo que haga falta incidir en la situación de excepcionalidad en la que nos encontramos. Tampoco creo que haga falta señalar que esta crisis sanitaria no nos está afectando a todos igual. Es mentira creer que el coronavirus es un “gran ecualizador” que no discrimina y que nos pone a todos al mismo nivel de igualdad. Sospecho que necesitamos romantizar un poco este drama para hacerle frente. Basta mirar los metros cuadrados de las casas en las que estamos confinados y las condiciones económicas, personales, emocionales y familiares en las que estamos para comprobarlo. Un buen ejemplo de lo absurdo de esta falacia sentimental que asocia el coronavirus con la igualdad es la imagen que la cantante Madonna ha colgado en Instagram haciendo un elogio a cómo el coronavirus nos ha hecho iguales en muchos aspectos mientras se da un baño entre pétalos de rosa en su mansión.
Es normal que quienes nunca han sentido de esta forma la vulnerabilidad que sienten ahora, y eso les angustia -como es lógico- sientan el miedo de estar ante algo preocupantemente desconocido. También es necesario no olvidar que no todos hemos empezado esta partida del confinamiento (que se inició hace dos semanas) en la misma casilla de salida. Por eso es tan importante y necesaria la pedagogía institucional y la empatía social.
Como sociedad no podemos volver a caer en la trampa del 2008 cuando triunfó la máxima de que cada palo aguantase su vela, cuando veíamos a los funcionarios manifestarse porque les suprimían la paga extra mientras, como si fuera una realidad ajena, se permanecía indiferente a que a las personas migrantes en situación irregular se les retirara el acceso a la sanidad universal.
Parece evidente que esta crisis sanitaria necesita contención de movimientos, distanciamiento físico y autodisciplina emocional. Y estas indicaciones, que a mucha gente le pueden parecer pura lógica, no lo son tanto cuando se cruzan problemas de salud, de movilidad, de violencias familiares, de dificultades económicas, de exigencias laborales, de edad, de equilibrio personal, de falta de derechos... Si alguien cree que el respeto absoluto al estado de alarma se consigue en 15 días y que pasados estos se necesita mano dura, sanciones y multas es que no se ha dado cuenta de que partimos de una sociedad plural en un sistema democrático llamada España y no en sociedad amenazada por una dictadura opaca y cruel llamada China.
En un contexto tan excepcional de limitación de derechos fundamentales como este, llega a resultar inquietante que desde algunos responsables institucionales y políticos se hable de dejar atrás la pedagogía para defender la Ley y el Orden con mano dura hacia los desobedientes del confinamiento. Inquietante cuando esta crisis no viene provocada ni acompañada por ningún tipo de revuelta ni desorden social y la inmensa mayoría de ciudadanos están respetando ejemplarmente las indicaciones dadas por el Gobierno para respetar el estado de alarma. Este tipo de mensajes en un momento generalizado de ansiedad, miedo y agotamiento parece más una versión adaptada del populismo punitivo a esta crisis sanitaria que una respuesta proporcional a la realidad social.
Desde hace pocos días venimos asistiendo a ese tipo de declaraciones. Anuncios de que se han terminado los tiempos de la pedagogía y empiezan los de más mano dura a los “insolidarios”. Esta imagen de mayor dureza evoca a un refrán absurdo y violento que dice que “la letra con sangre entra”, un refrán que usan los que golpean a quienes no hacen lo que ellos quieren pasando por encima de derechos ajenos y los propios deberes.
No, no creo que haya que contraponer la disciplina que requiere el momento con la pedagogía que exige el estado anímico de la población. Hablar de más dureza en la aplicación de las sanciones cuando la realidad de las cifras ya nos está golpeando con toda su crudeza me parece innecesario y hasta peligroso cuando lo que se busca es un clima de colaboración y confianza. La disciplina positiva, la que se basa en la pedagogía y la imposición de límites desde la mesura y la proporcionalidad no necesita de advertencias amenazantes sino de ejemplaridad y legitimidad, no necesita del uso de la fuerza sino de la habilidad de la cercanía. Es esta la que suele tener efectos más positivos en la consecución de la paz social y en la evitación de comportamientos abusivos y discrecionales no solo por parte de la ciudadanía sino también y especialmente, esto es muy importante, por parte de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado.
Esta crisis ni es producto de un conflicto social ni ha provocado ningún tipo de alteración en la seguridad pública. Los mensajes de las autoridades en el sentido de “castigar con mano dura” a los desobedientes pueden tener un reflejo impredecible e indeseado de legitimar los desagradables comportamientos de control social discrecional que están haciendo algunos vecinos.
No es control social lo que necesita la ciudadanía en este momento sino cuidado y apoyo social. No olvidemos que la necesidad de control es para garantizar que se respetan las indicaciones sanitarias, no para dar rienda suelta a la mano dura de quienes suelen estar más en los discursos que defienden el punitivismo que en el que respeta los derechos. Sobre todo, cuando en los últimos días estamos viendo imágenes preocupantes de abusos de autoridad y trato injustificadamente brutal. Estamos en un estado de alarma, no en un estado policial.