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Percepción y realidad

“En la comunicación de una crisis la realidad no cuenta. Solo cuenta la percepción, que es lo que nos hará marcar o perder puntos”. Esto lo dice Bertrand Saint-Jean, ministro de Transporte francés. En realidad se trata del actor Olivier Gourmet, quien interpreta al ministro en la película El ejercicio del poder (L'exercise de l'Etat) de Pierre Schoeller.

La acción del filme, excelente mirada sobre el estado de la política a día de hoy, transcurre en las entrañas del poder político francés y pone en evidencia su debilidad, su falta de energía para resolver los problemas y, peor aún, la ausencia de coraje.

En la Exposición Universal de 1992 en Sevilla, entre la majestuosidad de los pabellones nacionales como el de Canadá, Alemania o Japón, resultaba curioso ver emerger, como perdidos en el tablero de los países, la torreta circular de Siemens, el arriesgado y majestuoso edificio de Rank Xerox o el de Futjitsu, también de características singulares con una gran cúpula convexa. Esa incursión acaso tímida era todo un síntoma de los nuevos tiempos: la supremacía de la economía sobre la política. El filósofo Manuel Castells, no sin razón, afirma que el problema actual al que se enfrenta el mundo es de índole político y no económico.

Este debate que se está dando en muchos foros no origina mayores entusiasmos en España. Resulta muy llamativo que una de las incursiones que generó cierta polémica fuera firmada por César Molinas, que no es ni político ni politólogo, ni siquiera sociólogo. Molinas es un financiero, un técnico, perfil que él mismo rescata citando al economista Carlos Solchaga cuando dice que “un 'técnico' es un político que además sabe de algo”.

Basándose en la teoría desarrollada por los profesores Daron Acemoglu del MIT (Massachusetts Institute of Technology) y James Robinson de Harvard, Molinas plantea que la clase política española constituye una elite extractiva, ya que sostiene un sistema que captura rentas sin crear rentas nuevas, y que detrae rentas de la mayoría de la población en beneficio propio. Además, plantea que los políticos impiden un sistema institucional inclusivo que distribuya equitativamente el poder político y económico y, por último, les acusa de rechazar el sistema de “destrucción creativa” para dinamizar la economía, es decir, una suerte de revolución permanente dentro del sistema que permite sustituir lo antiguo por lo nuevo.

En definitiva, pone el dedo en la llaga al señalar a los políticos españoles que negaron la crisis, asignaron su origen a causas divinas o elementos externos y plantean la resignación como única actitud posible ante ella. El modus operandi del presidente Mariano Rajoy parece dar sustento a esto último cuando, al explicar las razones por las que no ha aplicado el programa electoral con el que alcanzó una mayoría absoluta, da como todo argumento el peso incontestable de la realidad. Para Molinas, la salida de este modelo se resuelve mediante un sistema electoral mayoritario, a través del cual los cargos electos responden ante sus electores, y no de manera cerrada, a sus dirigentes partidarios.

Esta propuesta recibió no pocas réplicas y una de las más significativas fue la del director de este periódico, Ignacio Escolar, quien, partiendo de la base de que Molinas tiene intereses particulares por su condición de financiero, niega que la responsabilidad sea exclusivamente política, ya que si bien es cierto que hay una élite pasiva en el sistema político, éste opera en concomitancia con el sistema financiero, real protagonista de la crisis (los políticos lo serían por omisión). Por otra parte, Escolar desarticula la propuesta del sistema electoral mayoritario, cuyo modelo es el anglosajón basado en el first past the post, a través del cual gana el candidato más votado y son los propios partidos los que deciden quién puede presentarse. En el Reino Unido, de seiscientos cincuenta diputados solo dos son independientes.

Más allá de las formas electorales –tema central, sin duda–, el cuestionamiento gira en torno al rol pasivo o nulo del político y a la práctica de esa suerte de desplazamiento que ha llevado, por ejemplo, a Mario Monti a ejercer el liderazgo de un país como Italia sin pasar por las urnas. Monti es un tecnócrata que proviene del grupo Goldman Sachs, al igual que Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, el expresidente griego Lucas Papademos o el ministro de Economía español, Luis de Guindos, que prestó servicio en la compañía Lehman Brothers, entidad que desató la crisis en 2008.

Este fenómeno se conoce como el síndrome de la “puerta giratoria”, es decir, los vasos comunicantes entre el poder económico y el político. En Estados Unidos, como en Europa, ya es algo cotidiano. El economista Robert Rubin pasó de Goldman Sachs a la Secretaría del Tesoro con Bill Clinton, desde donde logró la máxima liberalización del sector financiero, y luego aterrizó en Citigroup, mientras que Henry Paulson pasó de la dirección de Goldman Sachs a la Secretaría del Tesoro de George W. Bush, y desde esa posición fue una pieza fundamental para permitir la quiebra de Lehman Brothers.

Así las cosas, asistimos el fin de semana pasado a la Conferencia Política del PSOE, en la que se auguraba desde su usina informática un giro, una renovación o, como dice el ministro de El ejercicio del poder, una percepción que consiga marcar puntos. La presencia de Susana Díaz, 'sangre nueva' y que cogobierna con Izquierda Unida en Andalucía, encendió a la tribuna y acaparó no pocos titulares al pedir no solo internas sino mucho más que eso. Pero ocurre que en el ejercicio de gobierno Díaz frena un impuesto a las grandes superficies para beneficiar al pequeño comercio. Esa es la realidad aunque quede diluida en la percepción. Voces como las de Eduardo Madina, un emergente singular dentro del partido, o Carme Chacón, quien perdiera el mandato del partido por veintidós votos, no se escucharon ese fin de semana.

No parece un capitán de barco extraviado Alfredo Pérez Rubalcaba sino todo lo contrario, un agente catalizador de todo intento político que busca apartar el barco de la realidad para que flote en la historia. Y a la realidad ya la definió el presidente Mariano Rajoy: es lo que hay.

En El ejercicio del poder, como hemos dicho, la acción transcurre en la época actual y no hay ningún guiño que lleve al espectador a poner el rostro de Nicolas Sarkozy o de François Hollande a la cabeza del Gobierno. Todo lo contrario. Los funde en una suerte de Golem sin coloratura, amorfo, que al servicio de los objetivos privados apura el ejercicio político para volver o ingresar en el sector empresarial. Un alto cargo del Gobierno, en la película, expresa su parecer al respecto: “El Estado se ha convertido en una miseria. Un zapato viejo en el que entra el agua. Ya no queda dinero, no hay autoridad”.

No es una tarea imposible reconstruir la democracia por la única vía, la política, pero llevará su tiempo. De momento, como tarea primordial, se debería hacer un esfuerzo y alimentar nuestra percepción solo con hechos porque como ha escrito Javier Pérez Andújar en su libro Paseos con mi madre, “la democracia es algo que se ve y se toca, y donde no se percibe es que no la hay”.