Ha llovido mucho desde los primeros pasos que sirvieron para la construcción de la UE. Quizá uno de los más simbólicos sea el primero, el tratado de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero por el cual, en 1950, sus miembros pondrían en común la producción de carbón y de acero, vitales para la producción de armamento. Robert Schumann considerado uno de los padres de la UE, creía que la supervisión conjunta por varios estados dificultaría la producción armamentística y evitaría derivas militaristas que pudieran llevar a una nueva guerra en Europa. 72 años después, Josep Borrell, el Alto Representante de la Política Exterior de la Unión Europea, defiende la participación de la UE en la guerra de Ucrania, a través del envío de armas por valor de 500 millones de euros del paradójicamente llamado “Fondo Europeo para la Paz” y convertir a la UE en un actor militar de primer orden. ¿Acaso es ahora el envío de armas la manera de conseguir la paz en Ucrania y la militarización de la UE el mejor camino para la paz en Europa? Para responder a esta pregunta hay que desmentir varios axiomas que sustentan la respuesta militar europea a la invasión de Ucrania.
El primero, el envío de armas no tiene como objetivo ganar la guerra a Putin. El ejército ruso quintuplica en efectivos al ucraniano y multiplica al menos por 20 el número de aviones, helicópteros, submarinos y demás armamento. Son muchas las voces expertas, también del ámbito militar, que advierten de que el envío de armas no cambiará el rumbo de la guerra. Señalan que para hacerlo se debería armar una coalición internacional que se enfrentara a Rusia de igual a igual, lo que podría desembocar en una Tercera Guerra Mundial, con el riesgo añadido de que el adversario a batir tiene 6.255 cabezas nucleares, una cuarta parte listas para ser disparadas. La OTAN ha repetido por activa y por pasiva que no va a entrar en la guerra, ningún Estado en la órbita de la Alianza Atlántica lo hará. Esto lo sabemos todos, Zelenski el primero. La guerra ya tenía desde el inicio un ganador militar. La cuestión estriba ahora en qué otras ganancias se pueden obtener del acuerdo de paz que antes o después será firmado por las partes en conflicto. El envío de armas está probablemente motivado por las expectativas europeas y estadounidenses de conseguir alguna contraprestación futura a cambio de la ayuda militar actual.
El segundo axioma a desmentir es que debemos enviar armas porque lo pide la población de Ucrania. El envío de armas a lugares en conflicto no es una decisión gratuita ni libre de riesgos e irremediablemente lleva implícita la pérdida de su control. Esto ocurre incluso con armas enviadas en tiempos de paz. El ejército ruso está atacando ahora a Ucrania con armamento que ha comprado, al menos desde la ocupación de Crimea en 2014, a tres países OTAN (República Checa, Italia y Turquía), a Israel y, sobre todo, a Ucrania. Las armas que ahora se están enviando acabarán muy probablemente engordando el arsenal ruso o un mercado negro que alimentará futuros conflictos, del mismo modo que ha pasado en Libia, Siria o Irak. Por otra parte, el envío de armas es defendido principalmente por belicistas desde el sofá de casa. Enviar armas, de las de verdad, no es jugar a Call of Duty, enviar armas significa animar a ir a una muerte segura a miles de ucranianos que con toda probabilidad correrían mejor suerte de no tener un fusil en la mano.
Finalmente cabe desmentir el tercero de los axiomas que dice que para tener más seguridad la UE debe ser una potencia militar. La guerra en Ucrania es ante todo una muestra del fracaso de la política de seguridad y defensa en el Atlántico Norte. Desde la caída del Muro de Berlín, la OTAN se ha comportado como la organización militar que es, ha aprovechado la debilidad de su otrora enemigo, para ganar posiciones con sucesivas ampliaciones de miembros en el Este de Europa. Es cierto que esto no justifica la agresión de Putin a Ucrania, por supuesto, pero en parte la explica. La OTAN ha sido quien ha liderado la seguridad para Europa desde el final de la Guerra Fría, tres décadas después su estrategia ha fracasado y no ha servido para mantener la paz en Europa. Aun, es más, la tutela militar atlántica ha inspirado una militarización de la UE, iniciada hace al menos dos décadas, que se verá culminada en una semana con la Brújula Estratégica, la nueva doctrina de seguridad y defensa que convertirá a la UE en un hard power de seguridad y defensa, con un presupuesto militar comunitario de 19.500 millones €, al que habrá que sumar al menos seis mil millones del Fondo para la Paz, utilizado para sufragar el envío de armas. Si a ello añadimos que el shock en que ha sumido la guerra de Ucrania a una población europea -que tras la crisis sanitaria de la COVID19 demandaba mayores inversiones en sanidad- ha sido aprovechado para proponer aumentos del gasto militar impensables hace tan solo un mes. Los gobiernos de Alemania, España, Suecia, Polonia y muchos otros anuncian incrementos mil millonarios en sus presupuestos militares para alcanzar cuanto antes el 2% del PIB. Un cálculo que proviene de la decisión, no vinculante, adoptada en la reunión de la OTAN de 2014, cuya validez para alcanzar mayores cotas de seguridad nunca ha sido demostrada.
Europa se equivoca enviando armas a Ucrania y optando por profundizar en la vía militar para dibujar la nueva arquitectura de seguridad europea. La mejor manera de ayudar por nuestra parte, si la seguridad de la población civil es lo que nos importa, es la de acoger a las personas refugiadas y enviar ayuda humanitaria de manera eficaz. La prioridad desde que comienza una guerra hasta que acaba, es pararla, porque el bien más preciado que cualquier doctrina de seguridad debe garantizar es, obviamente, la vida.
Si Robert Schumann levantara la cabeza probablemente no le gustaría ni esta Europa inmersa en una terrible guerra que bien podría haberse prevenido, ni su deriva militarizadora. Quizá debiéramos inspirarnos en una de sus más célebres frases: “la paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan”, y pensar creativamente y con valentía en una arquitectura de paz para la UE en la que los ahora enemigos tengan cabida de pleno derecho y evitemos así entrar en espirales militarizadoras que nos lleven a una nueva guerra.