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Entre la España que rumia y la España que embiste, está el planeta Illa. Ese lugar en el que habita el respeto, el tono bajo, el buen gesto, el agradecimiento al adversario… Que sea noticia que un ministro dedique poco más de tres minutos en el Parlamento a elogiar a sus contrarios, pese a las muchas barbaridades que han proferido contra él y su Gobierno, dice mucho de cómo está la política y de lo necesitados que estamos todos de que acabe esta zapatiesta continua.
El titular de Sanidad ha sido el encargado este jueves de defender el decreto de la nueva normalidad en el Congreso de los Diputados. Y, antes de pronunciar una sola palabra, ha recibido la mayor ovación que se recuerda de la bancada progresista, que se mantuvo en en pie durante su recorrido del escaño a la tribuna. No había consigna, ni impostura, solo una espontaneidad que contagió incluso a algunos diputados de grupos ajenos al PSOE y Unidas Podemos.
El día anterior, en la última sesión de la comisión de Sanidad, el ministro había dado las gracias al “esfuerzo colectivo” que ha permitido al país superar los peores momentos de la pandemia. Y, luego, uno a uno alabó a sus adversarios políticos. En el planeta Illa se escuchan cosas que uno no creería, y no son naves en llamas más allá de Orión ni rayos C brillar en la oscuridad, sino manos tendidas y gratitudes sinceras. Pasen, lean y juzguen ustedes mismos:
“No sé si es habitual y espero no crear ningún problema, pero diré que he aprendido de todos”, afirmó antes de poner en valor alguna cualidad de cada uno de sus oponentes. “El médico que lleva usted dentro me ha enseñado cosas y se lo quiero agradecer”, dijo el ministro de Juan Luis Steegman (VOX). De Cuca Gamarra (PP) puso en valor su procedencia del municipalismo con el que ha impregnado muchas de sus intervenciones “muy pegadas al terreno” y de Josune Gorospe (PNV) agradeció su tono “sensato y constantemente constructivo”. No se olvidó tampoco de Guillermo Díaz (Ciudadanos) —en quien siempre vio una permanente actitud “de ayudar y ser útil”—, ni de Rufián (ERC), —que a pesar de las discusiones y “de no compartir proyecto político”, siempre tenía alguna propuesta—, ni de Rafa Mayoral (UP) —por su vehemencia, que es una “prueba de que la política también es pasión”—.
Ya hay en la política un español, como diría Machado, “que quiere vivir y a vivir empieza” de otra manera y con otros códigos a los que acostumbran la mayoría de quienes se asoman a la vida pública. Sólo por eso, por su paciencia, por su exposición a jornada continua y por su animadversión al “trincherismo” se ha ganado el sueldo y el respeto de propios y ajenos.
Salvador Illa es el ejemplo de que otra política es posible, de que en el Parlamento no todo es blanco o negro y de que los adversarios no tienen por qué ser enemigos. Los primeros pueden, aún desde la crítica, concurrir en la búsqueda de objetivos comunes. Los segundos se enfrentan porque el objetivo de cada uno persigue la destrucción del otro. Illa es de los que parece saber que entre adversarios siempre hay reglas y límites infranqueables.
Algo habrá tenido que ver su personalidad y su forma de ejercer el mando único en que el Gobierno haya sacado por amplísima mayoría el decreto para la nueva normalidad, en la que sorprende que lo único nuevo sea un ministro capaz de poner en valor las virtudes de sus contrarios. A veces, la democracia pareciera, más que un espacio para los acuerdos, un sistema para convivir sólo en condiciones de profundo y persistente desacuerdo. Ser fiel a los principios siempre es admirable, pero defenderlos sin margen para la flexibilidad y la cesión es condenarse al estancamiento y la cronificación del conflicto. Illa ha sido todo un ejemplo de la imagen y la actitud que los políticos —Gobierno y oposición— deberían dar ante la sociedad en estos tiempos en los que los ciudadanos ya les sitúan a la cabeza de sus preocupaciones. Y es que suponer siempre por sistema las peores intenciones al de enfrente puede ser gratificante psicológicamente, pero acaba también por dinamitar las bases del respeto mutuo tan necesaria para la construcción de un futuro tan incierto como desolador desde el punto de vista socioeconómico, a tenor de los datos de los que ya disponemos. Pues eso: que hacen faltan más Illas para lo que está por venir, a pesar de que en momentos de polarización como el actual, quienes son más proclives al compromiso, la moderación y la sutil negociación, estén mal vistos y se les escuche menos. No hagamos el juego a quienes ponen todo su empeño únicamente en gritar y llamar la atención en busca del titular.
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