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Pobre Madrid

3 de septiembre de 2020 22:23 h

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Todo lo que escondían en el corazón lo escribieron, lo pintaron o lo cantaron. Poetas, pintores y autores varios. Ese Madrid inspirador de cielo velazqueño, de palabras, sonidos y trazos que quedaron para la historia. Hay quien dice que la naturaleza acaba por emular al arte y que son los cielos de las ciudades los que terminan pareciéndose a los de los cuadros de los pintores que se inspiraron en ellos. Menos mal que nadie cree que los madrileños somos iguales que quienes nos gobiernan o que acabaremos siendo un émulo de ellos. ¿Imaginan  un Madrid inspirado en Ayuso? ¿Una región con 7 millones de ayusos? No hay rastro en ella que pudiera haber inspirado una sola letra de las que dejaron escritas sobre esta ciudad Quevedo, Larra, Cervantes, Bergamín, Alberti o Miguel Hernández, entre otros. Si acaso, rebuscando en la memoria, lo suyo sería material de “Madrid Cómico”, aquella revista satírica del XIX de carácter alegre y festivo en la que Clarín publicó sus conocidos “paliques” y en la que apenas tenían cabida los temas políticos.

 Lo de Ayuso no es política. Ni pequeña ni grande. Lo suyo es frivolidad olímpica. Y con lo frívolo siempre asoma la superficialidad mostrándola en su desnudez más absoluta. 

Madrid y quien la gobierna lleva semanas ignorando las señales de alarma por el COVID-19. Lo dicen virólogos y epidemiólogos sin que haya nadie en la administración autonómica que haga nada por evitar un otoño como la primavera pasada. O se adoptan medidas urgentes o acabaremos de nuevo encerrados. Hacen falta confinamientos parciales para que no lleguemos al aislamiento global que llevaría al cierre de toda actividad y al colapso económico. Lo han hecho otras Autonomías y es la única forma de controlar la maldita curva.

Que Madrid es una “bomba radiactiva vírica” lo ha dicho el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García Page, pero lo puede suscribir cualquiera que haga un análisis frío de la evolución de los datos, algo que Isabel Díaz Ayuso aún no ha hecho. La presidenta madrileña dedica la mayor parte de su tiempo a confrontar con Pedro Sánchez. El resto lo ocupa en sacarse de la manga medidas que luego no ejecuta, en frivolidades como la de que los niños acabarán todos contagiados por el virus cuando vayan al colegio o en sembrar el caos citando a 10.000 profesores para hacer pruebas serológicas en una sola mañana.

Ella es la constatación de que de esta pandemia ni saldremos mejores, ni más solidarios, ni más listos, ni más purificados, como auguraron muchos. Aquel presagio fue una mera ensoñación. Seguimos siendo los mismos, y algunos incluso han ido a peor. En tiempos de tribulación es un hecho que se acentúan los rasgos de cada cual. El solidario es más solidario, el egoísta, más individualista y el suspicaz, más malicioso si cabe.

Hay ocasiones en que la política aburre e incluso indigna, sí. Pero lo peor que puede ocurrirle es que dé miedo, que es lo que han empezado a sentir muchos madrileños cuando escuchan las intervenciones y las decisiones de Ayuso y su gobierno. Aguado, que en ocasiones ha querido hacer de contrapunto de su presidenta, no es distinto. Su hondura reflexiva y su capacidad para transmitir solvencia cabrían en una probeta de las que los sanitarios usan para la extracción de sangre en las pruebas serológicas. Ya no es tiempo de guiones de escenografía hipócrita con los que recitar pomposamente lo que termina por no hacerse o se hace de forma chapucera en los hospitales, en las residencias, en los colegios o en el transporte público. 

El Madrid de Ayuso es una filfa y los madrileños podrán o no declararse hartos del discurso ramplón de sus gobernantes, pero lo seguro es que no habrá hoy un ciudadano que se declare convencido de la eficacia de las medidas del Gobierno regional. No preguntemos ya por la opinión sobre las desconcertantes declaraciones de su presidenta un día y otro también. 

La región más densamente poblada de España y en la que la incidencia de COVID-19 presenta otra vez el mayor porcentaje de ocupación hospitalaria no merece una presidenta que para ensalzar la seguridad de sus colegios diga que al final todos los niños acabarán contagiados. Si fuera así, sería porque ella y su gobierno no han hecho lo que debían. Ni reforzar la atención primaria, ni contratar los rastreadores necesarios, ni planificar el comienzo del curso, ni invertir en medios materiales y humanos para evitar el desastre que se teme. Inaceptable todo. También que el gobierno de Sánchez se cruce de brazos ante semejante dislate. Si no fuera tan serio el asunto y no estuviera en juego la vida de la gente,  nos reiríamos todos con la nueva versión de Madrid Cómico. Pobre Madrid, con permiso de los Barón Rojo: Quién te convirtió en el punto de mira del terror...