La polémica del concurso en catalán: no es el trigo, ni el blat, sino el “trig”

12 de enero de 2022 22:22 h

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El tema de la polémica del concurso en catalán me parece una tontería. No invita más que al guerracivilismo con las lenguas. Que para mí es la madre de todas las contradicciones. Es, además, un signo de los tiempos, de cómo una anécdota se convierte en un tema que ocupa demasiado espacio en los medios. Y de cómo la mala política, o perdón, la falta de consistencia política, crea problemas donde no los hay.

Lo primero es centrar que era un concurso, en catalán, y que la participante era una niña de 14 años. Repito, una niña de 14 años, que a veces se nos olvidan detalles que me parecen importantes. Porque, gracias a algunos políticos, el vídeo de su participación en el concurso se ha hecho viral. Esa niña vuelve al cole y su vida es un infierno. Igual pasó con el colegio de Canet de Mar y la familia de otra niña de 4 años. En fin, dar detalles de estos casos ya te hace sentir mal. El tema es la calidad humana de quienes utilizan esto como arma arrojadiza para fomentar su discurso político, aunque no sé si llamarlo político. Porque cuando a un partido tan solo le queda el arma de agitar odios que, en realidad, no son un problema para la sociedad; ya está todo dicho. 

Una niña se bloquea y no le sale una palabra en catalán. La dice en castellano y no la dan por válida porque es un concurso en catalán, de la televisión pública catalana que tiene como uno de sus principios normalizar y sostener el buen uso del catalán. Y siguiendo el hilo de la calidad humana de esta polémica. A mí lo que me pellizca el alma es la gestión que hace el presentador del tema. Sobraba la burla que hace con la “catalanización” supuestamente graciosa de la palabra en castellano. Le responde que no puede dar por válida la respuesta, y añade en tono burlón “trig”. En catalán sería blat. Eso es algo que quienes hemos aprendido catalán en el colegio hemos sufrido. Esa superioridad de la burlita o de la corrección en medio de una argumentación o de una conversación cuando no venía a cuento, no me gusta. A mí cuando me cortan, o me cortaban, en medio de una conversación para “corregirme” me daba mil patadas en el hígado. Porque, de alguna manera, te hacen sentir inferior, hay un cierto paternalismo en quien te corrige como si tuvieran ellos las claves del “catalán correcto”. Me refiero a que no suelen ser ni lingüistas ni herederos directos de Pompeu Fabra.

Me apena que se vuelvan a cavar trincheras en Catalunya con algo tan susceptible de romperlas como es la lengua. Como son las lenguas. Para mi generación y la de mis padres hablar catalán era algo aspiracional, era ganar prestigio, arraigarse. Era hablar del futuro. Porque era la lengua en la que hablaban los primeros alcaldes y equipos municipales que empezaron a hacer cosas en los barrios en que vivíamos: abrían escuelas públicas, centros cívicos.... Las fiestas que se organizaban mezclaban ese catalán antifranquista con otros acentos y otros ritmos que sonaban en los bloques. Nos miraban, nos integraban, nos incluían en el futuro del país. Mis padres nos llevaron a colegios donde se hablaba y enseñaba catalán, incluso antes de estar en el currículum. Estaban orgullosos de eso. El catalán es una lengua en peligro, porque es minoritaria. Eso es así, le pese a quien le pese, porque tan solo hay que mirar la avalancha de oferta mediática y cultural en castellano y compararla con la catalana. Es una lengua que hay que proteger y fomentar. Pero igual que no acepto que se rompa este consenso, por un lado, detesto cuando desde el otro se genera una imagen harto antipática y segregadora. Una lengua no puede hablar de bandos. Porque al final se trata de que la gente quiera hablarla, leerla, escucharla. Que seduzca, que sea un orgullo y no una imposición, que se sienta viva, que lo correcto sea que se hable, aunque a veces se nos olvide alguna palabra, o se utilice alguna expresión que el Institut d’Estudis Catalans no apruebe. Detesto que se hagan políticas basándose en el rechazo a una lengua. Porque me parece la antítesis de la función primordial que tienen, que es el entendimiento, la comunicación, la cultura. Aunque precisamente por ser un arma tan potente, las lenguas se puedan utilizar a veces para todo lo contrario. Eso siempre provoca un silencio aterrador.