Juan Manuel de Prada ha sido objeto de mofa por sus declaraciones sobre el porno, tras afirmar en su artículo en el ABC que los consumidores de pornografía convencional desearán también en algún momento “consumir pornografía en la que aparezcan niños”, definiéndolos como “esclavos de [sus] instintos”. Siendo como es un conocido machista, las burlas en Twitter no se han hecho esperar. Y no es para menos, el texto parece haber sido escrito en el siglo XV, hablando de los pecados de la carne y de la sobriedad como virtud.
Nuestros padres ya crecieron pensando que si se masturbaban se quedaban ciegos, y nuestras madres se avergonzaban de su sexualidad de tal forma que no hacía falta amenazarlas con ceguera alguna. A nosotras, hoy día, nos toca rebelarnos contra esa o cualquier otra imposición. Nuestra sexualidad es nuestra, el sexo es sólo eso y ya hemos aprendido a pasarnos la moral católica por las trompas de Falopio.
Pero en todo este jaleo nadie parece haberse dado cuenta de que la oposición a la industria del porno, el movimiento antipornografía, no es ni de lejos propiedad de la derecha y su moral cristiana.
En la década de los 80 el movimiento antipornografía se alzó en los EEUU. Libre de las ataduras 'moralistas' de movimientos antipornografía anteriores, esta crítica no se basaba en la pureza del pensamiento o la lucha contra la degeneración: era un movimiento centrado en la liberación de las mujeres. Feministas como Andrea Dworkin, Gloria Steinem o Catharine MacKinnon se atrevieron a alzar su voz y retratar a la industria del porno como lo que realmente es: la representación de la humillación de las mujeres para disfrute y placer de los hombres. Pornografía significa literalmente “la representación de las putas”, y entendieron que ninguna mujer podría ser libre mientras su clase fuese representada siendo violada, humillada y agredida para el beneficio de las erecciones de los hombres.
Pero los 80 pasaron, y lo que ahora se considera progresista está influenciado por el liberalismo, y la primacía del individuo por encima de la clase. El feminismo había luchado por revelar la naturaleza política del sexo (es decir, que no es meramente un acto físico, sino que tiene consecuencias importantes en nuestra visión de la sociedad y de otros), pero ahora el individuo ha pasado a ser el centro de la cuestión. Los debates se centran en el consentimiento de la práctica, y no en el análisis de la misma, que se ha dejado de lado. La humillación deja de ser algo material y objetivo, sino que se encuentra en los ojos de quien la padece. Una escena no es humillante a menos que tú lo interpretes como una humillación. Y basándonos en esto, entonces, es difícil decir que algo es humillante.
Es decir, si una mujer accede a ser humillada, golpeada y atada, no hay nada de malo, porque ella ha consentido. Lo que consienta cada uno en su habitación es la elección de cada uno, ahí sí es defendible el individualismo (aunque plantea preguntas como por qué siente alguien excitación con la humillación, pero ése es otro tema). Pero cuando se trata de una escena que verán millones de personas, muchas de ellas aún formándose, no nos debería valer con el hecho de que la protagonista lo haya consentido. Y esto es extrapolable a muchas otras cuestiones.
Ante esta disyuntiva, estas dos posturas enfrentadas: si hay consenso es bueno vs aunque haya consenso es perjudicial y perpetúa roles patriarcales, deberíamos preguntarnos ¿qué sabemos sobre el porno? O más importante, ¿qué sabemos de la sociedad que lo consume y lo produce?
Sabemos que el porno es una industria multimillonaria, producida y consumida principalmente por hombres heterosexuales. Sabemos que es propaganda de género. Sabemos que la inmensa mayoría de los hombres la consume de forma habitual a partir de la adolescencia. Sabemos que millones de adolescentes son educados por Internet antes que por sus padres en cuanto a sexualidad se refiere. Y lo que aprenden es básicamente lo que está representado: escenas misóginas donde el hombre siempre tiene poder sobre la mujer, donde la mujer es un mero objeto que está ahí para que el hombre llegue al orgasmo. Una vez se corre, se acabó la escena.
Sabemos que cuando estos adolescentes y hombres consumen pornografía, los términos que más buscan son “adolescentes”, “lesbianas”, “hermanastra”, etc. y términos como “facial” y “violación” son tan recurrentes que tienen su propia categoría en muchas de estas páginas, cuando no, páginas para sólo vídeos sobre esos temas. Sabemos que “el 12 por ciento de internet es pornografía -4,2 millones de sitios web, unas 28.000 personas mirando porno por segundo” (Caitlin Moran, 'How to be a woman') , es decir, que todos esas personas están viendo desde que son adolescentes (en la mayoría de los casos, mucho antes de que padres o profesores les hayan hablado del sexo) imágenes de mujeres a cuatro patas, de rodillas recibiendo la eyaculación de uno o varios hombres a la vez, etc. Imágenes que, de una u otra forma, representan a la mujer como un recipiente que el hombre usa para darse placer. Misoginia, en resumidas cuentas.
¿Y qué sabemos de nuestra sociedad? Sabemos que vivimos en lo que las feministas denominan “la cultura de la violación”, una sociedad en la que los hombres se esmeran en ver hasta dónde pueden llevar a las mujeres, en comprobar qué son capaces de hacerlas hacer. La mitificación del sexo anal es la prueba más evidente: es la fantasía de millones de hombres, y lo es precisamente porque muchísimas mujeres se niegan a practicarla, no porque esa penetración difiera mucho de la otra.
Sabemos que las mujeres son también cosificadas e hipersexualizadas en todos los ámbitos: publicidad, programas de TV, superproducciones de Hollywood, etc
Sabemos que la violencia contra las mujeres en nuestra sociedad está ya considerada por la OMS como una pandemia. Y sabemos que existe una problema de género que va desde no encabezar jamás un gobierno a ser víctima de violencia de género, pasando por todo lo que ya sabemos: acoso callejero, violaciones, etc.
Pero volviendo al porno. Los términos más buscados, la pornografía más consumida, es aquella que rompe los límites que las propias mujeres establecen: relaciones sexuales con chicas jóvenes sobre las que existe una relación de poder, prácticas de humillación que las mujeres no suelen consentir, y el fruto prohibido, las mujeres que jamás podrán tener: las mujeres lesbianas (top 1 de búsquedas sobre porno). ¿Qué relación existe entre el porno que consumen los hombres y el comportamiento de los hombres? ¿El arte imita a la vida o la vida imita al arte?
La respuesta que cada persona da a esta última pregunta suele ser clave en la postura que toma frente al porno. Quienes defienden la actual pornografía (y entre estas personas hay muchas que se consideran progresistas) suelen defender que el arte imita a la vida. Sí, el porno es machista, pero machista es la sociedad. Cambiando la sociedad, cambiará el tipo de porno que se consume. En definitiva, que la misoginia precede al porno, el porno no la causa ni la perpetúa.
Esta postura (claramente liberal, puesto que defiende que el mercado se autorregula para satisfacer la demanda) tiene algo de cierto. Sí, sólo una sociedad profundamente misógina podría haber creado una industria multimillonaria basada en la humillación, sin duda la pornografía no precede a la misoginia. Pero ¿es eso importante para el debate? Sin duda, el imperialismo precede a los sweat shops (talleres del Tercer Mundo donde hacinan y explotan a trabajadores), y la esclavitud (la cristalización más brutal del racismo) precedió al Ku Klux Klan en Estados Unidos. Sí, claro. Pero la clave no es qué vino antes, sino qué perpetúa y fomenta el qué. El racismo concibió los linchamientos, y los linchamientos son racismo. El imperialismo metió a millones de personas a producir para nosotros en condiciones infrahumanas, y eso es imperialismo. La misoginia concibió el porno, y el porno es misoginia. Por lo tanto, el porno perpetúa la misoginia. No se puede luchar contra uno sin luchar contra el otro.
Ninguna quiere que se nos meta en la cama nadie que no queremos, como se metió la Iglesia en las camas de nuestros padres, y precisamente por eso no debemos obviar que otra institución lleva metida en la cama con nosotras desde el principio: el porno. El porno moldea el deseo masculino, la percepción de la sexualidad femenina, y pasa horas influyéndonos a nosotras y a las personas con las que nos relacionamos.
¿Se puede reformar el porno? En el feminismo también hay debate en torno a esto. En mi opinión, sí que se puede cambiar. Si el feminismo entrara en tromba en la industria pornográfica, sin escenas con relaciones de poder, sin imágenes de mujeres siendo humilladas sistemáticamente, no sólo aumentaría el número de mujeres que ven porno, (recientemente, una de las mayores web de porno, ha hecho un estudio sobre qué porno ven las mujeres y más de la mitad de las mujeres del planeta eligen el porno lésbico, allí donde no hay hombres, ni escenas como las antes descritas, curiosamente), sino que dejaría, antes o después, a la actual pornografía a la altura de las películas de Pajares y Esteso. Rancias, obsoletas, irreproducibles.
Pero, claro, para que el feminismo entrara en tromba en el porno debería generar dinero, y a día de hoy, lo único que genera el feminismo son comentarios violentos y agresivos en los artículos feministas, luego es la pescadilla que se muerde la cola.
De momento, el porno feminista que existe, aunque es muy pequeño, se ha consolidado. Eso no cambiará los gustos de un día para otro en aquellos que teclean “violación” al buscar porno, pero sí abre un nuevo frente y es un porno que consigue no herir la sensibilidad de muchas personas.
Pero como todo, el porno también es interseccional, y ni eliminando el actual porno se acabará la misoginia ni introduciendo nuevas perspectivas al porno se conseguirá cambiarlo por completo.
En resumen, De Prada se equivoca al referirse a la pornografía como la expresión de los instintos, al hablar del naturalismo, pero en nuestra reacción no podemos obviar que, como dijo Brecht, el arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma. Y la forma que le da el porno a nuestra sociedad es una forma grotesca, de abuso y humillación, de explotación y de falta de respeto absoluto por los límites de las mujeres. Nadie nace queriendo ver porno de violaciones, se les educa para ello, y se les educa a través del propio porno. Si no podemos ver eso, si nos negamos a hablarlo y discutirlo, si nos empeñamos, en pos de no ser unas puritanas o unas estrechas, en tratar la pornografía como el culmen del progresismo, acabará cumpliéndose aquella cita de Dworkin de que el porno es el cementerio de elefantes al que la izquierda ha venido a morir.