El portazo de Lastra

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Entre la elegancia y el portazo en el momento de las despedidas, hay una línea en absoluto delgada que Adriana Lastra decidió pisotear este lunes por la mañana cuando anunció su dimisión como vicesecretaria general del PSOE. Es muy frecuente en la vida, y mucho más en la política. Uno se cree insustituible, necesario e incluso eterno sin saber que nada es para siempre  y que todo es más bien efímero. Pasa mucho entre quienes siempre vivieron de un cargo público y dedicaron su tiempo más a la conspiración y al enfrentamiento que al noble ejercicio de buscar el bien común. 

Hay dimisiones distinguidas y dimisiones estruendosas que marcan la diferencia en el momento del adiós, por muy doloroso que resulte. En España las ha habido exquisitas, correctas y sobrias, pero también vulgares y ruidosas. La de la ya ex vicesecretaria general del PSOE ya ha sido clasificada por sus propios correligionarios en la segunda versión. Por el momento elegido y por las formas que escondían. Y es que eligió irse cuando gobierno y partido empezaban a salir de la abulia, tras dos semanas en las que Pedro Sánchez había roto la inercia del pesimismo por el avance demoscópico de la derecha, los líos internos de la coalición y las dificultades para retomar la iniciativa. 

La cumbre de la OTAN y el resultado del debate de la Nación habían insuflado una efervescencia en el ánimo que la que fuera número dos del partido rompió con un simple comunicado, que no llevaba el logo del partido y que revestía de motivos personales y médicos su renuncia cinco minutos antes de que el presidente fuera a anunciar cambios en la estructura de Ferraz que buscaban neutralizar su poder orgánico y acabar con los enfrentamientos que había generado con la secretaría de Organización, con el Grupo Parlamentario y con La Moncloa. Quien dice cinco minutos, dice cinco días o mes y medio, que es el tiempo máximo que en el partido sabían que se había dado Sánchez para acabar con las disonancias internas antes de que comenzase el nuevo curso político en septiembre. Había dudas sobre si sería antes o después de las vacaciones, pero ninguna incertidumbre sobre los cambios organizativos.

Sánchez, a quien nunca tembló el pulso para prescindir de quienes le generan más problemas que soluciones, -recuérdese el caso de Iván Redondo- tenía un plan, y  Lastra lo precipitó de tal modo que este miércoles ordenó que se convocase al Comité Federal del PSOE con urgencia para el próximo sábado, pese a que no tenía pensado hacerlo hasta la primera semana de septiembre. Quien fuera su número dos le ha marcado el paso, tras comprobar que el presidente había perdido la confianza en ella y en el equipo que la asiste en Ferraz. Hasta sus oídos habían llegado múltiples avisos desde los territorios de que Lastra, para perplejidad de muchos, se dedicaba desde hace meses a tejer una red orgánica pensando en el postsanchismo y en sí misma. 

El arte de saber irse, con nobleza y sin ruido, debería ser asignatura obligatoria en primer curso de las Facultades de Políticas o en las escuelas de formación de los partidos para que cuando llegue el momento nadie pueda decir que “pocos compañeros llorarán su ausencia”, que es lo que hoy se dice de Lastra más allá de su tropa tuitera o de aquellos que le deben la nómina y al margen de las lecturas sobre la habilidad saturna de Sánchez para devorar a sus hijos. Uno recoge lo que siembra y afectos no se puede decir que la diputada asturiana haya cosechado muchos.

Hoy en el PSOE ya no se habla apenas de ella, sino de los nombres que Sánchez elegirá para enderezar el rumbo y para que haya sincronía entre La Moncloa, el partido y los Grupos Parlamentarios. Se cubrirá seguro el hueco de Lastra y todo indica que será otra mujer. El nombre de la ministra de Educación, Pilar Alegría, suena por encima de cualquier otro, si bien hasta el sábado todo es posible con Sánchez.