Hace unos días anunció su retirada la primera ministra neozelandesa, la señora Jacinda Ardern, quien no se presentará para la reelección en las próximas elecciones de octubre. Desde la Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia, reflexiono y se me antoja, en medio de mis conversaciones con mujeres indígenas líderes del pueblo Wiwa y Arhuaco, que el adiós de Ardern contiene todos los elementos que explican por qué ha sido una líder excepcional y por qué el mundo entero le debe las gracias.
“Ya no tengo suficiente energía para desarrollar el cargo como es debido”, así de simple y ahí va todo. Es así como anuncia su partida haciendo referencia al cansancio asociado al ejercicio responsable del poder. El deseo de priorizar su vida personal y cuidar a quienes la han sostenido hasta ahora. Nada más y nada menos. Una retirada sin escándalos, sin corrupción, sin pérdida de confianza por parte del pueblo que gobierna o de su partido político, más allá del natural desgaste político después de años en el cargo. ¡Qué refrescante adiós! Ardern se va pero pasará a la historia del país, no sólo por su inusual condición de joven primera ministra y madre primeriza, sino por su buen gobierno, su buen manejo de la pandemia y su buena gestión durante los atentados terroristas de Christchurch y la erupción del volcán Whakaari.
Parte de lo que hace que su mensaje, pronunciado desde el corazón, y sus emocionadas palabras calen hondo es que rezuman coherencia con la forma que ha tenido de gobernar. Sin cultivar la ficción de la escisión entre la esfera pública y la esfera privada. Es la misma Ardern que se llevó a su hija recién nacida a la Asamblea General de la ONU; la misma que en chándal se conectaba en redes sociales, después de acostarla, para hablar con sus conciudadanos durante la pandemia. Con todo, su mensaje a muchos nos produce también una cierta tristeza, no solo por la pérdida de una buena gobernante, sino porque sospechamos que detrás de la decisión se esconde la dificultad de afrontar los prejuicios de género que sabemos que ha sufrido y, sobre todo, de compatibilizar la responsabilidad del cuidado (propio y ajeno) con el ejercicio del liderazgo político. La dificultad en este mundo de esferas separadas que obliga a las mujeres a vivir en esa esquizofrenia que produce el tener que demostrar permanentemente que sí se puede ser a la vez mujer, madre y autoridad en un espacio público construido sobre la ficción de la autonomía en vez de sobre la realidad de la interdependencia. Se ve que se puede, con mucha dificultad, y solo por un tiempo. Nada nuevo bajo el sol: la resistencia al liderazgo femenino, los estereotipos de género y los problemas de conciliación familiar están en la base de la infrarrepresentación de las mujeres en el poder (Through the Labyrinth: The Truth About How Women Become Leaders de Alice Eagly y Linda Carli, Harvard University Press, 2007).
Si la ciudadanía neozelandesa y mundial tienen motivos para agradecerle su gestión, las mujeres y masculinidades no hegemónicas tenemos que agradecerle además su ejemplar forma de liderazgo. Porque invita a una reflexión profunda acerca de cómo concebimos la función de líder y valoramos las habilidades y disposiciones necesarias. Su testimonio nos habla de espíritu de servicio público, de dedicación intensa y capacidad de renuncia, desde la empatía, la humildad, la escucha, el reconocimiento del esfuerzo colectivo y aportando no solo conocimientos técnicos sino experiencias vitales que hayan permitido desarrollar nuestra capacidad para conectar con el otro entre las que la primera ministra cuenta con la de haber trabajado en un comedor comunitario. Empatía es rebajar el sueldo propio y del equipo de gobierno cuando el país atraviesa dificultades económicas. Empatía es cubrirse la cabeza con un hiyab y abrazar en público a los familiares de las víctimas de un atendado islamófobo. Sobre todo, cuando estos gestos, lejos de ser meras formas, vienen acompañados de una agenda política que prioriza el cuidado en todas sus formas. Desde la sostenibilidad ambiental, los derechos de los menores y de las mujeres, al control de armas y la promoción de la paz.
La utopía está servida: ¿y si todos los gobernantes del mundo, hombres y mujeres, tuvieran una forma de entender el liderazgo político similar a la de Ardern en vez de ser, muchos de ellos, personas con un alto grado de asertividad, pero también, según nos dice la ciencia, de narcisismo y de psicopatía, pues es este el perfil que muchas veces identificamos como persona carismática y escogemos para liderar? (Chamorro Premuzic, Why do so many incompentent men become leaders?, Harvard Business Review Press, 2019)? ¿Tendríamos entonces personas menos adictas a un poder concebido en clave de conquista, estatus y recursos para seguir acumulando más? ¿Se buscarían formas de que el servicio público y la responsabilidad en el cuidado fuesen más compatibles? Y, en último término, ¿veríamos a más líderes retirarse de su cargo con la candidez y la humildad que supone el reconocer, no una derrota, no una incapacidad, sino simplemente el natural agotamiento humano, la posibilidad de que otras personas menos exhaustas puedan cumplir mejor con la responsabilidad que implica gobernar?
No, Señora Digneri Angélica Izquierdo, Cabilda de Aty Kwakumuke. No me extraña lo que me cuenta. No me extraña que, para serlo, Vd. haya tenido que consultar primero y contar con el apoyo de su familia; que haya tenido que superar esa cultura que le dice que cuando las gallinas cantan hay que cortarles la cabeza para recordarles que no son gallos; que haya tenido que exhibir su linaje y sus saberes, por ser hija de mamo (líder espiritual), para ganarse el respeto de los otros líderes varones; que haya tenido que alegar la extraordinaria fuerza de las madres solas cuando al convertirse en una los hombres de la comunidad le decían que no podía sostenerse una silla sin todas sus pata. Ni que desde su buen gobierno, y en diálogo con toda la comunidad, sienta que está ganándose el respeto por lo que ha supuesto crear una Casa de Gobierno que funde justicia ordinaria y justicia propia para abordar, desde el deseo de armonía comunitaria, mejores formas de responder a la violencia, en diálogo con la madre tierra y priorizando las necesidades de los más vulnerables. Déjeme, Señora Cabilda, que le cuente más de la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, y ojalá que ella también tenga un día el privilegio que he tenido yo de conocerla y que Vd. también le pueda contar.