Me atrevería a decir que tú y yo compartimos una idea: el sistema político y económico en el que vivimos se ha llevado por delante derechos, servicios públicos, el futuro de la juventud y la ilusión de las personas. Es evidente: estamos ante un fin de ciclo y un cambio del modelo es inevitable si queremos evitar que el mundo en que vivimos sea cada vez más injusto y menos solidario. La crisis es económica, social y democrática, seguro que estás de acuerdo conmigo, pero ¿has pensado alguna vez que la crisis es también ecológica?
Para Equo y la coalición Primavera Europea la dimensión ecológica de esta crisis es clave. Nos permite entender no sólo el origen y las causas de la situación en la que nos encontramos, sino también proponer soluciones realistas y justas dentro de un mundo finito. Esto es la ecología política: el derecho de todas las personas, vivan en el Norte o en el Sur, sean generaciones actuales o futuras, a satisfacer sus necesidades de forma equitativa y en armonía con su entorno. Puede ser el motor de salida de la crisis y de la regeneración democrática, y te voy a explicar cómo.
Apostamos por una economía verde que fomente el empleo con un modelo social y sostenible. Es necesaria una gran transición ecológica que cree empleos verdes y dignos, aquellos que reducen el impacto ambiental de las empresas, ayudan a reducir el consumo de energía, materias primas y agua, combaten el cambio climático o contribuyen a proteger la biodiversidad. O sea, que reduzcan a la vez el terrible paro que sufrimos y además contribuyan positivamente a afrontar retos globales como el cambio climático. Pan para hoy y pan también para mañana.
Según estudios del Partido Verde Europeo –cuarta fuerza política del Parlamento Europeo de la que Equo formamos parte– se podrían crear hasta 20 millones de empleos en Europa y 2 millones en España si se apostara por sectores limpios, sostenibles y con valor añadido para la sociedad: la rehabilitación de edificios (clave en nuestro país por la crisis del sector de la construcción), las energías renovables, la movilidad sostenible, la gestión de residuos o la agricultura ecológica.
Seguro que a estas alturas te haces la pregunta siguiente: ¿y por qué no se está invirtiendo ya en estos sectores? Obviamente porque no interesa a sectores muy poderosos, financieros e industriales o al oligopolio energético ni tampoco a la clase política dominante. A través de las nefastas “puertas giratorias”, sus intereses se entremezclan haciendo que las necesidades de las personas y del planeta no sean la prioridad. Así pasa por ejemplo en los sectores energético y alimentario. Hoy en día están controlados de forma mayoritaria por grandes multinacionales que ignoran la justicia social y ambiental, y que tienen, además, una gran influencia en la toma de decisiones.
Sin embargo es imprescindible apoyar y acelerar la transición hacia las energías renovables y un menor consumo energético resultando en un modelo limpio, autosuficiente y muy intensivo en mano de obra. Además apostamos por la soberanía energética, es decir la gestión democrática y ciudadana de la energía. Respecto a la política agraria —que regula los alimentos que consumimos— Europa debe buscar la soberanía alimentaria apoyando a las pequeñas explotaciones (y no a los grandes propietarios como ocurre en la actualidad) libres de pesticidas y transgénicos. Eso no solo contribuiría a producir alimentos de mayor calidad y más saludables sino que también se emplearía un 30% más de personas de las que utiliza la agricultura industrial, mejorando nuestra salud y ahorrando al tiempo en gasto sanitario.
Y todo esto, puede y debe llevarse a cabo con tu participación. Un ejemplo de que la lucha contra el poder financiero y de los mercados debe hacerse de una manera democrática y transparente es el TTIP. Este Tratado de Libre Comercio UE-EEUU, contra el que los Verdes Europeos nos hemos movilizado activamente, está siendo negociado de manera secreta y de espaldas a la ciudadanía y a la sociedad civil. Este tratado busca que las regulaciones laborales, medioambientales o sobre la salud no sean una barrera para el comercio. De aprobarse, supondría por ejemplo que se pudiesen comercializar alimentos hoy en día prohibidos en Europa por considerase nocivos para la salud; o que un Estado tuviese que indemnizar a una empresa por prohibir el fracking en su territorio. Conclusión, si participamos todos y todas, la mayoría no volveremos a pagar las consecuencias y una minoría no saldrá indemne y beneficiada, tal y como ya está ocurriendo en esta crisis.
Pero participar no es sólo votar cada cuatro o cinco años. Las elecciones son una manera de decir lo que se piensa, pero no puede ser la única. La democracia es algo más. Es un lugar donde las personas están informadas, encuentran cauces para participar y así, empoderadas, toman decisiones colectivamente para el bien común y reclaman un mundo mejor. Es un lugar dónde el activismo ciudadano convive con la transparencia de las instituciones.
Y es que el modelo actual llega a su fin pero lo hace de una manera virulenta e injusta. Así que te invito a fijarte en lo nuevo que nace y a concentrarte en construir algo mejor: una Europa donde la justicia social y ambiental sea la norma, y la participación ciudadana el motor de cambio.