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PSOE y Sumar, condenados a competir cooperando

2 de junio de 2024 21:30 h

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Estos días se ha instalado en la opinión publicada la idea de fuertes discrepancias entre los dos socios del Gobierno. Mi percepción es otra, se trata de diferencias de lo más normal entre fuerzas políticas que tienen proyectos propios y que en algunos temas son coincidentes y en otros, claramente confrontados. 

Me atrevo a decir que los rifirrafes son menores de lo que cabía esperar en un período electoral, cuando la lógica partidaria comporta reforzar los perfiles propios. La cosa se ha mantenido, de momento, en los márgenes de lo manejable. Incluso cuando se ha llevado a debate parlamentario, justo en estos momentos, iniciativas legales en las que se sabía que hay discrepancias importantes entre los socios. 

De momento no parece que la sangre vaya a llegar al río. Esperemos que en lo que queda de campaña nadie se ponga excesivamente nervioso o le entren instintos de canibalismo político. Si algo demostró la anterior legislatura y también las pasadas elecciones generales es que la única posibilidad de un gobierno progresista pasa por niveles importantes de cooperación entre los socios. Incluso cuando se compite electoralmente. 

La razón es obvia. No solo en España, en todas las democracias, se está produciendo un fenómeno de fragmentación política, consecuencia, entre otras cosas, de los impactos que la digitalización está produciendo en el cuerpo social. 

Asistimos a un proceso acelerado de fragmentación de los trabajos, de nuestras vidas, intereses e identidades (en plural). Con la inestimable colaboración de la cultura del individualismo extremo, bien acompañada de lo que Guilles Lipovetsky califica como la religión postmoderna de la autenticidad, que nos hace a todos más “auténticamente intransigentes”. Además, la velocidad impuesta por los tiempos digitales dificulta la conversación democrática y las nuevas formas de comunicación favorecen la creación de burbujas cognitivas que hacen más difícil los acuerdos. 

Los partidos atrápalotodo pueden ser útiles para canalizar estados emocionales, como los miedos o la indignación, pero no sirven, como se ha demostrado, para estabilizar y organizar las mayorías sociales necesarias para gobernar. 

El eje que representó el conflicto de clase y articuló la sociedad en el siglo XX, entre izquierdas y derechas, continúa siendo importante pero no ostenta ya el monopolio de la política. Otros conflictos, antaño ocultos u ocultados, como los de género o ambientales han adquirido mayor subjetividad política y mucha presencia en la sociedad. 

Además, la ruptura del contrato social y la policrisis en que estamos inmersos ha hecho aparecer nuevas brechas sociales que están en el origen de múltiples desigualdades. La intergeneracional, que es también intrageneracional y tiene un fuerte componente de clase, es un ejemplo. 

Un conflicto con profundas raíces en España, entre el mundo urbano y el rural, ha vuelto con fuerza, si es que alguna vez se fue. Las reacciones, miedos, inseguridades y desconciertos (todo en plural) generados por las disrupciones en marcha -digital, ecológica y demográfica -han activado un nuevo eje del conflicto político entre etnonacionalistas y cosmopolitas. 

A estos fenómenos globales se le suma en España el eje territorial. A la plurinacionalidad del país, que como las meigas haberlas haylas, se le superpone un modelo de estado fuertemente descentralizado en términos políticos sin la argamasa de estructuras federales que lo cohesionen. 

En este contexto de tanta complejidad la gobernabilidad de las democracias, muy afectada, como apunta Sánchez Cuenca, por el desorden político que provoca la crisis de la intermediación social, pasa inexorablemente por la configuración de bloques políticos que configuren mayorías suficientes para gobernar. Bloques con mucha diversidad entre los diferentes actores que los componen e incluso en el seno de cada uno de ellos. Si tienen dudas, échenle una mirada a los Países Bajos.  

Que nadie se engañe, para garantizar políticas de progreso no hay ningún partido que pueda hacerlo por sí solo. Para abordar hoy los retos de nuestras sociedades no hay antibióticos -léase partidos- de amplio espectro que ocupen todo un espacio. Más bien necesitamos la fórmula de la combinación de diferentes fármacos, en este caso partidos políticos.  

No hay ninguna fuerza que sea capaz por sí sola de integrar en su seno la diversidad de subjetividades personales, intereses, causas, reivindicaciones e identidades que hoy se expresan en la sociedad. Aunque los nostálgicos del bipartidismo y de la indistinción política se nieguen a aceptarlo. 

La actuación en las últimas elecciones generales pone de manifiesto que tanto el PSOE como Sumar son conscientes de ello. Supieron cooperar, compitiendo en positivo y no a la contra. Esperemos que no se les haya olvidado.

Es legítimo que el PSOE quiera salir reforzado del 9 de junio, con la mirada puesta en el futuro de la UE, también para consolidar su posición en la política española. Es legítimo también que Sumar tenga el mismo objetivo en unos momentos en que pretende la alquimia política de agrupar en su seno todo aquello que se ha resquebrajado durante muchas décadas. 

Siendo legítimas, incluso sanas democráticamente, sus estrategias de diferenciación harían bien en ser conscientes de que se necesitan mutuamente. Las propuestas de Sumar solo pueden avanzar, aunque sea modestamente y con límites, en el marco de la coalición con los socialistas en un bloque de progreso. El PSOE no debería embriagarse con la nostalgia de tiempos pasados, que ya no volverán, y entender que solo podrá gobernar si Sumar consolida su representación. 

El principal riesgo es que alguien se apunte al dicho popular de “no comer por haber comido, no hay nada perdido. Si en el PSOE se está soñando con arrebatar a Sumar el máximo espacio político en estas elecciones europeas, su despertar podría ser muy duro. Para todos.

La única posibilidad de mantener en pie las políticas de progreso que la sociedad necesita es que el PSOE y Sumar apuesten de manera sincera por un equilibrio, no siempre fácil, entre competir y cooperar.